Director: Blake Edwards
Intérpretes: Audrey Hepburn, George Peppard, Patricia Neal, Buddy Ebsen, Martin Balsam, Mickey Rooney, José Luis de Vilallonga, John McGiver
Sinopsis: Holly Golightly es una bella joven neoyorquina que, aparentemente, lleva una vida fácil y alegre. Tiene un comportamiento bastante extravagante, por ejemplo, desayunar contemplando el escaparate de la lujosa joyería Tiffanys. Un día se muda a su mismo edificio Paul Varjak, un escritor que, mientras espera un éxito que nunca llega, vive a costa de una mujer madura.
“-¿Conoce usted esos días en los que se ve todo de color rojo?
-¿Color rojo? Querrá decir negro.
-No, no se puede tener un día negro porque una se engorda o porque ha llovido demasiado, estás triste y nada más. Pero los días rojos son terribles y en esos momentos lo único que me viene bien es ir a Tiffany´s, porque nada malo me puede ocurrir allí”
Nunca ha salido en la gran pantalla, con la excepción tal vez de JENNIE y MANHATTAN, un Nueva York más resplandeciente, cautivador, con un brillo tan especial como en DESAYUNO CON DIAMANTES… DESAYUNO EN TIFFANY´S, ya saben la célebre joyería, en el original.
Por sus aceras, sus fiestas de alto standing, sus patios de vecindad, sus escaparates, sus rascacielos, sus pequeños apartamentos pululan dos entre otras muchas almas solitarias, Paul “Fred” Varjak y la inolvidable Holly Golightly (en realidad Lula Mae Barnes), una Audrey más Audrey, más sofisticada que nunca.
Salía de un rodaje un tanto tempestuoso, un western de resonancias bíblicas, antirracista y poderoso de John Huston, LOS QUE NO PERDONAN. Tras este mítico papel que aquí me ocupa se zambulliría en otro más áspero y rompedor, el de esa maestra objeto del deseo de su compañera Shirley MacLaine en LA CALUMNIA. Proseguía con un carrerón de no excesivos títulos pero espectacular.
Audrey ilumina la pantalla, le otorga luz, color y distintivo. Su composición de esa impenitente y errática buscadora de felicidad Holy Golightly no tiene precio. Tras esa máscara sofisticada, aparentemente frívola, melancólica, esconde dolor y tremendas ganas de dejar definitivamente atrás un pasado mortificador. Su auto descripción resulta de lo más reveladora, habla por sí sola: “No soy Holly, ni siquiera Lullaby, no sé quién soy. Soy como este gato, somos un par de infelices sin nombre, no pertenecemos a nadie y nadie nos pertenece, ni siquiera el uno al otro”.
Y es que la obra original de Truman Capote en la que está basada esta película, encierra enormes cargas de profundidad, tanto a la hora de reflejar un mundo de sentimientos y personajes sórdidos situados tras un falso oropel, o al describir satírica, despiadadamente a una cierta burguesía intelectual o no neoyorquina. O, aún más importante, aborda lúcidamente la propia condición humana.
Ambos aspectos fueron respetados en espíritu por su director, el genial Blake Edwards. Por supuesto el primero sugiriéndolo o tratando de una manera sutil, delicada pero obvia, pues la fecha de su producción, 1961, todavía no le permitía ser todo lo explícito que quisiera… y más en una gran producción. Y eso que hablamos del país avanzadilla por excelencia, pero ciertos temas eran todavía abordados con pudor o con visión tangencial. Como el de la prostitución, de lujo como en este caso o no, también de la masculina. Ahí está para corroborarlo la relación entre una distinguida Patricia Neal y un joven guapetón George Peppard, el posteriormente popular y televisivo Hannibal Smith de EL EQUIPO A.
El de Tulsa, responsable de otros prodigios como EL GUATEQUE, DÍAS DE VINO Y ROSAS o tantos otros, nos legaría para la posteridad una puesta en escena soberbia, plena de destellos, mucho sentido del humor, amargura y emoción. Tan solo ese comienzo de la protagonista viendo amanecer ante Tiffany´s, o ese momento en el que acude al mismo lugar junto con ese chico que le genera ilusión para solicitar dos alianzas de latón, la imponente secuencia del party, de la fiesta o esa despedida en el autobús del rústico pero bondadoso marido que dejó atrás y que trata inútilmente de recuperarla mientras se desliza una furtiva lágrima, ya bastarían por sí solas para demostrar su enorme talento. Y así se suceden montones de momentos más.
Claro, no podía olvidarme llegado a este punto de su canción emblema, de la canción emblema de mi vida ante una pantalla y en cualquier otro lugar. De ese RÍO DE LUNA, ese MOON RIVER compuesto por unos divinos Henry Mancini y Johnny Mercer (Oscar incuestionable), un tema que unos obtusos productores no querían incorporar y que gracias a la testarudez de Audrey, no nos sería finalmente privado a los amantes de la belleza musical.
Esta obra son palabras mayores. Además, estamos hablando de tal vez el personaje por excelencia de su trayectoria… y ya es difícil elegir. De mi novia inmortal, JENNIE o LAURA aparte, de una mujer etérea y terrenal, grácil y ensoñadora, divertida y elegante, tierna y delicada, vitalista y ensimismada. Y, como casi siempre, vestida inmejorablemente por Givenchy, indistintamente con encanto juvenil y elegancia más madura, pero siempre irradiando magnetismo, belleza y distinción.
Menudo plano final se nos regala, sin que falte gato, claro. No pierdan ripio de su reencuentro bajo la lluvia. Esto, sencillamente, es CINE, así, como está escrito, con unas mayúsculas descomunales.
José Luis Vázquez
©2024 Ciudad Real Digital | www.ciudadrealdigital.es