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Estreno en Royal City

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Sucedió una noche ()

Director: Frank Capra

Intérpretes: Clark Gable, Claudette Colbert, Walter Connolly, Roscoe Karns, Jameson Thomas, Ward Bond, Eddy Chandler, Arthur Hoyt, Alan Hale

Sinopsis: Ellie Andrews, una joven y caprichosa heredera, consigue escapar del yate de su padre, que la había encerrado para evitar su boda con un hombre poco recomendable. En el autobús que coge, con destino a Nueva York, conoce a Peter Warne, un simpático y atractivo reportero, que busca una buena historia. El azar y las circunstancias unirán a Ellie y a Peter en un accidentado y divertido viaje. (FILMAFFINITY)

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

La vigencia 85 años y después de esta obra maestra de la comedia romántica está fuera de toda duda. En un tiempo de titulares el que los espectadores jóvenes parecen  mostrarse cada vez más alérgicos a los textos elaborados, los diálogos inventivos y a otras cuestiones relacionadas con la palabra y la escritura, supone un bálsamo redescubrir o revisar esta película atemporal.

Que, además, a fecha de 2019 mantiene el récord de ser una de las tres únicas que ha conquistado los 5 Oscar denominados más importantes. Esto es, película, director, actriz, actor y guion. Las otras dos con las que lo comparte son ALGUIEN VOLÓ SOBRE EL NIDO EL CUCO y EL SILENCIO DE LOS CORDEROS. Ahí es nada el triunvirato.

Seguramente, si no el primero, sí es uno de los primeros exponentes, el más oficializado visto con la perspectiva que otorga el paso del tiempo, de lo que se vino a denominar “screwball comedy”, o lo que es lo mismo, comedia enloquecida, frenética, protagonizada por un personaje femenino fuerte, situaciones a veces absurdas y diálogos afilados y veloces como un vendaval. Aquí tienen pues uno de sus títulos fundacionales.

No pierdan de vista el contexto en el que transcurre, que presenta apuntes, láminas de marcado carácter denunciador o cuestionador. Hace gala de alguna manera de conciencia social. Fíjense si no en esa madre y en ese hijo que pasan hambre o en esa pintura de urbanitas adinerados.

Pero alejándome de formalismos o tecnicismos más o menos rigurosos, si tuviera que pasarla por el filtro de los recuerdos, de lo que queda, tras numerosos visionados de la misma, la resumiría en lo siguiente: en una historia de amor pese a lo disparatada absolutamente creíble y con tremenda química, en un esclarecedor viaje por carretera y en autobús, en insinuaciones sexuales puede que hoy en día más que superadas pero de inequívoco e irresistible encanto, en esas particulares “murallas de Jericó” que dividen una habitación estrecha, en esa falda levantada para hacer autostop, en la definitiva bajada de defensas de dos personajes contrapuestos, en la simulación de fingir ante detectives ser un matrimonio bien avenido o en ese torso desnudo del protagonista que parece ser provocó la bajada en la venta de camisetas interiores. Porque con el arte suele ocurrir que lo que nos queda en la memoria no son historias lineales, sino destellos, flashes, momentos, puzzle.

Basada en NIGHT BUS, una historia de Samuel Hopkins Adams, el genial Frank Capra, tras convenientes y estupendas reescrituras de texto por parte de su habitual colaborador Robert Riskin, volvió a conseguir insuflarle una vitalidad, un optimismo y hasta un sello personal. Configurado principalmente en lo técnico a base de largos y espléndidos planos fijos en los que los actores se desenvuelven con gracia y fluidez, alejado por tanto en esta ocasión de los habituales planos contraplanos que solían ser norma.

Y eso que tuvo que lidiar con una actriz, Claudette Colbert, que le detestaba, que accedió finalmente a protagonizarla poniendo algunas condiciones salariales y artísticas y tras haber sido rechazado el papel por una considerable parte de las grandes y estelares actrices del Hollywood de la época (1934): Miriam Hopkins, Myrna Loy, Carole Lombard, Loretta Young, Margaret Sullavan, Constance Bennett y Bette Davies (Jack L. Warner se negó a prestarla a Columbia). Tampoco Gable fue el inicialmente previsto, sino Robert Montgomery. Y acabó siendo prestado por Metro Goldwyn Mayer a Columbia casi como “castigo” por no haber querido interpretar una producción en su estudio de contrato.

De hecho, en SUCEDIÓ UNA NOCHE salvo tal vez su director, fueron pocos los que creyeron en este proyecto, ni tan siquiera el todopoderoso productor Harry Cohn. Colbert llegó a confesar a sus amigos tras finalizar el rodaje que había hecho la peor película del mundo. Cierto que sus desavenencias con Capra venían de largo, de siete años antes cuando coincidieran en un proyecto en el cine silente. Hasta tal punto era su poca fe que el día de la entrega de los Oscar tuvieron que sacarla literalmente de un tren que había tomado para pasar unos días de asueto.

El caso es que ahí queda para la posteridad su memorable trabajo (como caprichosa, pero vulnerable millonaria... o socialité, que queda más fino), el de Gable y el de una corte impagable de formidables secundarios como Roscoe Karns (el vendedor ambulante), Alan Hale (el conductor del coche), Charles C. Wilson (el editor del periódico) o Wallter Connolly (como el padre de la novia). Y el de todos quienes participaron en esta chispeante e ingeniosa comedia que supone no solo un divertimento insuperable, sino un agudo retrato de las relaciones, del matrimonio, entre otras varias cuestiones puestas sobre el tapete.

Fue filmada en Thousand Oaks, California. En Argentina se la conoce como LO QUE SUCEDIÓ ANOCHE, título que por una vez no dista en exceso del aquí rebautizado, a su vez bastante fiel respecto al original. Dos de sus fans más acérrimos fueron Hitler y Stalin ¡Qué cosas!

Imprescindible. De encanto inmarchitable.

José Luis Vázquez