jueves, 24 de abril

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Sociedad

El material del que está hecha Veneno

En uno de los momentos culmen de Veneno, Pepe Navarro y Cristina Ortiz (no ellos, sino esa ficción que son sus personajes) tienen la siguiente conversación:

— Cristina, estás hecha del material de la televisión.
— ¿De plástico?
— De ondas electromagnéticas.

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Imagen ATRESMEDIA - Anuncio publicitario serie Veneno 2020

Por José Corrales Díaz Pavón.- Desconozco si esta conversación tuvo lugar de verdad entre la Veneno y el productor televisivo, pero se non è vero, è ben trovato. Y es que el personaje de Cristina Ortiz en la serie de los Javis está hecho no solo del material de la televisión, sino del mismo material del que están hechos los cuentos y los relatos épicos. Me explico: en el siglo XX se creó una rama de la Teoría de la Literatura denominada Narratología, disciplina que buscaba los arquetipos que subyacían a las narraciones tradicionales. Aunque hubo propuestas diversas, que se centraban en un tipo de textos u otros, la ideal fundamental era que los seres humanos contamos las historias de acuerdo a una serie de mecanismos que se repiten, a una serie de tópicos que podemos identificar a un nivel consciente o inconsciente. En una serie que tiene como subtítulo Vida y muerte de un icono estos arquetipos están presentes —es, de hecho, complicado contar una historia, cualquier historia, sin que aparezcan, dado que conforman el núcleo de lo que entendemos por narración, aunque una disposición temporal como la de Veneno, en la que conviven varias líneas temporales y se hace un uso generoso de la analepsis, dificulta que sean apreciados de forma consciente—, pero lo llamativo de ellos, lo que creo que es destacable en la serie de los Javis, es que están invertidos, que no responden a lo que tradicionalmente se ha hecho con estos arquetipos, a las historias que hasta ahora se habían contado.

Quizá me explique mejor si desciendo a lo concreto, a momentos concretos de la serie en los que aparecen, pero eso implica que a partir de este momento van a aparecer spoilers por doquier. Un ejemplo de arquetipo lo tenemos en Blancanieves: muchos de los cuentos y relatos épicos de nuestra cultura occidental comienzan cuando el héroe —en este caso, la heroína, la princesa Blancanieves— debe abandonar el hogar porque allí corre peligro —que, en este relato, viene de manos de su madrastra—; en Veneno ese mismo leitmotiv aparece cuando el todavía Joselito abandona su casa huyendo de la represión de su madre. En ningún relato tradicional, en ninguna historia épica, sería concebible que el daño que acecha al héroe o la heroína procediera de su propia madre: para eso se inventaron las madrastras. Algunas de esas historias se pueden interpretar como un intento de enseñar a los niños y las niñas que, lejos de los límites de la familia, el mundo es un lugar peligroso y hostil —pensemos, sin ir más lejos, en Caperucita—. Pero esto no podría funcionar para un personaje diferente, que no quiere renunciar a su diferencia para gozar de la protección de la familia. Así, la madre de Joselito se convierte en su madrastra, y es el personaje que más se parece a una madre adoptiva la que cumple la función de madre: Cristina Onassis, quien, de hecho, hará algo tan sumamente fundamental como revelar al héroe —aquí, la heroína— su verdadero nombre: que no es ni el nombre que a la Veneno dio su madre biológica, ni el nombre que ella decidió darse cuando comenzó a hormonarse, sino el de la propia Cristina, que se lo lega antes de morir junto a su lugar en el mundo: la esquina en el parque del Oeste. La figura de Cristina Onassis, que en la ficción de los Javis es la madre de la Veneno por elección, sería así asimilable al arquetipo del guía espiritual: aquellos personajes que aparecen cuando el héroe está perdido o que el héroe tiene que encontrar para que le muestre el camino. No es, de hecho, casual —o si lo es, es una bella casualidad— que la Veneno encuentre a Cristina Onassis justo a la vuelta de un viaje a un lugar tan lejano y exótico como Thailandia, donde había visto por primera vez en toda su plenitud aquello en lo que ella ansiaba convertirse. Tampoco es casual que la línea temporal centrada en Valeria comience justo en el momento en el que encuentra —tras buscarla activamente— a su propia madre/guía, la misma Veneno.

