viernes, 26 de abril

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Haciendo las américas

Miami

por Lola Romero (Houston)

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Miami nos recibió con un sol espléndido y una temperatura veraniega muy agradable a finales de noviembre, sin multitudes, porque no es temporada alta ahora, dicen, pero con la vitalidad y alegría que, también dicen, suele caracterizar a sus habitantes.

Y es que es otro rollo y todo va a otro ritmo. Más lento, pero más feliz, más “disfrutón” y, sí, alegre. No deja de ser Estados Unidos, por supuesto, y por eso destacan los rascacielos del centro, que colocan a Miami como la tercera ciudad con edificios más altos tras Nueva York y Chicago, el centro de negocios internacional y, en general, un espíritu emprendedor y abierto. Pero muy mezclado está todo esto con el espectáculo, el exceso, las mansiones y los coches de alta, altísima gama, el culto al cuerpo en Miami Beach (la zona playera de la ciudad), los clubes nocturnos, los cruceros y los yates de lujo que se apilan en el puerto, la gente con muchas ganas de fiesta y, en general, horarios muy relajados y pocas prisas.

También destaca Miami por presentar algo más de historia de lo que es habitual a este lado del Atlántico, ya que fue uno de los primeros lugares que pisaron los españoles en Norteamérica: se pueden visitar “marcas históricas” como el yacimiento conocido como “Círculo de Miami”, un misterioso círculo de piedra de unos 2.000 años de antigüedad, o la preciosa propiedad del palacio Vizcaya, de principios del siglo XX, con sus ricos y exclusivos muebles y otras piezas originales.

Pero como si hubiera varios “Miamis”, hemos descubierto también la “Pequeña Habana”, donde sólo se habla español, se juega al dominó y los cafés y restaurantes cubanos presumen de tener las mejores empanadas, frijoles, “puerco” y café. Y apenas dos manzanas sirven para viajar en el tiempo y pasar de las casas bajas de colores chillones y los sones caribeños en directo al futurista Distrito de Brickell, con sus torres de diseño ultramoderno, altísimas y sofisticadas, sus parques y jardines urbanos a la orilla del río que da nombre a la ciudad y sus centros comerciales especializados en marcas de lujo y restaurantes y terrazas de moda.

Y apenas cruzando un puente, Miami Beach recibe con sus edificios de Art Déco y fotografías de las fiestas exclusivas de los años 40 y 50, donde gánsteres, actrices, cantantes y magnates bebían y bailaban hasta el amanecer. Y, por supuesto, la playa de aguas azules y cálidas y arena clara. Extensa, luminosa, amplia, cuidada... ¿qué más?

Podría seguir, pero no quiero olvidarme de la comida, de la variedad, de los sabores... Como los del restaurante Gianni’s, con su cocina de base italiana y fusión caribeña, alojado en la mansión de Gianni Versace y donde se puede degustar el menú en el comedor del fallecido modisto o en el jardín de su piscina, en el patio de la casa estilo florentino... O los del “laboratorio” Tuyo, con sus patatas bravas, la salsa de cebolla negra y el foie con polvo de café. Pero también hemos probado el pavo de Acción de gracias, buena pasta italiana o las auténticas empanadas cubanas.

Y me dice mi hijo que no me olvide de los caimanes. Los vimos muy de cerca en los Everglades, un humedal protegido con una importante reserva de vida autóctona, como los caimanes y las garzas, y que, salvando las distancias, me recordó bastante a las Tablas de Daimiel en sus mejores años.

Podría seguir… Miami era una de nuestras ciudades pendientes en Estados Unidos, y no nos ha decepcionado. Los contrastes, los sabores, el spanglish, un poco de historia, naturaleza y playa... todo suma en esta ciudad multicultural, puerta de las Américas al mundo.

 

Foto: Atardecer en Miami, Perfecto Álvarez.