martes, 19 de marzo

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Estreno en Royal City

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Días de vino y rosas ()

Director: Blake Edwards

Intérpretes: Jack Lemmon, Lee Remick, Charles Bickford, Jack Klugman, Alan Hewitt, Tom Palmer, Jack Albertson, Debbie Megowan

Sinopsis: Joe Clay, jefe de relaciones públicas de una empresa de San Francisco, conoce durante una fiesta a la bella Kirsten Arnesen. La muchacha se muestra cautelosa al principio, debido a la afición de Joe a la bebida, pero después sucumbe ante su simpatía y se casa con él.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

El brillantísimo guion de J. P. Miller para DÍAS DE VINO Y ROSAS (DAYS OF WINE AND ROSES) había sido motivo del episodio piloto de  un drama televisivo, dirigido por el potente cineasta John Frankenheimer en 1958. Cuatro años más tarde, el mismo autor lo adaptaría para la gran pantalla, pero la Warner decidió cambiar al maestro de ceremonias por un relativamente joven director y guionista, aunque ya de lo más prometedor y consolidado, Blake Edwards. Se reveló todo un acierto, pues el de Tulsa conseguiría una de sus más magistrales obras, una de las varias que jalonarían su filmografía.

La rodó en 1962, tras haber realizado el año anterior la mítica DESAYUNO CON DIAMANTES, el mismo que CHANTAJE CONTRA UNA MUJER y al siguiente LA PANTERA ROSA. Menudo trienio, solo comparable a los que solían ser habituales en el de los más grandes maestros del Hollywood dorado.

El Festival de San Sebastián la recompensaría con la Concha Plata y recibiría numerosas nominaciones más en otros apartados, como en el referido a sus intérpretes principales. Hollywood la distinguió con un Oscar a la mejor canción, compuesta por Henry Mancini y Johnny Mercer. Obtendría cuatro nominaciones más.

Todos estos preámbulos para destacar que considero a DÍAS DE VINO Y ROSAS la mejor película filmada jamás sobre el alcoholismo, junto con DÍAS SIN HUELLA de Billy Wilder.

Y lo es, entre otros motivos, porque aborda el asunto de una manera intensa, desoladora y realista. Mostrando algo parece que evidente pero que aquí adquiere una plasmación traslúcida. Y es que está en uno mismo, dependiendo de la voluntad de cada uno, el que se pueda salir de las garras de ese monstruo implacable, adictivo, seductor y devorador con forma líquida.

El proceso de enganche, la manera en que sus protagonistas van accediendo al placentero infierno de la bebida, comienza de manera festiva, hasta alegre, con tono de comedia sofisticada para ir adquiriendo paulatinamente las formas del más devastador de los dramas.

No se ponen tiritas. Su tono sombrío y desgarrador resulta lacerante. Momentos como en el que Lemmon destroza el invernadero  en busca de una botella, el trompazo que se atiza contra un cristal al principio o la visita al hotel de Remick poseen una fuerza expresiva demoledora.

No deja de constituir también una radiografía de cierto ejecutivo americano que bien podría haberse escapado de alguna historia de Billy Wilder, de EL APARTAMENTO sin ir más lejos, otra producción de la misma época.

Puede que no sea casualidad el nexo de unión que supone su protagonista, Jack Lemmon, el cual lleva a cabo un trabajo memorable. Pasa de registros alegres o festivos a otros que destilan dolor, tristeza y angustia. Le da réplica una bellísima y sensacional Lee Remick, en su mejor papel para la gran pantalla, junto al de la esposa sensual de Ben Gazzara en ANATOMÍA DE UN ASESINATO.

Secundarios como Jack Klugman, Jack Albertson o Charles Bickford (el padre de ella, uno de los patriarcas de HORIZONTES DE GRANDEZA), contribuyen decisivamente a conformar un reparto irreprochable.

Transmite una maltrecha, una amarga sensación, lo buscado por sus responsables, y su final deja un afligido poso.

Seguro que tras su visionado, les continuarán acompañando en la memoria durante mucho tiempo, probablemente para siempre, sus espléndidas imágenes en blanco y negro de Philip Lathrop y esos hermosos, agridulces compases musicales que conforman su extraordinaria banda sonora.

Obra maestra.

José Luis Vázquez