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La película de la tele

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El gran McLintock ()

Director: Andrew V. McLaglen

Intérpretes: John Wayne, Maureen O'Hara, Yvonne De Carlo, Patrick Wayne, Stefanie Powers, Jack Kruschen, Chill Wills, Jerry Van Dyke, Edgar Buchanan, Bruce Cabot, Leo Gordon, Robert Lowery, Hank Worden

Sinopsis: El señor McLintock (John Wayne), un gran terrateniente gruñón pero generoso, recibe la visita de su esposa (Maureen O'Hara), una mujer de fuerte temperamento, que se fue a vivir a Nueva York, porque no podía soportar el estilo de vida de su marido.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 4 estrellas

Este jueves 23 de julio a las 19:50 h. en Paramount.

Durante la década de los 60 John Wayne interpretaría numerosos encargos “alimenticios”, los cuales hoy en día muchos de ellos se revelan como producciones de considerable encanto y de lo más distraídas.

Una de las primeras, EL GRAN McLINTOCK, dirigida por el vástago de uno de los actores fordianos por excelencia (el inevitable sargento Victor McLaglen de la Trilogía de la Caballería, el tozudo hermano pelirrojo de EL HOMBRE TRANQUILO),  a su vez compañero de rodajes y correrías del grandullón actor, es una de las más divertidas, significativas y conseguidas.

No sé muy bien por qué siempre he recordado esta película por contener un delirante diálogo entre Wayne y un viejo y amistoso indio, al que creo que con el paso del tiempo he trastocado levemente en mi memoria. Aquél que incluye algo parecido o sugerido como “hacer muchas lunas que no nos emborrachamos juntos”.

Pero me gustan otras muchas cosas. Por ejemplo, el reencuentro casi quince años después, tras RÍO GRANDE y la ya citada EL HOMBRE TRANQUILO, de la mítica pareja formada por el actor y la indómita pelirroja Maureen O´Hara. Un pocomás entraditos en kilos, pero igual de vitalistas, replicones, socarrones, temperamentales y arrasadores.

Entre ellos o con (más casi que contra) otros, las peleas descacharrantes se alternan con lances de todo tipo, tanto en el barro a tutiplén como persecuciones maritales por poblados del lejano Oeste, pasando por rodeos o complicadas subidas por escaleras tras monumentales cogorzas.

Resulta un espectáculo muy gratificante y cómplice, complicidad que se transmite al patio de butacas, o como en este caso, a la butaca del salón (si disponen de un pantallón, el gozo es completo). Es de lo más reconfortante y ligera, proporcionando en dosis generosas risas, sonrisas y encontronazos blancos, al amanecer o al atardecer, verdaderamente a granel durante dos saludables horas.

Como secundarios figuran, entre otros, el segundo hijo en la vida real del propio Wayne, Patrick, jóvenes y posteriores estrellas televisivas como la mona Stefanie Powers o la más veterana y otrora reina del technicolor Yvonne De Carlo.

No creo que defraude en absoluto a los amantes del género en su vertiente más comediante. Y conste que  así como en Europa no acabó de cuajar pese a contar con una taquilla respetable, en Estados Unidos está considerado eso dado en llamar un título de culto.

Algunos le han reprochado un supuesto y discutible machismo.

 

José Luis Vázquez