14/03/2020
Esto no debería ser así, pero es como la vida. Hoy me hubiera gustado escribir sobre mi amigo Javier, el director de investigación del Hospital, pero esto se acaba, la arena se me escapa entre los dedos. Ya no hay tiempo, como sucede con la vida real. Os digo adiós o hasta pronto.
En esto he sido constante y puntual semana tras semana durante casi tres años y he conseguido aguantar hasta el final: que me cierren antes de irme. Sobre este tiempo sólo tengo palabras de agradecimiento a los que me leéis. Pese a críticas aceptadas, excesos y errores, me hubiera gustado tener una gran imaginación para inventar historias. No es mi caso, simplemente he escrito sobre vosotros. Quizás, por no perder el hábito ni la modesta parroquia, escriba semanalmente en un blog al que quizás tengáis acceso, pero eso no es lo importante ahora. Queda una última historia, una última carga de la caballería.
Y obviamente esta es una historia sobre el último romántico. Sobre una historia de más de veinte años de vivir (o malvivir) de la cultura, sin red, en un país en el que esto es imposible. Hablo de José Luis Vazquez. La historia de un loco que se enamoró del cine y de la vida bohemia y que soñó con vivir de la materia con la que se fabrican los sueños. Nació en tierras del norte, pero llegó a enraizarse tanto en esta tierra como para ser procesionado por una multitud, disfrazado de obispo y lanzando soflamas fordianas y billetes falsos preparados para la ocasión. Desde aquellos tiempos de la movida, siempre pusiste al cine y a tu coherencia de pensamiento por encima de la lógica, de tu salud, o de lo que te aconsejaban tus amigos.
Fruto de aquel estilo insano de vida, bohemio, elegido, el inmenso legado escrito de tres décadas de cine: el diario de un cinéfilo compulsivo. Dudo francamente que en España ni en otro país exista una actividad cultural como esa, prolongada a lo largo de treinta años. El reflejo preciso del mundo a través del cine y a su vez de la historia de Ciudad Real. Daría como para seis volúmenes y no dudéis en que algún día será una obra de referencia, porque cuando los hechos se convierten en leyenda, se imprime la leyenda.
Durante una pequeña etapa de ese recorrido he tenido el privilegio de ser colaborador aquí y he podido confirmar lo que intuía: la enorme legión de amigos incondicionales que tienes. Quizás reconocemos en ti la valentía y la locura de intentar ser y hacer lo que nosotros haríamos si fuésemos valientes. O locos. Pero hay personas que escuchan con especial claridad su voz interior, y la tuya te decía que tenías que ir a Lordsburg. Aunque sepas que vas a perder, da igual; sigues luchando. Es difícil de explicar la forma en la que tantas personas se coordinan para preocuparse por lo que tú muchas veces no te preocupas. Hasta para hacer colaboraciones gratis y con ellas un periódico en estos tiempos en los que casi siempre el dinero está por encima de todo. Porque tú le darías un enorme fajo de billetes a una pelirroja para que lo quemara, fijo. Adiós dote.
Y con esa actitud también se despiertan envidias y malas experiencias con gente aprovechada de la que va caminando por el mundo (y lo que sigue) que decía Machado. Los años pasan, y ahora te vas con las manos vacías, como tantas veces. Es la vida del feriante o de los que trabajan los surcos del celuloide. El problema es que la película que ahora protagonizas es un western crepuscular, pero siempre te ha importado poco. A seguir cabalgando, y si hace falta sujetando las riendas con los dientes para poder desenfundar con las dos manos.
Me gustaría que fueses un poco más práctico y que te quisieras más, pero sé que no me vas a hacer caso. Porque sospecho que no vas a cambiar. Una pena que no sepamos valorar la cultura en este país y esta ciudad en la que una de cada diez cabezas piensa y nueve embisten. Así es la vida. Poco tengo que decirte, cabalga con el sol a tu espalda. Bueno, si acaso confesarte que la historia tu vida parece una jodida película del maestro John Ford, la del último rebelde. La del último cinéfilo.
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