jueves, 28 de marzo

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Opinión

Comunismo, pequeña y mediana empresa

Por Fermín Gassol Peco

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Todas las ideologías son hijas de su tiempo y en sus “linternas llevan pilas” con muy diferente duración; casi todas nacen desde una identificación hacia unos problemas sociales y económico políticos concretos brotados en una determinada época con el fin de darles una solución más o menos acertada aunque a todas luces inevitablemente necesaria, pero con el inconveniente de no tener capacidad de adaptación para seguir siendo una alternativa creíble y útil a la hora de responder a los nuevos modelos sociales.

El comunismo (no confundir con socialismo ideología que ha evolucionado hacia posturas donde la iniciativa privada tiene perfecta cabida) hoy al menos en Europa tiene un problema que no es otro sino la proliferación de un entramado de empresas de muy distinto origen, tamaño y finalidad, un mundo que se muestra tremendamente complejo, algo así como un sofisticado sistema circulatorio económico conformado por arterias, venas y  capilares, es decir, de grandes, medianas y millones de pequeñas empresas.

La sociología del mercado laboral ha cambiado en estos últimos tiempos de una manera crucial. Hace siquiera cincuenta años la pirámide productiva era nítida en el mundo de las empresas privadas. Pocos empresarios y muchos trabajadores. O mejor dicho, pocos propietarios y muchos asalariados. La elección era simple. O hacías oposiciones para trabajar en la Administración, o salvo las pequeñas excepciones de comerciantes, estabas obligado a trabajar para unos “amos”, o caciques que así llamaban entonces a los propietarios de las empresas según el medio donde estaban instaladas y ejercían el negocio. Por entonces el tejido intermedio creado por medianas y pequeñas empresas no tenía apenas relevancia.

Hoy como digo la estructura socio laboral no es la misma, no existiendo únicamente enormes pirámides, empresas, con un perfil tan vertical e inaccesible para el ciudadano de a pie, sino que además hay muchas otras junto a ellas formando a modo de escalones por los que se puede subir y bajar, en todo caso transitar. De tal manera que en el horizonte ya no aparecen solamente inmensas moles aisladas sino que a su lado existen otras en principio más pequeñas que cubren esos vacíos que antes aparecían en el horizonte empresarial.

Esos peldaños son el millón y medio de medianas y pequeñas empresas y también los dos millones de autónomos que aproximadamente existen en nuestro país. Personas que desde abajo y a base de creatividad, trabajo, desvelos y capacidad, han iniciado un negocio la mayoría de las veces en las localidades donde viven contando para ello con sus mismos paisanos a los que les han proporcionado unos ingresos más cuantiosos y una vida mejor. Me estoy refiriendo a esos trabajadores que dejaron la tranquilidad de un sueldo a veces precario para asumir la incertidumbre de un riesgo. Dicho en lenguaje actual, decidieron ser emprendedores.

Empresas con muy distintos riñones económicos, muchas de ellas, saliendo a flote tras enormes quebraderos de cabeza dada la enorme competencia existente en todos los sectores. Empresas que podrían soportar sin problemas el pago de nóminas de un mes, a costa de ceder margen en las ganancias y otras las más pequeñas que no tendrían ninguno pues viven al día con el cobro de sus trabajos. (Un enorme galimatías que los ERTES se presentan como la mejor, por no decir la única solución para todas las partes).

Y es ahí en esa complejidad en el origen y tamaño donde Iglesias y compañía tiene un problema no sólo de índole político, sino sobre todo ético, relativo a los principios que defienden, porque la inmensa mayoría de los empresarios que existen hoy en España han salido de esa misma gente a la que tanto le gusta apelar; atreverse a pegar el tijeretazo es arriesgarse a pegarse un profundo corte en sus mismas manos.