Director: Icíar Bollaín
Intérpretes: Javier Gutiérrez, Anna Castillo, Pep Ambrós, Manuel Cucala, Miguel Ángel Aladrén
Sinopsis: Alma es una chica de 20 años que quiere enormemente a su abuelo, quien lleva años sin hablar. Cuando el anciano se niega también a comer, la muchacha decide recuperar el árbol milenario que la familia vendió contra su voluntad. Para tal empresa embarca a su tío, un hombre perjudicado por la crisis, a su amigo Rafa y a todo el pueblo. Ahora hay que encontrar en qué lugar de Europa está el olivo plantado… y devolverlo a su sitio.
Entran ocho estrenos en la cartelera de Las Vías, pero me da la sensación de que las distribuidoras han escogido este fin de semana, previo a una nueva edición de La Fiesta del Cine, para sacar su material más de derribo y así no desgastar, abaratadas, las perlas de la corona. Por eso, elijo para este viernes como película “estrella” la que me parece que se aleja más de esos criterios pese a su modestia presupuestaria, EL OLIVO. Me deja gélido, me parece bienintencionada sin más, me provoca indiferencia su contemplación, es insuficiente.
Casi siempre me ha interesado bastante el cine de la madrileña Icíar Bollaín, (a la que descubrí por primera vez, en su faceta de actriz, siendo adolescente, con la que tal vez sea mi película favorita del cine español, EL SUR), desde que debutara en 1995 con la curiosa e interesante HOLA, ¿ESTÁS SOLA? Pero si tuviera que destacar dos trabajos por encima de todos, esos serían sin duda de ningún tipo, FLORES DE OTRO MUNDO y TE DOY MIS OJOS. Tras Gracia Querejeta es mi directora autóctona favorita. Eso sí, su última aportación hasta la fecha, KATMANDÚ, UN ESPEJO EN EL CIELO, me generó fatiga, cansancio, apatía, previsibilidad.
Me vuelve a suceder con EL OLIVO. Coincide ello prácticamente desde que iniciara colaboración profesional con su pareja en la vida real y guionista casi oficial de Ken Loach, el a veces demasiado obvio en sus reivindicaciones Paul Laverty. Y de eso vuelve a pecar aquí. Sus símbolos, su metáfora me resulta demasiado obvia, elemental. Algo que resulta patente, sobre todo, en esa réplica en miniatura de la Estatua de la Libertad, paseada en camión por media Europa.
Casi todo me resulta excesivamente machacón. Su diatriba, encubierta en intimismo de escasa pegada, a favor de la ecología, de la lucha contra las grandes corporaciones, de reivindicación de las raíces familiares, no me llega, se me hace escasa, sin fuste. Si se aborda como “road movie” es muy poquita cosa, banal, intrascendente, insuficiente, no me deja ningún tipo de huella.
Los actores, algunos tan estupendos como Javier Gutiérrez, gritan demasiado, me acaban resultando un tanto cargantes. No me parece la mejor labor de Bollaín al respecto. Ese hecho sucede bastantes veces en la cinematografía española. Y si no se es Tennessee William, puede llegar a molestar demasiado.
Algunas secundarias, o episodios, como el de las blogueras alemanas, están insertadas como pegotes. No aportan nada, dilatan una trama ya de por sí inane, que no avanza, mortecina.
La labor de puesta en escena es tosca, sin enjundia, sin ningún elemento diferenciador aunque sea en su mínima expresión. Espero que la cineasta no haya entrado en barrena, tal como le suele suceder a tantos compatriotas suyos, de Juanma Bajo Ulloa hasta Isabel Coixet, pasando por Álex de la Iglesia o, más intermitentemente, Pedro Almodóvar, felizmente renacido con JULIETA.
Que el veterano Manuel Cucala, actor no profesional, en este caso no le otorgo relevancia, lo consiguen cada día cualquier respetable documento televisivo de La 2 de TVE o de alguna cadena especializada en ponerle un micro a gente del pueblo.
José Luis Vázquez