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Opinión

La histeria, ese no saber estar de las mujeres

Por Aurea L. Lamela, psiquiatra

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Foto: culturacolectiva.com

El término histeria aparece por primera vez en la obra “Sobre las enfermedades de las mujeres” de Hipócrates. Proviene de hystera, que significa útero, y se consideraba debida a movimientos uterinos. Con lo cual ya se podía suponer la que se avecinaba por los siglos de los siglos.

Y así fue, el concepto de histeria a lo largo de la historia se consideraba propio de las mujeres y ha estado impregnado de cierta misoginia. De una forma más o menos indirecta, refiere a la falta de maduración femenina. El punto de vista mantenido durante mucho tiempo era considerarla como algo falso, con una ganancia con la enfermedad, con la voluntad de enfermar. Hasta el propio Freud llegó a decir que el descredito de la histeria era de tal magnitud que desprestigiaba a los médicos que se dedicaban a su estudio. La psicoanalista Emilce dio Bleichmar en su libro “El feminismo espontaneo de la histeria” llega a darle la vuelta a ese punto de vista peyorativo y la considera la alternativa espontanea al sufrimiento femenino. Lo que no contradice lo que ya diversos autores consideraban, una forma de hacerse valer, motivada por atraer la atención de otras personas para conseguir apoyo, protección o amor.

En los años 80 del pasado siglo, la asociación americana de psiquiatría elimina el término de su clasificación. Se consideró que dicha denominación estaba obsoleta y no daba verdadera cuenta de lo que representaba; el término era un cajón de sastre para manifestaciones femeninas de malestar. Más fácil etiquetar con un término que hace referencia al útero, que entender situaciones en las que ser mujer es una condición que añade desventaja a cualquier sufrimiento, o es la queja de la desventaja de su situación social.

Actualmente varios grupos de trastornos integran lo que anteriormente eran trastornos clásicos histéricos: Los somatomorfos, los conversivos y los disociativos.

Los trastornos por somatización son una alteración crónica y fluctuante de múltiples y variados síntomas físicos que precisan atención médica frecuente, que provocan un deterioro significativo en la vida de la persona y que no pueden ser explicadas suficientemente por una lesión orgánica. Los síntomas pueden ser gastrointestinales, dolorosos, seudoneurológicos, etcétera. También se incluyen trastornos hipocondríacos, disfunciones vegetativas y trastorno de dolor persistente.

El trastorno conversivo se caracteriza por síntomas o déficits que afectan de forma aguda a funciones motoras voluntarias o sensoriales y sugieren una enfermedad neurológica o médica (afasia, ceguera, parálisis, anestesia). No está producido intencionadamente, ni es simulado, tampoco existe un sustrato médico patológico, físico, que sustente dichas alteraciones. Suele haber factores psicológicos relacionados, el cuadro clínico es atípico, y la persona responde a la sugestión y obtiene alguna ganancia inconsciente con ellos.

En los trastornos disociativos aparece una alteración súbita y de duración breve (días, semanas) de las funciones integradoras de la identidad, como puede ser el trastorno de identidad disociativo (personalidad múltiple); afectación de la memoria o amnesia disociativa; la fuga disociativa y los trastornos de despersonalización en donde hay una sensación de extrañeza ante uno mismo, o una sensación de irrealidad en el entorno; se ve artificial, como en un sueño.

Además de esos grupos de trastornos hay que señalar la personalidad histérica; ahora llamada personalidad histriónica. Fue descrita por K. Schneider como una personalidad necesitada de estimación. Más que un trastorno es una forma de ser egocéntrica, con tendencia a dramatizar lo que comunica, con dependencia afectiva, mucha labilidad emocional y vulnerable a la influencia de otras personas, siempre que no intenten cambiar al personaje que representan. Tienden a utilizar la seducción con el fin de conseguir una atención especial.

Estos cuadros son más frecuentes en mujeres, o al menos se diagnostican más en ellas por su connotación peyorativa, y porque el dolor femenino siempre fue más trivializado. Pero los hombres también la pueden padecer. De hecho, Areteo de Capadocia detectó la histeria masculina en la antigüedad. También pretenden captar el interés, son muy cuidadosos con su aspecto físico y presentan con frecuencia lipotimias inexplicables aunque no suelen ser tan dramáticos en sus manifestaciones. Llama la atención que suelen tener problemas sexuales (eyaculación precoz, impotencia), mientras pasan por ser grandes seductores y se dedican especialmente a la conquista amorosa. Algunos autores, como Israel, señalan que durante mucho tiempo los médicos han sido mayoritariamente hombres y esto ha creado una cierta complicidad inconsciente para evitar ese diagnóstico vergonzoso. Y de hecho ante el mismo cuadro a los varones se les suele diagnosticar más de algún tipo de trastorno de ansiedad.

El argumento no es contradictorio, la desventaja social de la mujer por el hecho de serlo no excluye que haya otras desventajas sociales que afecten a hombres y que también puedan necesitar estimación.

La carga peyorativa de la histeria hace que a veces se utilice de forma incorrecta como si fuera una neurosis de renta. No es así. En la neurosis de renta el paciente utiliza de forma inconsciente su problema (accidentes, traumatismos, etcétera) para reorganizar su vida obteniendo una ganancia secundaria a partir de su enfermedad, gracias a la cual pueda abandonar sus obligaciones. En la histeria puede haber una utilización inconsciente de la situación, pero la finalidad última es el manejo afectivo del ambiente más que la utilización material de la neurosis de renta. En la histeria existe una necesidad de estimación que espontáneamente opta por la huida a la enfermedad. A una enfermedad que enseguida es menospreciada, pero que en cualquier caso refiere a la astucia para equilibrar la desventaja.