sábado, 27 de abril

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Opinión

Aquello que la naturaleza esconde

Por Fermín Gassol Peco

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O por así decir, aquello que la vida esconde. Naturaleza y vida, vida y naturaleza cogidas de la mano y sin embargo desacopladas aún en nuestra existencia. Porque a pesar de llevar largo tiempo viviendo y haber encontrado muchas de las claves de la vida, el hombre desconoce aún bastantes de las cosas que posee y de las que forma parte como integrante de la naturaleza. Si un buen día, por ejemplo, nos mostraran las radiografías de distintos corazones, apuesto a que nadie sabría identificar al suyo o si alguien nos preguntara como es el subsuelo que diariamente pisamos tampoco sabríamos responder.

El hombre tiene montada su existencia como una continuidad de hechos y comportamientos. Diseña su futuro como una prolongación del presente y ese mismo presente como consecuencia del pasado. Bien es verdad que no se podría vivir fácilmente de otra manera quizá porque hemos sido educados para hacerlo en una sociedad sin sobresaltos, con las necesidades cubiertas para mañana y para pasado. Como último objetivo el hombre quisiera poder lograr el diseño de toda su vida. Quizá algún día si podamos tener más fácil acceso a saber cómo somos o son las cosas por dentro sin necesidad de destruir nada; sin embargo de todas ellas, existe una que por mucho queramos, nunca podremos conocer, es nuestro futuro, lo que aún no existe, aquello que dentro de un segundo la vida nos puede deparar.

De ahí que esta filosofía calculadora y controladora de la vida nos haga muy vulnerables a los imprevistos. Y entre esos imprevistos que el hombre no puede controlar se encuentran los de la naturaleza. Y es que nuestras vidas tienen a su vez diseñados sus propios planes para nosotros, unos planes que quedan desvelados en el presente y de los que desconocemos su futuro, planes que siempre se acaban imponiendo. Es la doble línea vital que traza por un lado lo que nosotros programamos y deseamos y aquella que la vida nos tiene preparado, una línea de la que ignoramos el recorrido que le queda porque siempre tenemos delante el muro del presente, pero una línea que al fin y a la postre es la que conduce a nuestro final, siempre.

Afortunadamente no todos los días suceden catástrofes naturales, pero acontecimientos como estos nos obligan a reflexionar sobre un asunto al que nuestra existencia galopante tiene olvidado. El hombre vive como no puede ser de otra manera entusiasmado con el progreso y el desarrollo y ese desarrollo muchas veces conlleva lograr vencer las leyes naturales a base de talento y sobre todo con ingenio artificial. Es la grandeza de la inteligencia humana.

Pero con demasiada frecuencia olvidamos que formamos parte de una naturaleza de la que no podemos huir y de la que somos en gran parte dependientes. El hombre avanza en sus descubrimientos pero esa naturaleza se muestra siempre igual de primitiva recordando cada cierto tiempo que es ella la que en definitiva hace y deshace nuestros sueños. Olvidamos que el hombre es un ser temporal que forma parte de una naturaleza que ya existía y no al revés. Por eso no la puede controlar, como tampoco puede controlar el tiempo. Los tsunamis, los terremotos, huracanes, no son sino el aviso de que ella está ahí imponiendo su comportamiento al margen de lo que el hombre piense, descubra y decida; que la vida sigue el curso del futuro, algo a lo que el hombre no puede anticiparse. Los imprevistos de la vida, aquello que la naturaleza esconde son eso, en lo que al final nuestra existencia se convierte.