Director: Charles Vidor
Intérpretes: Rita Hayworth, Glenn Ford, George MacReady, Joseph Calleia, Steven Geray, Rosa Rey, Joseph Sawyer, Gerald Mohr, Mark Roberts, Ludwig Donath, Donald Douglas, Lionel Royce, Saul Martell
Sinopsis: Johnny Farrell (Glenn Ford), un aventurero que vive de hacer trampas en el juego, recala en Buenos Aires. Allí lo saca de un apuro Ballin Mundson, el propietario de un lujoso casino, que acaba haciendo de él su hombre de confianza. Un día, mundson le presenta a su esposa Gilda. Su sorpresa no tiene límites: fue ella precisamente quien lo convirtió en lo que es: un ser cínico y amargado.
GILDA fue todo un escándalo en la beata y represiva España de la época, la de finales de los 40, y también en algunas otras latitudes generaría su aquél. Grupos de falangistas llegaron a arrojar cubos de pintura al cartel y tinteros a la pantalla. Lo único que consiguieron quienes tan grotescamente la demonizaron es recubrirla de un aura aún más especial. Pese a estas tristes y accidentadas anécdotas, y seguramente aunque no las hubiera habido, prácticamente ya venía de fábrica con la vitola de película mítica.
Por muchos motivos. Porque en ella salía y siempre saldrá una señora tan estupenda como Rita Hayworth, que aparentemente, tan sólo aparentemente pues vista la película es un dechado de romanticismo y amores incondicionales, encarnaba todos los vicios y pecados imaginados. Y aunque así hubiera sido, creo que muchos no habríamos tenido reparos en disculparlo.
También porque uno de los maravillosos números musicales interpretados por esta desenvuelta –conforme avanzaban los años, estupenda, ahí está por ejemplo PAL JOEY para atestiguarlo- actriz y esplendorosa mujer, PUT THE BLAME ON MAME, constituyó todo un terremoto. Un strip tease atípico, de lo más sugeridor, en el que unos codos al descubierto, desenfundados los guantese, nunca resultaron más eróticos.
Y porque cuenta con un diálogos magníficos, pura dinamita, convenientemente equívocos (mucho se ha hablado de una supuesta relación gay entre los dos protagonistas masculinos), desencantados y soterrada o evidentemente apasionados.
Pero GILDA es, por encima de todo, una historia negrísima y de amor. Negra porque son abundantes los elementos que la entroncan con la mejor tradición del género: luces y sombras, personajes al margen de la ley, tipos de vuelta de todo, sabuesos policiales, tipos de ambigua moral y todos esos ingredientes que conforman una buena parte de su sustancia, parte de ella presente aquí.
De amor porque no resulta nada complicado ecos de esos grandes y turbulentos romances contrariados… por el destino, la fatalidad, las malas o inevitables elecciones y por el propio carácter de sus criaturas. La cuatro años anterior CASABLANCA, bien pudiera haber constituido un modelo al que esta película se ajusta como Hayworth a esos guantes anteriormente mencionados, pero esgrimiendo en todo momento propia y arrolladora personalidad.
Esta propuesta de nombre femenino tiene un segundo que responde al de la actriz que le confiere impagable vitalidad y carnalidad al personaje. El de Margarita Carmen Cansino Hayworth, para las antologías Rita Hayworth, bellísima e irresistible donde las haya. La misma que exclama en un momento dado que “si fuera un rancho me llamaría tierra de nadie”, la que baila de manera atómica y para la posteridad, la que desgrana dos canciones preciosas (no es mi pretensión romper el hechizo, pero realmente fueron cantadas por Anita Ellis), una de ellas la indispensable AMADO MÍO… Rita, una de las mujeres que participó en las más incipientes ensoñaciones de tantos de nosotros, de tantas generaciones.
Por supuesto, para que funcionara perfectamente el triángulo, hacía falta que los otros dos elementos rayaran a gran nivel. Y, desde luego, el partenaire de la chica tiene que encontrarse a su altura. Glenn Ford lo está de sobra como ese recio jugador de nombre Johnny Farrell. Nunca me cansaré de pontificar a este extraordinario actor estadounidense –de origen canadiense-, de la mejor escuela de aquél lugar. Sobrio, sólido, directo al grano, expeditivo, consistente como un Martini seco. De propina, nos regala con la mujer de sus desvelos, una bofetada de doble dirección, que tal vez hoy en día sería considerada políticamente incorrecta.
Formando el tercer vértice, el mejor actor maltés de la historia, residente en Hollywood, Joseph Calleia. Tipo esquinado donde las haya y que genera ambigüedad en todo momento… él y su bastón.
Toneladas de cine, de pasión y mítica son aspectos que siempre encuentro cada vez que me doy una vuelta por esta película toda ella sentimientos a flor de piel que, paradojas de la vida, le puso el nombre al primer experimento nuclear, devastador y explosivo como la susodicha, una bomba que se arrojara en el atolón de Bikini. Si esa fatal energía se revistiera verdaderamente de las fragancias de esta mujer, otro gallo cantaría a la humanidad.
El mejor trabajo de su director, el eficiente Charles Vidor.
Imprescindible.
José Luis Vázquez
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