Director: Peter Weir
Intérpretes: Harrison Ford, Kelly McGillis, Danny Glover, Josef Sommer, Lukas Haas, Jan Rubes, Alexander Godunov, Patti Lupone, Viggo Mortensen
Sinopsis: En su primer viaje a Philadelphia, Samuel Lap, un niño de una comunidad "amish", presencia por casualidad el brutal asesinato de un hombre. John Book (Harrison Ford) será el policía encargado de protegerles, a él y a su madre, de quienes quieren eliminar al niño sea como sea. Cuando Book se entera de que el asesinato está relacionado con una trama de corrupción en el seno de la policía, decide refugiarse en el poblado amish.
Uno de los clásicos incontestables de la década de los 80, una de las tres mejores producciones cinematográficas del año 1985 y una de las historias de amor más bellas de la historia del cine. Una historia de amor, conviene aclarar, no consumada y si acaso por ello más intensa y misteriosa aún.
Cuando escribo esta crónica, sábado 16 de diciembre de 2017, treinta y dos años la contemplan. Parece mentira, diría que fue ayer. Pero sus ecos, sus imágenes jamás me han abandonado, pues este poema amoroso y violento está trufado de momentos inolvidables.
A modo representativo citaré cinco. Ese casi inicial en el que un crío presencia un brutal asesinato en los lavabos de una estación de tren. Otra sería el de la construcción del granero -a ritmo de Maurice Jarre- con el que se acaba por otorgar carta de naturaleza al enamoramiento entre Harrison Ford (el rudo policía John Book) y la dulce viuda amish (Kelly McGillis nunca estuvo mejor). El tercero, el puñetazo que atiza a Ford a unos jóvenes provocadores, todo un contraste con la pacífica naturaleza de sus anfitriones. El cuarto es el “transgresor” baile de la pareja en el establo a ritmo de Sam Cooke y su inolvidable y –atentos a la letra- revelador WHAT A WONDERFUL WORLD.
El quinto es ese definitivo no cruzar el umbral por parte de Harrison Ford ante la contemplación de una Rachel desnuda de cintura para arriba en el umbral de su dormitorio. De ahí esa frase posterior por parte de él: “Si hubiéramos hecho el amor ayer, tendría que quedarme… o te tendrías que ir”.
Para definir ese progresivo acercamiento cuánta importancia cobran y se otorgan las miradas. Qué fundamentales acaban resultando cuando están tan extraordinariamente construidas como es el caso. Y no solo las entabladas entre ambos sino también con el abuelo, con el personaje de Alexander Godunov (el pretendiente “oficial”) o las transmitidas por ese chaval de ojos de los más expresivos.
Y me vuelven a parecer fundamentales los detalles. Como la utilización que se hace de esa cofia “amish”. Ella la deja cuando va al encuentro apasionado de su amado… y se la vuelve a poner cuando se aleja definitivamente.
A este y a otros respectos, la dirección de Peter Weir volvería a mostrarse exquisita. Procedente del país de los canguros, había labrado allí una corta pero brillante filmografía (PICNIC EN HANGING ROCK, LA ÚLTIMA OLA, GALLIPOLI) que facilitó su primer encuentro con la industria hollywoodiense que se había producido tres años antes de este trabajo, con la igualmente espléndida EL AÑO QUE VIVIMOS PELIGROSAMENTE. En las dos ofrecería todo un recital de sugerencia, tacto y sensibilidad.
Además, saca relucir algo que ha sido una constante en su carrera, las diferencias, los choques interculturales. O el contraste entre atrocidad e inocencia, reflejado en ese niño que se ve obligado a presenciar tan horrendo crimen.
Pero no se olvide que todo ello parte de un primoroso guión de William Kelley, Pamela Wallace y Earl W. Wallace. Un texto inteligentemente centrado más en los personajes que en el proceso o la trama propiamente criminal, sin ser por ello ésta desdeñada, ni mucho menos. Creo que esa mezcla de romanticismo, acción y tensión funciona a las mil maravillas. Y tras tres décadas esas virtudes permanecen inmarchitables.
Tampoco se descuida el humor, oportuno y apaciguador en algunas situaciones. Como esa en la que Ford se pone a ordeñar por primera vez a una vaca y Eli Lapp le pregunta si “nunca había tenido una teta entre sus manos”, a lo que el primero responde “no una tan grande”.
Ni más ni menos a que ocho Oscar estuvo nominada, entre ellos el de mejor película, dirección o actor –algo no muy frecuente en la carrera de Harrison Ford, de hecho, no volvería a repetir jamás, aunque sí en los Globos de Oro con el “remake” de SABRINA, EL FUGITIVO y LA COSTA DE LOS MOSQUITOS, su siguiente trabajo bajo las órdenes de Weir-, obteniendo finalmente dos, el de guion y el impecable montaje concedido a Thom Noble.
Entre esas nominaciones figura la fotografía de John Seale, verdaderamente brillante, con ese contraste de grises urbanitas y luminosidad rural. También fue candidato Maurice Jarre por su hermosísima banda sonora, patente en ese momento anteriormente citado de la puesta en pie del granero (por cierto, el tipo al que se lo construyen es un jovencísimo Viggo Mortensen: es lo bueno que tiene recuperar obras del pasado, se puede descubrir a muchas incipientes estrellas en sus comienzos).
Una película por la que no pasa el tiempo, atemporal, excepcional. Que se remata con una frase preciosa y oportuna exclamada por el patriarca: “Ten cuidado con los ingleses”.
José Luis Vázquez