Estreno en Royal City

 

Un hombre para la eternidad (1966)

Director: Fred Zinnemann

Intérpretes: Paul Scofield, Wendy Hiller, Leo McKern, Robert Shaw, Orson Welles, Susannah York, Nigel Davenport, John Hurt, Corin Redgrave, Colin Blakely, Cyril Luckham, Jack Gwillim, Thomas Heathcote, Yootha Joyce, Anthony Nicholls, John Nettleton, Eira Heath, Molly Urquhart, Paul Hardwick, Michael Latimer, Philip Brack, Martin Boddey, Eric Mason, Matt Zimmerman, Vanessa Redgrave

Sinopsis: Para divorciarse de su esposa Catalina de Aragón (hija de los Reyes Católicos y tía del emperador Carlos V) y contraer matrimonio con Ana Bolena, Enrique VIII (1509-1547) trata de obtener el apoyo de la aristocracia y del clero. Sir Thomas Moro, uno de los más notables humanistas europeos ("Utopía", 1516), ferviente católico y hombre de confianza del monarca, se encuentra en una encrucijada: ¿debe actuar de acuerdo con su conciencia, arriesgándose a ser tachado de traidor y ejecutado, o debe ceder ante un rey que no tiene ningún reparo en adaptar la ley a sus necesidades? (FILMAFFINITY)

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

“Cuando los hombres de Estado se olvidan de su propia conciencia y la anteponen a sus deberes públicos, conducen a su patria por el camino más corto hacia el caos” (Thomas More/Tomás Moro)

“Si viviésemos en un estado en que la virtud fuera rentable, el sentido común nos haría santos. Pero como el odio, la ira, el orgullo y la estupidez dan mucho más beneficio que la caridad, la modestia, la justicia y el pensamiento, tal vez debemos estar firmes… aún a riesgo de ser héroes” (Thomas More/Tomás Moro)

 

Fue con toda justicia la gran y contundente triunfadora de los Oscar de 1966, entregados el 10 de abril de 1967 –ya saben, siempre se conceden lógicamente a año vencido- en el Santa Monic Civic Auditorium de Santa Monica, California, en una ceremonia que tuvo como maestro de la misma al legendario Bob Hope. Si acaso tan solo la extraordinaria EL YANG TSÉ EN LLAMAS podría haberle hecho sombra, pues ni las estupendas ¿QUIÉN TEME A VIRGINIA WOOLF?, ¡QUÉ VIENEN LOS RUSOS! o ALFIE, las otras candidatas a mejor película, llegaban a su excepcional altura.

La conocida en Latinoamérica como EL HOMBRE DE DOS REINOS, o si me ciño a su estricto título original, UN HOMBRE PARA TODAS LAS ESTACIONES (resulta algo más terrenal o ligero el término, algo menos trascendente que con el que fuera rebautizada en España de ETERNIDAD), trata fundamentalmente de la dura pugna vivida por el canciller, filósofo, abogado, hombre ilustrado donde los hubiera y humanista Thomas Moore (Tomás Moro) y el rey inglés Enrique VIII, dada la intención de éste de que avalara su divorcio de Catalina de Aragón para poder casarse con Ana Bolena. Claro, este sería un resumen un tanto breve y reduccionista, pero es sin duda el detonante de fondo.

Y aunque estos tiempos sean otros bien diferentes, en esencia de lo que trata este resonante y aclamado éxito crítico y comercial en su momento, es sobre alguien, un individuo, fiel a sus creencias (religiosas), a su conciencia (por encima de su propia vida), paradigma sin duda para los habitantes del planeta en la actualidad.

Pero su discurso es de mayor calado que el derivado de la mera “anécdota” o excusa matrimonial. Estamos ante un tipo –como Unamuno, en otra onda y registro- fiel a su palabra, a cumplir las leyes (¿les suena ante el actual estado de las cosas en la España de hoy en día?), objetor de conciencia, enemigo firme de la corrupción del poder autoritario derivado en totalitario.

Hablo del mismo personaje que publicara una obra fundamental, UTOPÍA, escrita en 1516. Término al que le otorgara carta de naturaleza, pero no exactamente –o estrictamente- contenido, pues en su caso no lo atribuyó explícitamente como sinónimo de perfección u objetivo inalcanzable. Eso sí, en la misma crea una comunidad ficticia basada en ideales filosóficos y políticos del cristianismo y del mundo clásico. Pero nada más me extenderé en este asunto que no es exactamente el meollo de lo que esta obra narra.

Ese duelo real, histórico, fue llevado a platós contando con el intérprete de la obra original en el West End y Broadway, el eximio y –en el mejor sentido del término… y en cuanto a su fundamental bagaje profesional también- teatral Paul Scofield en el rol de Tomás, y con un joven Robert Shaw (futuro componente de TIBURÓN una década después) dándole réplica como el arrogante, soberbio monarca.

Scofield (inicialmente se había pensado en Richard  Burton y Laurence Olivier) ocupa permanentemente el foco y la atención, pero le rodean, entrando y saliendo alternativamente en escena, un reparto verdaderamente impresionante de actores preferentemente británicos (Leo McKern como Cromwell, Susannah York como su hija, Wendy Hiller como su esposa, John Hurt en su primer papel de cierta relevancia, una breve y bellísima Vanessa Redgrave como Ana Bolena), con alguna excepción norteamericana, como ese inenarrable Orson Welles encarnando al gordinflón Cardenal Wolsey (Alec Guinnes fue el primero en quien se pensó).

Supone este elenco un ejemplo mayúsculo del placer de la actuación en conjunto armonioso. A resaltar como momento cumbre de esto que cuento, la larga secuencia del juicio, cuyo texto sería recreado a partir de las actas que se conservan del mismo.

Si el interpretativo es un aspecto clave, conviene resaltar la importancia de un guion primoroso del grandísimo Robert Bolt, repleto de frases, diálogos y reflexiones memorables, difíciles de olvidar aunque sean complicadas de retener por la cascada continua de todas ellas.

Y luego está la exquisita dirección de otro de los innumerables grandes de Hollywood, el de SOLO ANTE EL PELIGRO, 2 Oscar en su haber por DE AQUÍ A LA ETERNIDAD (de nuevo la palabreja de marras) y por el concedido por este trabajo… A los cuales habría que sumar dos más por el cortometraje de un rollo de 1938, THAT MOTHERS MIGHT LIVE, y por el documental corto BENJY de 1951.

La producción obtuvo otros cinco más por mejor película, guion adaptado, actor protagonista –Scofield-, vestuario y fotografía, y dos se quedaron en puertas, actor de reparto –Shaw- y actriz de reparto –Hiller-.

La banda sonora o partitura de Georges Delerue desprende un hálito triste y recoge admirablemente el tiempo en que transcurre, con oportunos toques de pompa y circunstancia.

No puedo dejar de destacar también su dirección artística, su vestuario y unas espléndidas localizaciones de exteriores.

Por otra parte, quede constancia de que no es una película de acción precisamente sino de contemplación, de bellísima contemplación. Me parece importante este matiz para que nadie se llame a engaños.

Y, desde luego, tengan por seguro que en todo momento irradia luz, finura, inteligencia, sobriedad de la mejor escuela, belleza, dilemas morales… Recupero para concluir un atinadísimo comentario del colega Teo Calderón, aunque en mi caso llevado a una mayor magnificencia, “una valiosa obra teatral puesta en imágenes con sabiduría y pulcritud en la  que se cuidaron al máximo todos los aspectos formales”.

José Luis Vázquez

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