sábado, 27 de julio

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Opinión

Legalidad, ética y solidaridad para momentos de incertidumbre

Por Fermín Gassol Peco.

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La sociedad tiene hoy perfectamente establecidos para todas las circunstancias y actuaciones que puedan darse un complejo articulado de acuerdos y pactos. Desde un punto de vista legal todo está aquilatado, dando así respuestas a múltiples situaciones de todo tipo; cuando este estado de equilibrio hay que modificarlo, se hace en base a otros acuerdos más en concordancia con las necesidades que la sociedad demanda.

El "diálogo social" ha de someterse obviamente a un lenguaje previo que todos entendamos de antemano porque aquí no valen ocurrencias a posteriori.

Lo legal no hace sino establecer los derechos y los deberes, los espacios de cada ciudadano y de cada colectivo. Digamos que cada situación de legalidad es como una célula situada junto a muchas otras qué si bien limitan llegando incluso a tocarse, en ningún momento entran en conexión una con otra. De esta manera cada célula tiene perfectamente definido su territorio y cometido. Así queda todo muy ordenado aunque no necesariamente comunicado y menos aún entrelazado.

Pero estas células están sumergidas en un recipiente que contiene a todas y presenta su propia dimensión; este recipiente es la sociedad; de esta manera ninguna célula puede salirse de este organismo que la integra y si lo hace muere por inanición. Además de esta limitación de espacio que tal hecho conlleva, la disposición nunca es estática, sino que cada célula tiene vida y problemas propios, es decir que lo legal abarca a personas con libertades y estos límites que en principio parecen inamovibles, en realidad pueden acabar rompiéndose ocasionando necesariamente una intromisión de unas sobre las otras, situación para la que el sistema legal no tiene respuesta, entre otras cosas porque no es su cometido. Para ello de lo único que consta "lo legal" es del poder sancionador pero nunca puede pretender el poder de convicción que está reservado al moral.

Es aquí donde el ser humano ha de tener un talante completamente distinto al que tienen los perros de una rehala cuando uno de ellos escapa de su atadura y los demás lo atacan a muerte. El hombre, como ser inteligente y social está dotado del sentido de relación y debería saber que su razón de ser no es la soledad sino la convivencia. Y es aquí también donde aparece la conciencia de sus actos, la ética de su comportamiento, aquello que por encima de los derechos adquiridos y de las leyes que le amparan, hace que renuncie de manera voluntaria a ese cerco que le protege, en favor de los demás. La libertad muchas veces consiste en renunciar a esos derechos, en beneficio del bien común, sobre todo cuando con este gesto posibilitamos que algunos puedan llegar a tenerlos. Ese es el fin de la solidaridad humana, por eso nos cuesta tanto profundizar en ella con los hechos.