viernes, 29 de marzo

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Cine-TV

Las 10 películas favoritas de... Amador García-Carrasco

Director de la tertulia cultural Casino de Madrid

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Foto: Jacques Tati en Mi tío/Mon oncle

Hacer una ‘lista’ es siempre complicado. Hasta la de la compra. Incluso la ‘lista de Schindler’, otro peliculón que no está en ‘mi’ lista. Con los libros -menos- y las pelis -más- sucede como con las personas: A veces nos impresionan gentes anodinas, en apariencia, que iluminan sombras de nuestro entorno. Por eso en la lista de películas favoritas que me exige -sus deseos son órdenes- Ignacio Gracia, mediador de Josiño Vázquez, faltan viandas apetitosas, pero así se comprenderá mejor lo enormemente subjetivo -y demoledor- que es la ‘preferencia’, lo favorito. Cuando recibí el encargo, como en un brainstorming, me puse a escribir tal y como los títulos venían a mi desmemoriada memoria -es decir, ejercité el mecanismo del inconsciente, que ya empieza a ser para mí lo más consciente- y al llegar al título 50, cuando aún no habían asaltado apenas mi amígdala cerebral las maravillas del western, la gran comedia, las excelencias de Ford, Houston, Wilder, y otros genios, decidí parar. Luego dividí la lista en diez partes de cinco títulos, y elegí uno de esos cinco, para que resultara el ominoso diez, que de excelencia calificadora no tiene nada, y sí de martirio precedido de un sufrimiento espantoso, una tortura inquisitorial auto infringida. Porque ¿a cuál de estos hijos de nuestra infancia, adolescencia, juventud o madurez se quiere más?

Veréis, por tanto, que no están muchas de las que son, e incluso, para algunos, no serán algunas de las que están. No importa. Es ‘mi lista’, la que casi aleatoriamente surgió de los cincuenta -podrían haber sido 100, pero hay que parar la máquina en alguna posada del camino- y la que ahora os entrego. Faltan Ríos, más o menos bravos, Puentes, japoneses de antes y después del Kwai, Edén y aledaños, Magníficos, siete o más, Hombres y su destino, a pares, y tanta épica moderna, magnífica, y antigua, clásica, con Kane y su Rosebud, con El tercer hombre y sus sombríos apaños, faltan gladiadores y barrios chinos, falta incluso alguna epopeya en prosa muy a lo Hollywood, con misiones y guerras, y anillos y la maravillosa y preterida Fantasía…y los grandes Kirk, Burt, en su OK corral y otras excelencias, tanto falta que debo ya parar y pedir

Perdón por mis muchas ‘faltas’.

1) Mi tío (Jacques Tati) (Mon oncle) (Francia, 1958)

La vi niño y, como dice la canción, nunca podré olvidarla. Creo que comprendí -algo más que entender- que eso sucede en el cine porque el cine es un organismo vivo, que nos aporta sensibilidad y nos transmite belleza…nostalgia…amor…Y tal vez horror y desidia, pero no en esta película repleta de ternura, de detalles que nos hacen pensar, reír, esperar al siguiente. La evolución de la industria cinematográfica ha relegado este tipo de creaciones a ciertas minorías, quizá alguna de corte oriental, como ha empujado al niño y adolescente al videojuego competitivo. En ‘Mi tío’ también hay competición, pero gana el perdedor. Con diferencia.

2) El bueno, el feo y el malo (Sergio Leone) (Il buono, il brutto, il cattivo) (Italia-España-Alemania, 1966)

A pesar de la sobreactuación del ‘feo’ -escribo sin consultar al señor Google, para que no me influya, como dijo Lorca cuando Darío le recitaba: ‘No sigas, Rubén, que me influyes’- y por encima de su maravillosa música, las esperas, los gestos, el silencio y esos puntos de misterio, esta peli me fascinó por razones que el corazón desconoce. A la inversa de Pascal: ‘le coeur a ses raisons que la raison ne connais point- en este caso mi coeur asumió que esa era una de mis favoritas, sin razonamiento complementario. A estas alturas de la reminiscencia creo que hay objetos -como dije al principio de las gentes- que nos atraen, como talismanes. En esta peli te metes dentro y observas de cerca los avatares de la adversa o favorable suerte de los protagonistas, desde el primer momento.

3) El quinteto de la muerte (Alexander Mackendrick) (The ladykillers) (GB, 1955)

Una delicia casi artesanal, que no merece ser tan desconocida, con hallazgos de primera categoría creativa, como la deliciosa ancianita anfitriona y sus creo que papagayos, las sutilezas del gran Guinnes y lo que toca al resto, Sellers incluido, puntos de ironía y de ansiedad, y un final desternillante para la anfitriona que ya quisiéramos tener algunos. La casa, los agentes de policía, los gags algo forzados pero muy asumibles, incluyendo los que exterminan al equipo…

4) El hombre tranquilo (John Ford) (The quiet man) (USA, 1952)

Este ejemplo de cine total se ha colado, gracias a Dios o la providencia o la diosa fortuna, en la lista, porque, creo yo, puede ser reflejo de otros títulos, como algunos de los que he querido mencionar o sugerir en el preámbulo exculpatorio. Es de una íntegra belleza, en los paisajes, en los conflictos, en las peleas, en los diálogos, en los silencios, en los detalles -ese Wayne arrastrando casi a la maravillosa pelirroja, Mauren supongo que se escribe -ya digo que no quiero ver ni en pintura al señor Google ahora- en una escena que regalo a las torpes feministas de salón, y que invade de delicadeza, la paradoja, toda la pantalla. Inolvidable, claro.

