viernes, 29 de marzo

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Opinión

Vuelve el latifundismo pero esta vez para quedarse

Artículo de opinión de Emilio Nieto López, Primer Decano de la Facultad de Educación UCLM

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El problema de la agricultura ni se ha solucionado ni se va a solucionar con medidas proteccionistas y mucho menos con las propuestas nacidas de las diferentes administraciones que tanto aman a los agricultores y en tanto estima tienen a sus productos, algunos con los mismos precios que hace más de veinte años.

Decía José Pla: los campesinos viven en una geografía bautizada. Pero son los campesinos viejos los que conocen la toponimia de su término municipal, los que saben perfectamente el nombre de los caminos, veredas, lomas, collados, lugares comunes, predios con el nombre de hace miles de años, fuentes y manantiales y no esos nuevos campesinos que llegan de la ciudad y no saben ni dónde se ubican ni porque senda caminan ni de que fuente beber agua y mucho menos dónde quedar con su vecino en medio del campo.

La palabra latifundio procede el latín LATIFUNDIUM que significa explotación agraria de grandes dimensiones. La consideración de un latifundio es muy diferente para un europeo que para un hispanoamericano ya que en Europa un latifundio puede estar compuesto de varios cientos de hectáreas mientras que en América puede llegar a tener más de diez mil. Es cierto que esta palabra o mejor dicho el contenido de esta palabra ha sido no muy bien considerada a lo largo de su historia. Posiblemente porque la creación de los latifundios siempre obedecieron a conquistas militares, colonizaciones de un pueblo sobre otro, invasiones, reconquistas, desamortizaciones, colectivizaciones estatales de la propiedad como ocurrió en el este europeo con los sistemas comunistas.

Todo esto ha ido calando en las conciencias de los seres humanos de tal manera que hasta hoy mismo se considera a los dueños de estos latifundios como usurpadores de la propiedad de todos y por lo tanto esclavizantes de asalariados a los que se les paga poco y cuyos objetivos de vida quedaban apagados por el poder del señor al que deben servir. En definitiva, los más pobres de la sociedad son los campesinos dependientes de un salario y atados para siempre al dueño de todo.

Es verdad que se han hecho miles de reformas agrarias y que ninguna ha cumplido sus objetivos de redención del viejo campesino o del campesino que conoce muy bien su profesión y que trabajaba desde que sale el sol hasta que se pone allá, por el horizonte inalcanzable de la llanura manchega, extremeña, andaluza o castellana y que al final de su vida recibirá la pensión más baja del sistema después de haber trabajado más ninguno otro. Muchas de estas reformas en lugar de solucionar problemas han causado daño, dolor, frustración y, en el mayor de los casos resignación ante la impotencia y el olvido. !Cuántas veces hemos oído decir que la tierra debe ser para el que la trabaja¡ Esto ni es verdad ni nunca lo será porque la tierra está bautizada para siempre y nadie, ni las administraciones, éstas mucho menos, deben engañar al pobre y más si este es campesino.

Pues bien la palabra latifundio, en estos momentos de la historia reciente, ya no es maldita sino todo lo contrario es una solución para los problemas del campo español y posiblemente del campo mundial. Deberíamos tener muy en consideración que en el año 1986 España entra a formar parte de la Unión Europea y por lo tanto, desde ese momento, toda la política agraria de nuestro país es dirigida desde Bruselas y queda al vaivén de los fondos comunitarios. En ese año la población española que se dedicaba a las labores rurales era del 15% y en este momento no supera el 5,3% es decir el campo ha perdido un inmenso potencial de personas que han pasado del campo a la ciudad, empobreciendo muy considerablemente todo lo relacionado con los empleos activos en las estructuras agrarias rurales, pero esta reducción va a más.

