Estreno en Royal City

 

Uno, dos, tres (1961)

Director: Billy Wilder

Intérpretes: James Cagney, Pamela Tiffin, Horst Buchholz, Arlene Francis, Liselotte Pulver, Howard St. John, Hanns Lothar, Leon Askin, Ralf Walter, Karl Lieffen, Hubert von Meyernick, Red Buttons

Sinopsis: Época de la Guerra Fría. C.R. MacNamara, representante de una multinacional de refrescos en Berlín Occidental, hace tiempo que proyecta introducir su marca en la URSS. Sin embargo, en contra de sus deseos, lo que su jefe le encarga es cuidar de su hija Scarlett, que está a punto de llegar a Berlín. Se trata de una díscola y alocada joven de dieciocho años, que ya ha estado prometida cuatro veces. Pero lo peor es que, eludiendo la vigilancia de MacNamara, la chica se enamora de Otto Piffl, un joven comunista que vive en la Alemania Oriental. (FILMAFFINITY)

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

Toda la obra de Billy Wilder es una manifestación permanente de su espíritu crítico y libre No solía casarse con nadie, atacaba a diestra y a siniestra e incluso al centro. Y arremetía con una gracia imbatible a la propia condición humana, aunque a veces ésta acabara redimiéndose gracias a algunas de las mejores luces y sentimientos que también la adornan. Siempre he mantenido que, tras esa fachada escéptica y corrosiva, era un incurable sentimental… aunque no en esta ocasión precisamente.

Pero si una película refleja ejemplarmente ese espíritu esta es, sin duda para mí, ONE, TWO, THREE. Arrea al comunismo, a los soviéticos; arrea al ordenancismo, a esa atosigadora eficiencia germánica a y a rescoldos nazis. Y arrea a los suyos sin contemplación alguna, a los yanquis, al capitalismo salvaje. Lo hace sin piedad alguna pero con un arma prácticamente invencible: el humor.

Esto último lo ejecuta principalmente a través de un personaje memorable, el señor Macnamara (un enérgico y arrollador James Cagney, cuya interpretación viene pautada por los acelerados chasquidos de sus dedos: uno, dos, tres), representante máximo de Coca Cola en la antigua Alemania Federal, es decir, la realmente democrática (y no la otra, que se denominaba así), que trata de introducir tan emblemática bebida en el mismísimo avispero de sus enemigos más odiados, los rusos. Con lo cual queda claro que por encima de ancestrales rivalidades lo que cuenta primero es el dinero (lo había anticipado décadas antes con enorme lucidez el mismísimo Quevedo, otro ilustre satírico). No se olvide que estamos en pleno auge de la Guerra Fría (finalizando el rodaje Wilder se levantó una mañana con el muro levantado atravesando el corazón de la capital germana), lo cual acrecienta aún más el mérito de este proyecto… y de su extraordinario resultado final.

A la vez tiene que pechar con la alocada hija de su patrón, que encima se enamora de un recalcitrante comunista del otro lado. Y ya tenemos con todo esto el gran tomate, la tormenta perfecta.

El vertiginoso ritmo, unos actores portentosos y exquisitamente dirigidos, una historia repleta de ingenio y acidez o unos gags memorables, como el de Liselotte Pulver –la secretaria sexy- bailando la Danza del Sable de Kachaturian subida una mesa mientras es jaleada por camaradas soviéticos o esa propaganda en forma de globo –“russki go home”- que endosan a la moto con sidecar del joven cachorro ideologizado Horst Buchholz (como anécdota indicarles que la foto que figura en su lápida pertenece a su personaje en esta película), son factores determinantes para poder manifestar que esta es una de las comedias más redondas de toda la historia del cine

Y aunque pudieran no reírse a carcajadas, algo que encuentro francamente difícil, seguro que podrán disfrutar del talento, de la brillantez de unos diálogos que no tienen desperdicio alguno, ni tan siquiera las comas. Encontrarán dardos envenenados para todos y todo. E inagotable diversión. Resulta hilarante de principio a fin. Curiosamente, constituyó todo un fracaso en el momento de estreno (tal vez en ello tuviera que ver decisivamente que no estaba el horno para bollos respecto a la situación internacional). Sucesivas reposiciones, principalmente vía televisión, la acabaron poniendo en el destacadísimo puesto que se merece en la historia.