5) Horizontes de grandeza (William Wyler) (The big country) (USA, 1955)

Y para abundar, esta obra magna. Prefiero al Peck de ‘Matar un ruiseñor’, pero es que aquí hasta Heston está bien. Los conflictos familiares, personales, sociales, están perfectamente narrados, pero no es eso lo que me fascina de los horizontes, sino los horizontes mismos. Y la pelea, que se espera de un momento a otro, aguarda su momento cumbre, todo medido, excepto la magnificencia del paisaje y los encuadres perfectos de las figuras.

6) Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet) (12 angry men) (USA, 1957)

También la vi de niño o adolescente. Tampoco la he olvidado. Esa lección de cine en una sala, algo tan opuesto, por ejemplo, a la película anteriormente citada, pero que le da, también, una grandeza interior. Es una maravilla aprender cómo algo puede ir tomando posesión de tu voluntad, si no te resistes demasiado, si quieres aceptar que otros puntos de vista son posibles, que lo evidente a veces no es lo auténtico. Yo estaba allí, en la sala del Jurado, en un rincón, expectante, y así me mantuve hasta el final, saliendo al mundo con la conciencia liberada de un posible error mortal.

Paz, piedad, perdón.

7) Ladrón de bicicletas (Vittorio De Sica) (Ladri di biciclette) (Italia, 1948)

Como verán, mi selección es un pelín clásica, pero así es la vida. Recuerdo estas películas que vi joven con mayor impacto en mi formación que muchas asignaturas o lecturas. Y gracias que no se ha colado ‘el gabinete del doctor Caligari’, con la que aún sueño. Es la magia del cine, y en esta peli todo es mágico. La tensión, el dolor, el error, la fuga, el castigo, el cariño. Ni un solo segundo deja de trasladar esa tensión emocional del padre y la filial devoción del hijo. Pero no es sólo, que lo es, entrañable, sentimental, es evocadora, realista, pedagógica, moralizadora, exculpatoria. Me recordó un espacio de la Biblia, cuando David roba los panes de los sacerdotes para dar de comer al ejército hambriento. El pecado se perdona por algo que se llama epiqueya.

8) El guateque (Blake Edwards) (The party) (USA, 1968)

No quiero convencer a nadie de que es una gran película, pero a mí me encantó y me sigue gustando. Tal vez por la sobreactuación de Sellers, que, por una vez, contemplo con deleite e incluso espero durante la farsa demencial de la fiesta. ‘A ver qué pasa ahora’. Y pasaba. Tal vez por la explosión antisocial de tanto protocolo social, por el premio del perdedor, por el camarero borracho…

9) El apartamento (Billy Wilder) (The apartment) (USA, 1960)

Alto, señoras y señores. Apóstrofe con prosopopeya, como dice la preceptiva literaria: “¡Para y óyeme, oh sol, yo te saludo!” Descubran su cabeza, si llevan sombrero. Inclinen su frente, y derramen una lagrimita de comprensión si son sentimentales. Este es un ‘opus magnun’ del cine, y eleva a Lemmon a los altares de la perfección, más allá de tantas de sus glorias, con o sin faldas, con o sin el magnífico Walter. Y Shirley ya nos tiene acostumbrados, aunque esta vez ella y MacMurray se queden un poco por debajo del genio. Y la dirección, y los gestos, los vecinos, las llaves, los espaguetis, l ‘amor que move il sole e l’ altre stelle’.

Y…

10) Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan) (To kill a mockingbird) (USA, 1962)

Cuando yo era pequeño, después de ver esta película, quería ser, de grande, Gregory Peck. Ya he olvidado mucho del guion, de los conflictos raciales y sociales, de la intervención directa del abogado, pero recuerdo a los niños -como los recuerdo en la fascinante ‘Juegos prohibidos’, de Clement- y recuerdo las escenas domésticas, la pipa, la hamaca, las conversaciones que siempre he querido tener con mis hijos. Pero claro, yo no soy Gregory Peck, por si no se habían dado cuenta. Lo que menos me impresionó, paradójicamente, fue la moraleja. Amo las fábulas, los apólogos mejor, en los que son protagonistas seres humanos -he escrito un libro: ‘Fábulas del reino de Xipanya’- pero en esta fascinante historia del mejor cine el acusado es un poco estereotipo, y se percibe con nitidez la superioridad del otro estereotipo. Pero creo que eso lo descubrí después. Entonces me bastó la energía, el entusiasmo, la ética valerosa de esa familia comandada por Gregorio el Pecas, como le llamábamos los niños de entonces.