jueves, 28 de marzo

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Estreno en Royal City

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La octava mujer de Barba Azul ()

Director: Ernst Lubitsch

Intérpretes: Gary Cooper, Claudette Colbert, David Niven, Edward Everett Horton, Elizabeth Patterson, Herman Bing, Franklin Pangborn, Rolfe Sedan, Armand Cortes, Lawrence Grant, Lionel Pape

Sinopsis: Michael Brandon (Gary Cooper) es un millonario malcriado y mujeriego que ha tenido siete esposas, todas atraídas por su fortuna. En una tienda de la Riviera conoce a Nicole de Loiselle (Claudette Colbert), pero en un principio ella le rechaza. El caso es que Nicole, hija de una familia de nobles franceses venidos a menos, decide, a instancias de su padre, aceptar finalmente la proposición de matrimonio de Brandon, pero deja claro que lo hace sólo por su dinero... (FILMAFFINITY)

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

Un arranque en unos grandes almacenes de la Costa Azul a propósito del reparto de las dos piezas de un pijama, no solamente resulta en sí mismo magistral, sino que ya pone en situación ante el carrusel de situaciones, lances y elementos divertidísimos y singulares que se desplegarán a continuación. Entre otros: el deletreo al revés de la  palabra Checoslovaquia, una bañera Luis XIV, Venecia, un puente de Praga, Shakespeare y su FIERECILLA DOMADA, el efecto cebolla, una playa de la Riviera, arroz, un boxeador noqueador, música de violines, una anciana y enérgica tía carnal en silla de ruedas, un detective privado y un hospital psiquiátrico.

Aquí pueden volver a encontrarse con Ernst Lubitsch en estado puro, por mucho que fueran varios los que consideraron LA OCTAVA MUJER DE BARBA AZUL como una de sus obras menores. Cierto que la rodó entre dos de sus cumbres (en realidad, toda su carrera lo fue), ÁNGEL y NINOTCHKA, ésta última supuso la primera vez que la mítica Greta Garbo se reía en pantalla, pero con la perspectiva que otorga el tiempo, ninguna de las dos la eclipsa en absoluto, en todo caso suman y se complementan en su diversidad.

Volvería a tirar de elegancia infinita, sugerencia, mordacidad, ironía, gracia, efervescencia, ingenio, imaginación y diversión de la buena y fina. Y a utilizar las elipsis con las puertas como sustancia artística de primera. O un sofisticado vestuario descriptor de estados anímicos.

No puedo estar más de acuerdo con lo expuesto por aquel crítico del The New Yorker sobre sus películas, válido por tanto para esta en concreto, “son como sorbos de champán en un mundo cervecero”.

Les cito dos ejemplos para dar fe de ello. Por un lado, como concluye ese inicio mencionado; por otro, el alusivo a la cláusula y dinero que el protagonista tendría que pagarle a su mujer en caso de divorcio. Y es que al fin y al cabo no deja sino de suponer otro brillantísimo e interminable  capítulo en la “guerra de sexos” y otra demostración del poderoso carácter de la figura femenina en su cine. De hecho, ella acaba trastocándole el concepto que el protagonista tiene de la vida y de las propias mujeres.

La pareja en cuestión es la formada por Gary Cooper y Claudette Colbert. El primero da un recital tirando de pasmosa naturalidad. La segunda también, pero hace de la sofisticación fortaleza a prueba de V2.

Si encima le acompañan comparsas tan descacharrantes como Edward Everett Horton, el apartado interpretativo no puede resultar más impecable, en la que constituye –la dirección de actores- al fin y al cabo otra de las marcas de fábrica de su autor. Atención igualmente a la aparición de un joven David Niven.

Resulta obligado destacar que supuso la primera colaboración del Billy Wilder en compañía del inseparable durante muchos años Charles Brackett. Juntos acabaron legando “tonterías” del tipo de DÍAS SIN HUELLA, la citada NINOTCHKA, EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES, SI NO AMANECIERA o BOLA DE FUEGO.

La comedia de enredos, de malentendidos que entre ambos se marcaron no tiene desperdicio por ninguno de sus costurones. Desprende encanto, chispa e “inteligencia y sentido de la observación” como muy bien ha apuntado Carlos Aguilar. Le ponen en bandeja de plata a Lubitsch un material de primera que éste potencia hasta límites siderales, hasta poder llevar al espectador al regocijo, el asombro, la diversión, el pasmo y el puro desopile.

José Luis Vázquez