Pero, como dije, lo relevante no es la aparición de estos arquetipos, sino su inversión. Otra inversión de un tópico reconocible es el del Príncipe azul. No creo que sea necesario explayarse demasiado en la función de esta figura en los cuentos tradicionales, pero sí señalar que en la serie el personaje de Angelo es, al mismo tiempo, el príncipe azul y el antagonista, el malo al que hay que derrotar. Que, junto con la de la madre, la función del príncipe azul sea la que se invierte, y pasen de ser personajes que aman y protegen al héroe o heroína a personajes que los hieren y que suponen un peligro para ellos nos habla de la dificultad de los esquemas tradicionales de narración para acoger a las pioneras en la diferencia, a aquellas personas que se atreven a desafiar una consideración social que las reduce a lo monstruoso, lo antinatural. Ni la madre ni el «enamorado» de la Veneno lo pueden ser en el sentido tradicional porque no pueden amarla de verdad, mientras que la madre y el enamorado de Valeria actúan como personas que la aman y la respetan. La arquitectura de la serie está puesta, de hecho, al servicio de este contraste: no es arbitrario que la madre y el novio de Valeria aparezcan con la suficiente frecuencia como para que nos resulten familiares, ni que en el episodio en el que finalmente Angelo es derrotado y expulsado de la vida de Cristina aparezca a continuación Miguel, el enamorado de Valeria. Lo que los Javis quieren transmitir es que lo antinatural no es Cristina, la Veneno, sino la privación del amor que experimenta por el hecho de no ocultar lo que era.

Esta premisa, que es la única aceptable desde el punto de vista moral, pudiera haber dado lugar fácilmente a una obra narrativa previsible y aburrida. Pero he aquí que, para evitar esto, los Javis no han reducido al personaje de la Veneno a un único plano, sino que han mostrado una persona con sombras morales, capaz de traicionar a la más fiel de sus amigas y de menospreciar constantemente la línea que separa la verdad de la mentira, la realidad de la ficción. De hecho, en Veneno, estas sombras morales son consecuencia inmediata de la falta de amor: Cristina es un personaje construido a partir de una tensión irresoluble entre el amor propio (su fidelidad a ser quien es) y la necesidad de amor de los demás. Esa construcción ficcional que es la Veneno de los Javis encuentra en la televisión una aparente forma de resolver la tensión entre esas dos necesidades básicas, y si para volver a la televisión necesita traicionar a Paca, la Piraña, y contar que la ha estafado, lo hará. Se bosqueja así otra de las figuras que plagan las historias, la del Doppelgänger o doble maligno, aquella parte de nuestra naturaleza como seres humanos que mantenemos oculta pero que cobra vida para convertirse en nuestro peor enemigo.

Como antes sugerí la solución que el personaje de Cristina encuentra a la tensión entre el amor propio y la necesidad de ser amada —el amor que cree recibir por su condición de estrella televisiva— es distinta de la solución que los Javis proponen, la del cambio social para que dicha tensión sea lo menos conflictiva posible. De hecho, el propósito de la serie es resaltar el papel de la Veneno como pionera, subrayar la importancia que su visibilidad tuvo para que otras personas pudieran reconocerse, sin soslayar los aspectos más controvertidos su vida. Para ello la serie cuenta no solo la historia de la Veneno, sino la historia de la historia de la Veneno, cómo Valeria decide escribir y publicar la biografía de Cristina. Hay escenas de la serie que refuerzan esta intención, como el diálogo entre Valeria y la «bibliotecaria cotilla» interpretada por Samantha Hudson, pero en casi todo momento la historia de la historia de Cristina está entremezclada con la exploración de las sombras del personaje. Y es que a la Veneno contar su historia le sirve para lo mismo que aparecer en televisión: para sentirse amada siendo quien es. Eso la lleva a transgredir constantemente los límites entre la realidad y la ficción, transgresión que los Javis han respetado haciendo un uso libérrimo de algunas de las más potentes herramientas de la ficción, las que la emparentan con el mundo de los sueños y la fantasía: el multiperspectivismo y la violación de las reglas espaciotemporales que rigen en el mundo “real”. Ambas se encuentran magistralmente usadas en el capítulo final de la serie, cuando sin solución de continuidad se muestran el —tristísimo— entierro “real” de la Veneno en el parque del Oeste y la ——hilarante, fantasiosa, onírica— versión que el fantasma de Cristina prefiere escuchar de boca de Valeria.

Y es que, en última instancia, contarnos historias y contarnos nuestra propia historia, aunque sea embellecida, sirve para reivindicar el derecho de todo ser humano a ser amado, no solo en la vertiente romántica del término, sino desde un punto de vista holístico, que incluye el respecto básico como dimensión del amor. Cristina, la Veneno en la serie de los Javis es un personaje complejo, con aristas y zonas oscuras, pero una vez muerta su fantasma, devuelta a una condición inocente, como de niña antes de dormir, pide que le cuenten historias: la historia de su entierro, primero, y la historia de toda su vida, después, cerrando así circularmente la serie. Lo que esa niña-fantasma-Cristina quiere es preguntarle algo a Valeria, algo que nos habla de la importancia que tiene para ella la historia que se ha contado, porque en ella se cifra la percepción del amor que ha recibido y que ha sentido por sí misma, y la vinculación de este amor con la belleza:

— Es bonita mi vida, ¿no, Valeria?

— Es preciosa.  

«Somos del mismo material del que están hechos los sueños», dijo una vez Shakespeare a través de Próspero, protagonista de La tempestad. Cristina, la Veneno, está hecha del material de la televisión, como dijo Pepe Navarro, pero también del material de los cuentos y de los sueños, de algo tan sutil como el amor. Y, con Cristina, todos los demás