viernes, 26 de abril

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Opinión

Químicas para el malestar psíquico

Por Aurea L. Lamela, psiquiatra

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Foto: saludvidasana.com

Por lo general hay dos formas de conocernos, la del yo que nos da unidad a lo largo del tiempo y la del yo en el momento actual. Y entre ambas hay muchas conexiones e interacciones. Somos el mismo, ya no somos, pero nos reconfiguramos con el pegamento certero de la memoria o con la memoria que acciona la coherencia que pueda faltar, y así para ser otro “el mismo”, etcétera. Lo resumiría muy bien algo que dijo Montaigne “Encuentro tanta diferencia entre yo y yo mismo como entre yo y los demás”.

Y después tenemos esas sustancias que están ahí fuera y que se pueden usar para cambiar, para liberar lo que no nos resulta accesible, para hacer gratificante lo que nos abruma o para evadirnos. De una manera u otra a lo largo de la historia siempre se ha recurrido a las drogas, a sustancias (vino, cerveza, whisky; hachís, cocaína, hasta incluso medicamentos como Valium, Trankimazin), curiosamente, unas veces para perder el control y otras para intentar retomarlo.

A pesar de ello, y de que es algo conocido, con bastante frecuencia escucho en la consulta a personas que me dicen, después de hablarme de su sufrimiento, “es que yo soy antimedicación”; y la verdad es que yo también. No me gusta prescribir por prescribir ni que se prescriba sin más. Pero cuando uno acude a la consulta de un médico, por lo general, lo que se encuentra es esa forma de socorrer. Nuestra formación incluye utilizar la herramienta de medicar. Aunque, bien es cierto que no solo eso, es tan importante, o más, empatizar con lo que te cuentan o sienten. Por desgracia no somos magos ni poseemos poderes sobrenaturales, pero una medicación (aprobada después de mucho investigar) pautada por un médico que te escucha con interés y que logra crear una adecuada alianza terapéutica va a surtir mejor efecto que si esa misma medicación la pauta un médico que no conecta bien con el paciente.

Volviendo al punto de “soy antimedicamentos”, no veo que alguien que vaya a un médico de otra especialidad le diga que es antimedicación. O si alguien tiene fiebre, una infección o dolor, se niegue a tomar medicamentos o acepte una cura que no los incluya. Remedios caseros como la limonada alcalina suele ser efectiva en diarreas, llevar una dieta rica en verduras y fruta ayuda a mantenerte en forma, etcétera. Pero cuando aparece la enfermedad eso nadie lo ve suficiente, quieren un tratamiento como “el que tiene que ser”.

Sí, la medicación psiquiátrica ocasiona recelos, de eso no cabe la menor duda, e injustamente.

Estos recelos suelen fundamentarse en varias razones. Por un lado en que muchas personas que están en tratamiento con psicofármacos están muy sedadas. Por otro que la psiquiatría se sigue percibiendo como una especialidad ajena al cuerpo, como si fuese responsabilidad de uno mismo sentirse mal, y la depresión no fuese tan enfermedad como una hernia discal o una esclerosis múltiple, etcétera. Y tercero, temen dejar ser quiénes son.

Excepto en trastornos mentales severos, tipo psicosis, que puede hacer falta en un principio tratamientos que sedan, la medicación psiquiátrica aspira a devolver a la persona a ser quien y como era. La que había dejado de ser. Si alguien está muy sedado o muy eléctrico hay que ajustar el tratamiento. Y si hablamos de sedar tampoco nos olvidemos de que medicaciones que no son psiquiátricas pueden ser tanto o más sedativas, como los antihistamínicos, los relajantes musculares o muchos analgésicos. Y por ello no los ponen en duda.

Después hay personas que se pierden en informaciones continuas, exageradas y contradictorias. Ya no saben que es normal o no. Un caos de creencias. Y con la mayor inocencia e incertidumbre te preguntan “murió mi madre el mes pasado no tengo ganas de hacer nada, me paso el día llorando, ¿es normal?”. Sí, después de una despedida definitiva y de alguien tan significativo como tu madre. Aunque se puede responder de muchas maneras a la pérdida de un ser querido, lo que no sería normal es que uno se ponga a bailar flamenco. Y por último, los polos opuestos, aquellos que van al psiquiatra porque creen que la salud mental consiste en no sufrir por nada. Por ejemplo, que se enteran de que su novio se acostó con su mejor amiga y van a urgencias porque están hechos polvo o rabiosos.

Y mientras tanto tenemos a los que el aburrimiento o la necesidad de experiencias límite les lleva al uso indiscriminado y peligroso se drogas recreativas, como en el llamado chemsex. Hacen combinaciones de drogas estimulantes, alucinógenas y vasodilatadoras (popper, cocaína y fármacos tipo Viagra y otras) para potenciar el placer sexual y la excitación de forma mantenida (incluso en sesiones de más de un día) en encuentros orgiásticos, para después de unos días volver a la rutina diaria.

Diferentes perspectivas para afrontar la desesperación o el hastío: retomar el control perdido, deslizarse por un abismo delimitado de indisciplina. ¿Quiénes somos? ¿Quiénes dejamos de ser? ¿Quiénes volvemos, o no, a ser?.

Sí, a veces, incluso muchas veces, la vida duele. Pero otras veces no. Si observamos a nuestro alrededor tal vez aprendamos sobre nosotros mismos con otras experiencias y hay que conseguir integrar ese dolor de la mejor manera en nuestra vida. No se trata de resignarse sino de valorar. Y con la medicación, las drogas o lo que sea que suavice los malos momentos pasa lo mismo. Las diferencias entre yo y yo mismo pueden ser abismales. También puede ser abismal la diferencia entre usos indebidos de sustancias para un subidón y usos supervisados por un especialista para que recuperes y seas la persona que quieras. Puede marcar la diferencia entre el retorno y el vagar perdido por la vida. Hay que hacer un balance reflexivo de riesgos beneficios. Y tomar una decisión.