viernes, 17 de enero

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Sociedad

El amor que nos habita

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Fotograma de película Disney

Agustín Mora Palomares.- El amor te interpela. El amor romántico nos interpela, nos llama a sentir y a comportarnos. Nos ordena y nos regula, y no pasa nada por reconocerlo. Es más, los feminismos han situado al amor en el centro de la reflexión a lo largo de su historia. Desde las primeras autoras como Cristina de Pizán, desde el amor cortés y el preciosismo hasta hoy, con cualquier programa de entretenimiento y cotilleo como La isla de las tentaciones y Sálvame, las relaciones afectivas, eróticas y sexuales tienen cuerda para rato.

El amor es un régimen, ese tipo de cosa que regula otras cosas y, en la medida en que nadie escapa a él, merece una reflexión. Se acerca San Valentín y las flores, los bombones, los detalles a la pareja y también se acercan las charlas y otros talleres -que algunos quieren vetar- para hablar de los mitos que nos cuentan una y otra vez acerca del amor. Yo, que he tenido la suerte de participar con adolescentes en esos talleres, me he encontrado cómo eso de lo que no quieren que hablemos sí les preocupa; desde entonces me pregunto qué visión del amor y de las relaciones están siendo interiorizadas.

El amor es un ideal, es la media naranja, es el amor exclusivo, es el que conduce al matrimonio el que sostiene la familia, es sacrificio, es el que todo lo puede. El amor todo lo permite porque en él todo vale.

Sufrir por amor, porque merece la pena, como Romeo y Julieta

¿De dónde se sacaron esto? ¿En qué cabeza sana cabe justificar el sufrimiento de esta o cualquier forma? Pues veréis, no es lo único que tenemos que preguntarnos todos los días.

Es fácil observar cómo en la escuela se ha venido obligándonos a reprimir nuestras emociones y en vez de aprender a gestionarlas, se nos ha dicho que no tenemos que manifestarlas, que somos machotes quienes -además de tener pene- actuamos así.

Ana de Miguel en su Neoliberalismo sexual recoge un fragmento de la revista de la Sección Femenina, de 1944, que enseñaba a quienes hoy son nuestras madres y abuelas que «la dependencia voluntaria, la ofrenda de todos los minutos, de todos los deseos y las ilusiones es el estado más hermoso, porque es la absorción de los malos gérmenes de la vanidad, el egoísmo, y las frivolidades por el amor».

¡Pero estamos en 2020! Vale, pensemos en la cenicienta: si eres guapa puedes dejar atrás tus condiciones de vida porque un hombre rico puede enamorarse de ti; o la bella durmiente: sé guapa y no necesitas nada para llevarte al príncipe; pensemos en la música que bailamos, como la de “El perdón”, de Nicky Jam y Enrique Iglesias, donde basta una sola estrofa para actualizar el drama de Shakespeare:

Es que yo sin ti, y tu sin mí, dime quién puede ser feliz, esto no me gusta. Dicen que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, pero vale la pena luchar por lo que uno quiere, y hacer el intento. No quiero vivir así.

La canción es nueva, el argumento no, y de ahí venimos. A esto le añades un poquito de machismo, un puñado de homofobia y una falta de educación afectivo-sexual y el resultado es un cóctel que nos deja embriagados sí, pero de violencia.

Bauman afirma que en nuestros tiempos el amor es líquido. Con la pérdida de solidez de instituciones como el matrimonio, las relaciones interpersonales que podríamos caracterizar como amorosas están tan afectadas por las desconexiones tecnológicas (piénsese en el goshting) que no somos capaces de estrechar vínculos duraderos como antes -cuando el matrimonio era signo de prestigio y acceso a recursos, o cuando el matrimonio era un acuerdo económico y de conveniencia, supongo, pero eso no lo aclara Bauman-. Sea como fuere, las relaciones amorosas están atravesadas por nuestra forma de vivir las demás relaciones interpersonales y que tengamos más recursos para contactar con otras personas, además de un mayor grado de libertad genera nuevas situaciones, aceptables siempre que el ideal romántico se mantenga.

El ideal romántico se materializa en relaciones asimétricas, de poder y de dominio, en las que los celos como mecanismo de control son deseables, en las que la dependencia es algo positivo, y que sanciona la conducta sexual dispar.

La revolución de los afectos

Como la propuesta de Brigitte Vasallo, la revolución de los afectos, también nos interpela a tomar la perspectiva de los cuidados para tomar postura crítica ante el romanticismo. Se trata de explorar otras formas de mantener relaciones afectivas y sexuales, de no soportar situaciones de violencia, de no legitimar el sufrimiento.

La falta de referentes y el continuo avasallamiento del Amor idealizado necesita de propuestas alternativas. Miguel Vagalume, por ejemplo, nos invita a hacernos nuestro propio traje, uno a medida para escapar del ideal romántico, hacerlo desde el conocimiento de lo que necesitamos, de lo que nos hace felices, lo que nos levanta el ánimo. El consenso es la herramienta para construir relaciones en las que prime el bienestar y el placer de las personas involucradas.

El poliamor, que no es lo mismo que la poligamia o poliginia, constituye una propuesta que está siendo explorada individualmente por muchas personas y que aún no ha tomado presencia suficiente en el debate público. Podemos empezar leyendo a Jara Cosculluela, a Israel Sánchez, a Sayak Valencia o a Alicia Murillo, entre otras, para abrir un espacio disidente y acabar con los mitos que no nos dejan disfrutar de nuestra afectividad como es posible imaginar.

Coral Herrera lo cuenta de una forma excepcional: tenemos que contarnos otros cuentos e inventar otros finales felices, mostrar la diversidad amorosa y sexual del mundo real, construir protagonismos colectivos y crear personajes capaces de salvarse a sí mismos, alejados de la masculinidad o feminidad hegemónicas. En definitiva, no es el #LoveIsLove lo que perseguimos, sino el “Love is Freedom”.