Abróchense bien abrochados los cinturones, no sean que se vayan a descoyuntar en el trayecto. Y ya saben, la vida a ritmo de chasquidos es muchísimo más entretenida… aunque estén en juego cuestiones fundamentales como la propia supervivencia (profesional, física o vital).

Apostilla: 

Decía Billy Wilder que existen 2 tipos de personas, las que hacen todo por dinero y las que lo hacen casi todo. En 1961, poco antes de la construcción del muro de Berlín, el genial cineasta nacido en Galitzia, Sucha (antiguo Imperio Austro Húngaro, ese que tanto le fascinaba a otro genio, este español, Luis García Berlanga) tenía 55 años pero ya poseía una visión sobre el ser humano bastante desencantada. Buena prueba de ello es esta maravilla de la comedia titulada UNO, DOS, TRES. El comenzar con esa reflexión suya viene a cuento porque sustancialmente lo que aquí se viene a decir es que todo el mundo tiene un precio, desde los más pragmáticos capitalistas, algo que se da por descontado, hasta los más enfebrecidos revolucionarios marxistas o laristócratas venidos a menos.

Y también que todo el mundo miente o finge para salir adelante. No queda a veces otra en la vida. Miente el comercial de la coca-cola para salvar su puesto de trabajo, miente el antiguo nazi convertido en asistente para no asumir un pasado terrible, miente la chica malcriada por amor…  miente todo Dios. Bueno, no tanto la señora MacNamara, alter ego del propio cineasta, de una lucidez y socarronería descacharrantes y a prueba de maridos infieles.

El caso es que esta otra obra maestra de Wilder continúa plenamente vigente y moderna, tal y como suelo decir de tantos clásicos norteamericanos con su firma o con la de otros extraordinarios coetáneos  suyos. Y es que según vuelvo a revisar su obra, va cambiando mi película favorita suya. En realidad lo son prácticamente todas, aunque haya dos que emerjan ineludiblemente, que su fulgor siempre felizmente me deslumbre: EL APARTAMENTO y CON FALDAS Y A LO LOCO.

Además, maestro cuando tuvo que pasarse al color, lo había demostrado igualmente manejando el cinemascope y el blanco y negro. Esta vuelve a ser una constatación. En este caso utilizado por su colaborador Daniel L. Fapp, justamente nominado a un Oscar, el único al que aspiraría de los tantos a los que se hubiera hecho candidata o merecedora.

Y quien quiera saber lo que es RITMO cinematográfico creo que lo mejor serían que evitaran cualquier teórica, que vieran esta maravilla. Es de tal envergadura y frenético que no da tiempo a asimilar diálogos punzantes y situaciones. Su in crescendo, sin sombra de decaimiento alguno, va pautado por la célebre DANZA DEL SABLE del georgiano de origen armenio Aram Khachaturian. Llega a su punto álgido en esa enloquecida –unos pintando escudos, otros probándose sombreros- carrera en taxi hacia el aeropuerto.

Pero para secuencias memorables ese baile de lo más insinuante de una rompedora Lilo Pulver en presencia de unos embobados camaradas soviéticos dispuestos a pasarse al capitalismo más puro con tal de obtener sus favores. Ya ven, no solo el dinero nos descoloca. Hay más cosas.

También se invoca a Wagner en la divertida secuencia del doctor alemán comunicando el embarazo. Pueden encontrarse con otras muchas referencias culturales de toda índole salpicando su desarrollo.

Alguien alguna vez me preguntó que la resumiera en breves términos. Sorprendentemente he recuperado esas palabras publicadas en su momento en mi Facebook (para mi dicha me salí de esta red social hace cinco años): Sputniks, camaradas soviets, Coca-Colas, ejecutivos agresivos, secretarias explosivas, chicas malcriadas y alocadas, esposas guasonas e inteligentes, puertas de Brandenburgo, globos con yankis go home, puros habanos, cohetes, diversión inmejorable…

Supongo que la escena inicial tuvo que ser añadida tras el levantamiento del muro de Berlín durante el transcurso/o finalizando el rodaje.

Memorable. Para los anales.

José Luis Vázquez

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