jueves, 25 de abril

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Sociedad

Homofobia: frente al discurso de la minoría

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Por Agustín Mora Palomares.- Perseguir la igualdad. Aún hay quienes no quieren enterarse de que los feminismos abogan por la igualdad entre mujeres y hombres, que para ello han identificado -y muy bien- las trabas y el sistema de opresión de género, que es el patriarcado; no quieren enterarse de que hay fenómenos reales como el techo de cristal y otros tanto reales como los asesinatos de mujeres a manos de hombres que eran o fueron sus parejas sentimentales, y que el machismo es el contrario radical del feminismo. A esos me temo que les resultará tormentoso lo que van a leer a continuación: la ideología que encubre las violencias contra las personas LGTBI se llama heterosexismo. ¡Otro término! Vendrán a quejarse aquellos a quienes supuso un esfuerzo intelectual de considerables dimensiones pasar de “los homosexuales” [forma elegante del maricón y otros términos que sí aprendieron desde chiquitos] a “los LGTB”, un esfuerzo por ampliar vocabulario que no todos están dispuestos a hacer -quienes estén en esa actitud vital que paren de leer esto y vuelvan a la EGB-.

Cada uno en su lugar y el heterosexismo en el de todos

El heterosexismo es una ideología, es la creencia en una jerarquía de sexualidades (sexismo), en la cual la heterosexualidad es la orientación sexual de referencia. Para ilustrarlo planteo unas preguntas: ¿A caso no es cierta la presunción de heterosexualidad? ¿A caso no damos por natural la heterosexualidad? ¿A caso no se dice que la heterosexualidad es la mayoritaria? ¿Cuántas leyes conocidas en la historia condenan la heterosexualidad? ¿En qué países del mundo hoy es ilegal ser heterosexual?

La gesta ideológica se empezó con el cambio del discurso de los sodomitas de la tradición bíblica al de la medicina moderna y de cuyo origen proviene el término “homosexual”. Empezaron a preguntarse cómo llegaban estos anormales a ser homosexuales. Hasta hace poco esta cuestión no ha sido denunciada como homófoba, es más, hasta hace poco buscaban el gen gay. Terapias de conversión que continúan siendo necesarias denunciar y prohibir, son el lado más duro de esta ideología, son la encarnación de la homofobia porque sitúan la heterosexualidad en el terreno de lo deseable moralmente, de lo normal, de lo común y de lo sano. Si romperte un tobillo es algo que requiere tratamiento médico, la medicina al igual prescribía hasta anteayer tratamientos para quienes no se mostraban con deseos heterosexuales -prescripciones que con la llegada de Freud y el psicoanálisis habían salido reforzadas-, alguno seguirá creyendo que la homosexualidad se puede curar tal como se pasa un resfriado. Solo recorrer las ignominias del discurso médico daría para un artículo completo, y ya contamos con estudios como el de Daniel Borrillo que abordan esta cuestión con mayor profundidad. Precisamente hoy la medicina continúa siendo un campo de batalla donde el heterosexismo aún vence por goleada, si no que le pregunten a mujeres lesbianas o personas transexuales.

El discurso del sentido común

Denunciada la ideología y pensadas las prácticas, propongo detenernos en un discurso que alcanzo a escuchar últimamente en personas que no consideraríamos homófobas, personas que no ponen objeción alguna a que lesbianas, gais, trans y bisexuales podamos acceder a los mismos derechos de la mayoría heterosexual. Personas de sentido común.

Algo nos impide pensar. El sentido común nos impide pensar. El sentido común es el pensamiento heterosexista. Se me ponen los pelos como escarpias cada vez que alguien apela al sentido común en cuestiones como la igualdad, porque precisamente la igualdad no está contemplada en ese sentido. Escucho afirmaciones como que “ya sois iguales en la diferencia” “igualdad ya hay, hasta os podéis casar, o porque una persona trans ya puede cambiar su nombre sentido, o porque dos gais pueden pasear de la mano por la calle sin que les insulten por eso, o porque…”. Mira, no.

Es innegable que si podemos percibir un cambio favorable es porque previamente se denunciaron las violencias, las desigualdades y las injusticias. Pero hay un pensamiento que está más oculto: son la minoría, son pocos. Y de ahí a un desliz: si son pocos ¿para qué hacer políticas públicas o leyes para ellos? ¿para qué gastar dinero de todos en tan poca gente? y la perversión del desliz: como son pocos, lo que hagan está bien siempre que no monten jaleo, como son pocos van a los colegios a adoctrinar para ser más, como son pocos pero fuertes y además pueden contar con el respaldo institucional van a enseñar a nuestros hijos a ser homosexuales -el argumento del lobby-.

Deslices aparte, de nuevo sacamos a la luz la creencia que fundamenta las desigualdades y acto seguido el heterosexismo aparece. Lo que es el discurso de “la minoría”, la afirmación de que son unos pocos LGTBI, encierra homofobia cognitiva. Esta forma de homofobia es la propia del heterosexismo al situar para la mayoría (que casualmente es la que posee el sentido común) la validación de las sexualidades “no naturales”, que son unas pocas y quedan al margen según su planteamiento. La mayoría numérica heterosexual valida que la minoría numérica -en principio- homosexual, bi o trans, podamos acceder a las condiciones que todo hetero tiene que aceptar (porque no, tampoco los heteros escapan al sistema). Y subrayo que es en principio porque para cuantificar sin error individuos que se adscriben a distintas orientaciones sexuales habría que hacerlo dando por sentado que vivimos en condiciones en las que bien no se da por hecho la heterosexualidad (hoy somos heteros hasta que se demuestre lo contrario) y que las orientaciones sexuales (hoy disidentes) tienen la misma visibilidad y consideración social que la oficial, o lo que es lo mismo, que no hay una orientación sexual oficial.

Seguir afirmando que la homosexualidad es minoría perpetúa la heterosexualidad como orientación sexual de referencia. Borrillo lo explicaba así: “De la misma manera que la diferencia de razas o de clases, la distinción de sexos ha permitido organizar una distribución no equitativa de los papeles sociales. La organización social en función únicamente de dos sexos y el hecho de ver naturalmente en cada individuo bien un hombre, bien una mujer, constituye el soporte objetivo, evidente y ahistórico de la asignación de los estatus y papeles en función de su orientación sexual”. Y por si alguien lo duda, no habrá igualdad hasta que el heterosexismo deje de sostener nuestro pensamiento, hasta que deje de operar. Sí, el enemigo no es meramente la homofobia, es el sistema heterosexista -la ideología, sus prácticas y discursos- y denunciar una cara de la moneda es dejar el trabajo a medias.

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