Por mucho que se empeñen los políticos, los sindicatos y las asociaciones agrarias en la creación de puestos de trabajo en el ámbito rural, de ninguna manera, lo van a conseguir porque aún no se ha tocado fondo en la destrucción de empleo en este sector importantísimo para la economía española y mundial. No olvidemos que a mediados del siglo pasado una hectárea de terreno rural proporcionaba unos 17 jornales durante todo el proceso de producción, hoy esa misma hectárea no genera ni siquiera una jornada de trabajo. Las explotaciones agrarias han ido creciendo en extensión porque se hacía imposible poder vivir de ellas, de tal manera que en 1999 la extensión media de una explotación agraria era de unas 27,35 hectáreas y en estos momentos supera las 30 hectáreas y sigue creciendo a un ritmo imparable.

La modernización de los medios de producción agrarios está logrando que los pueblos, sobre todo, los pueblos castellanos, vayan desapareciendo de una forma, diríamos , natural porque los verdaderos campesinos o agricultores tradicionales han envejecido y se han visto obligados a dejar sus propiedades en manos de empresas del sector cuyos domicilios pueden estar muy alejados de los pequeños pueblos lo que ocasiona la destrucción muy significativa del espacio rural y de las pequeñas sociedades que vivían del campo.

En el ámbito rural los cereales (trigo, cebada, avena, centeno etc.) representaban a mediados de los sesenta del siglo pasado el 23,8% de la producción final agraria y hoy, en España solamente supone el 10% de esa producción mientras que la hortofruticultura han pasado del 21,2% al 31.1% actual y lo mismo ha sucedido con el ganado de carne. Parece cierto que aquella agricultura tradicional era de subsistencia y por lo tanto adaptada a la pequeña explotación familiar con medios de producción de muy escaso rendimiento. ( Arado romano, pareja de bueyes, o de mulas, la hoz, el carro de varas, el trillo, la limpia por aire etc.)

No debemos olvidar en este proceso de aumento de las extensiones de las producciones agrarias que la agricultura española está subvencionada al 30,8% del valor de la renta agraria y el resto corresponde al valor de las producciones agrícolas y ganaderas como muy bien señala F. Molinero Hernando, catedrático de análisis Geográfico Regional de la Universidad de Valladolid, en su obra: Evolución de la agricultura en España. Tradición Modernización y Perspectivas. Pero a pesar de estas ayudas, la modernización agraria en sus diferentes vertientes ha dado lugar a una enorme e imparable pérdida de activos agrarios cuyos límites son muy difíciles de poder cuantificar en número y en el tiempo.

La mitad del campo español está en venta o en arrendamiento por muy diferentes causas que sería muy prolijo analizar, en estas cortas líneas, que solamente deseo que sirvan para que los gobernantes piensen un poco más en dar una solución viable, si es que el problema agrario, grave problema, lo tiene. No debemos olvidar que aquellas Comunidades Autónomas Españolas con menor población agraria son las que alcanzan las rentas más altas por empleado en agricultura. Si esto es así y queremos el bienestar de nuestros campesinos deberíamos decirles que sobran muchos en el campo y que deben abandonar sus explotaciones agrarias y dejarlas en manos de las grandes empresas agrarias o grandes cooperativas porque su futuro es muy incierto y el de sus hijos mucho mayor.

Parece evidente que la agricultura no puede ser la piedra angular del desarrollo rural en el siglo XXI porque genera, cada día, menos empleos y cada vez tiene menos peso en el campo económico. Todos sabemos, que está creciendo la dedicación a tiempo parcial en el campo en detrimento del empleado a tiempo completo, más aún, la mano de obra que hoy saca a flote la producción agraria española está en manos de emigrantes que acuden a trabajar en los momentos más importantes de la producción agraria.

Se imponen las grandes explotaciones agrarias para la producción de cereales, aceites, vinos y frutas así como las exportaciones pequeñas e intensivas para la agricultura ecológica, marcas de calidad, hortifruticultura, denominaciones de origen, producciones muy específicas y competitivas lo que conlleva, en muchas ocasiones, a que el agricultor deba cambiar su rol de productor agrario por el de jardinero de la naturaleza.

En definitiva querría terminar este acercamiento al problema rural diciendo en palabras de F. Molinero que: Cuando el campo cuente con las mismas condiciones de partida que la ciudad, tendremos posibilidades reales de recuperarlo, desarrollarlo, y de que haya realmente una dinámica positiva.