Opinión
Hace ya bastantes años siendo aún muy joven, veraneando en una playa de levante, subí una tarde a la azotea de un inmenso rascacielos situado a muy pocos pasos del mar. Mirando con suma curiosidad a las personas que transitaban por el paseo y por la playa, que desde esa gran altura parecían hormiguitas, me fijé en un señor con pinta de extranjero quien a solas, en la terraza de un apartamento situado en el último piso, escribía en unos folios mientras miraba al mar y acariciaba humeante una cachimba con la mano. A los cuatro o cinco días volví a subir a hora distinta y allí permanecía pluma en ristre. Siempre realizaba los mismos gestos, levantaba parsimonioso su mirada hacia el mar y la bajaba lentamente para escribir lo que ese mar le iba diciendo.
Supe que se trataba de un escritor inglés que venía muy a menudo atraído por la luminosidad de estas tierras costeras y que siempre alquilaba ese apartamento, allá en las alturas, en donde no se oían más ruidos que el del golpe de las olas, acaso el de las nubes y nada interfiere la contemplación de medio mar Mediterráneo. Nunca supe su nombre y menos aún el título del libro que estaba alumbrando, aunque yo entonces imaginé que bien pudiera titularse “Escribiendo junto al mar”…
Amanece… el mar oscuro se va convirtiendo en una paulatina e inmensa lámina grisácea salpicada de inquietas motitas blanquecinas. Los farolillos de los barcos que rastrean el fondo en busca de moluscos dotan al cuadro del alba marina un tono más cromático. Lo que era un mural en blanco y negro se va convirtiendo con prontitud en tonos plateados, para después tornarse en una amalgama viva de luz amarillenta, rojiza y azulada. El sol comienza su andadura en el horizonte y todo lo que antes se intuía, se rinde a la claridad mediterránea que en levante es inmaculada, contundente y cegadora. Lentamente los barquillos regresan a puerto con su preciado tesoro arrancado de la arena. El día es ya franco y despejado. El mar trasmite hoy serenidad y algo de monotonía.
Atardece…la claridad se va apagando, el mar que vuelve a tornarse en un tono gris plomizo, termina desdibujado, confundiéndose con un cielo cada segundo también más mortecino; el horizonte desaparece de la vista, tan solo dos enormes buques parecen querer trazarlo navegando en la lejanía. La noche ya es…la dueña de ese día. El mar se vuelve negro, profundo y aunque sereno, amenazante; tan invisible como real y misterioso…
Termino de escribir, el mar me ha dicho que por hoy ya me ha contado muchas cosas. Quizá mañana los vientos que lo azotan, sus olas o los relámpagos hirientes, que en la noche resultan fascinantes y sobrecogedores me inspiren un relato más altisonante, agitado y menos claro…
Apagando el ordenador observo a un jovenzuelo que desde la azotea, apoyado en la baranda, observa embelesado; le pregunto: ¿Qué haces ahí? Mirando la mar, me contestó, es que yo de mayor quiero ser marinero. ¿Y usted, señor, que es lo que hace? Yo también la estoy mirando…Sí, pero también está escribiendo. Sí chaval se tratan de unas líneas que bien podrían titularse “Escribiendo frente al mar”…
¿Pero dónde ha dejado la cachimba?… ¡Ah! La cachimba, con los folios y la pluma…hace ya bastantes años que se las llevaron los vientos de esa mar a quien tú y yo tanto amamos y miramos, a esa amiga que tantas cosas nos cuenta y nos enseña, a ese mar que siempre nos relata la verdad.