Doscientos artículos con éste… Más de cien mil palabras escritas sobre esta aventura americana que emprendimos hace seis años, y una vida entre medias. O una vida a medias entre lo que habíamos vivido en España y todo lo que hemos ido aprendiendo, lo que hemos crecido, y lo que hemos encogido…
Hemos crecido en determinación, en resolución y en conocimiento. Hemos aprendido que hay mil maneras de hacer las cosas bien, y también mal. Que da igual el idioma que hable la gente buena, porque siempre lo entiendes, y que todos, en algún momento, juramos en hebreo. Y nos hemos vuelto de lo más creativo: desde inventar nuevas palabras en spanglish a buscar sustitutivos para cocinar y que las cosas sepan más o menos a España. Más o menos.
Hemos encogido nuestros prejuicios, el miedo a lo desconocido y al cambio. También algunos jerséis en el camino por culpa de la secadora, y una talla o dos de ropa ahora que nos hemos apuntado a la “moda de lo sano”, que dicen aquí. O sea, quiero decir que hemos vuelto a los básicos de la dieta mediterránea, pero con algunas adaptaciones a Texas. Porque, aunque ya sabéis que lo de la comida es otra historia, hay cosas aquí que sí están muy ricas…
De lo mejor de esta experiencia, los amigos descubiertos, la gente que probablemente no habrías conocido nunca de seguir en España y que, sin embargo, marcan un antes y un después. Son amigos que se convierten en familia, amigos que son como hermanos (sobre todo para Jorge). Y luego están también los compañeros, el maremágnum de culturas en el trabajo, de experiencias, de carreras y especialidades, reuniones que te enseñan mil cosas, visiones y opiniones que te enriquecen y, por qué no, nunca dejan de sorprenderte.
Si alguien me hubiera dicho hace doscientos artículos, cuando escribí aquel primer “A lo grande”, que me iba a adaptar (relativamente) a vivir aquí, que iba a estar trabajando en lo mío, que iba a hablar (¡y entender!) el inglés texano o que iba a saber diferenciar los tipos de barbacoa, no le hubiera creído. De hecho, sólo hay que leer los artículos del primer año para ver cómo, y con qué escepticismo, me asomaba a la vida americana.
Está bien que la vida te dé lecciones, y me alegro de que, a lo largo de este tiempo, mi visión corta o sesgada se haya ido ampliando. Pero hay cosas que no pueden cambiar… y por eso el mayor “pero” de esta experiencia es estar tan lejos de la familia. Pesan y entristecen el corazón las despedidas cada 4 o 5 de enero y cada 8 o 10 de agosto, las celebraciones vividas a distancia, la vida que discurre al otro lado del charco, las canas que van apareciendo y las arrugas que van marcando un camino sin retorno. Como ya he dicho alguna vez, nunca te acostumbras...
Pero aquí seguimos, seis años, doscientos artículos, cien mil palabras, una y mil historias después. La vida pasa y cambia y el tiempo hace de las suyas. Por eso he decidido que es hora de cerrar esta ventana, cerrar el círculo que empecé en 2014, para centrarme en esta experiencia vital a este lado del charco. Seguiré coleccionando momentos, pensamientos y palabras. Y seguiré mirando todo con la curiosidad y el “ojo manchego” que tan claramente muestra mis raíces.
Por eso también he elegido la foto que ilustra estas líneas. Me acordé de ella este verano y pasé parte de las vacaciones de Navidad buscándola, para confirmar mis recuerdos. En ella estamos mis padres y yo en el despacho de un señor de mi pueblo allá por 1983, y por si no se aprecia bien, lo que hay a la derecha casi detrás de mi padre, es una bandera de Estados Unidos. La historia sobre qué hacía esa bandera en Infantes a principios de los 80 y cómo acabamos nosotros en la foto daría para algunas líneas más, pero no caben aquí hoy.
Me despido con la sensación que tuve al volver la foto, la de que el destino hizo una de las suyas y con esa bandera de barras y estrellas, un símbolo inverosímil en el lugar de la Mancha, me daba una pista de la que sería una de las experiencias más importantes de mi vida.
No se equivocaba