Barricada Cultural

 

09/12/2019

La espía que no me amó

por Fernando Aceytón Sorrentini

Soy uno de los niños de la Guerra fría. No hay discusión posible. La llamada crisis de los misiles entre EEUU y la URSS prácticamente saludó mi nacimiento. Nunca el mundo estuvo más cerca de irse al garete. A partir de ese momento entramos en la época dorada del espionaje. Y se acuñó una figura que para mí siempre tuvo reminiscencias míticas: el espía ruso. El cine tuvo mucho que ver en la definición de esa figura de contornos borrosos, pero tan sofisticada como letal. Y no se crean, su poderío es tan grande que han llegado hasta hoy, haciendo de las suyas con paraguas con punta impregnada de polonio en escenarios tan sugerentes como los salones de té de los hoteles de lujo londinenses. Su presencia es tan poderosa que hasta el presidente ruso Vladimir Putin ha sido agente del KGB. Su prestigio se vio reflejado en nuestros juegos infantiles. En mi pandilla éramos tan fans de la cosa que trascendimos el clásico policías y ladrones para llegar al más glamuroso y cosmopolita juego de espías, cuyo teatro de operaciones se extendía por todo el barrio. La finalidad de la aventura consistía en hacerse con alguna botella de Schuss o de Mirinda en uno de los múltiples bares que sazonaban el terreno y que sustituía de forma muy conveniente a las ojivas nucleares o maletines de plutonio tan al uso. Ni que decir tiene que todos los participantes íbamos vestidos à la page, con jerséis negros de cuello alto que para sí hubiera querido Sean Connery. Por supuesto, los nombres “de guerra” formaban parte fundamental del attrezzo. Mi nombre, en concreto, era Dimitri Alexandrovich, y mi alias la mamba negra. Letal sí que era: me pimplaba todos los botellines de refresco que caían en mis manos.

Y mientras los niños soñábamos con ser espías, los de verdad llevaban ya tiempo dedicados a sus juegos mortales. Leo ayer un sorprendente reportaje acerca de la posibilidad de que Albert Camus estuviera detrás de su muerte. No hay nada más absurdo que morir en un accidente de tráfico, declaró el Premio Nobel el día 3 de enero de 1960. Al día siguiente el deportivo Facel Vega FV3B conducido por su editor Michel Gallimard se salía de la carretera a cien kilómetros de París al perder el editor el control del coche en una recta, bajo la llovizna y a 180 Km/H. En 2011 el escritor italiano Giovanni Catelli ya advirtió en el Corriere de la Sera de que el escritor había podido ser asesinado por el KGB. En 2017 se publicó en España su ensayo Camus debe morir y ahora se amplía la investigación que se publica en varios países europeos con el título La muerte de Camus. Al parecer Camus estaba en el punto de mira de los servicios de inteligencia soviéticos desde que en 1956 se mostrara absolutamente crítico con la invasión de Hungría. Catelli se ha basado para sus investigaciones en las declaraciones efectuadas por el poeta y traductor checo Jan Zébrana en el año 1980. La orden partió, parece ser, de Dimitri Shepilov, ministro de asuntos internos de la URSS. Supuestamente, armaron el neumático con una herramienta que eventualmente lo atravesó cuando el automóvil circulaba a gran velocidad. Las fuentes son fiables. El letrado italiano Giulano Spalazzi comunicó a Catelli que el abogado francés Jacques Vergès conocía el apaño. Las evidencias cantan.

El vino recomendado esta semana es un Rioja, qué menos cuando me encuentro en estos momentos en esta maravillosa tierra. En concreto Finca La Emperatriz Reserva 2014. Un vino serio y con una muy buena relación calidad-precio. Austero pero muy armónico. Hay frescura con la madera bien integrada y los taninos suavemente presentes. Claro perfil de gran Rioja.

Sigan con salud.

 

Foto: jescudos.com

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