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Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

Jueves, 18 de octubre

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Foto: una escena de Smallfoot/Smallfoot

-Sexto y último estreno de este fin de semana visto este miércoles, SMALLFOOT (SMALLFOOT). De nuevo otra producción animada, de ciertas hechuras y vuelos:

Sin constituir algo definitivamente especial o rompedor, me supone una de las producciones animadas más –nunca mejor dicho, disculpen la reiteración- animosas y alegres vistas por este informador en lo que se lleva de 2018. Sin duda, las dos mejores hasta la fecha son LOS INCREÍBLES 2 (mi favorita rotunda para la próxima edición de los Oscar e ISLA DE PERROS). Ni mucho menos llega a la altura de estas dos, pero cuenta con un puesto destacable en la cosecha de este año.

Es también un tanto audaz al insertar una serie de números musicales, incluyendo un elocuente rap, que en este tiempo que estamos viviendo casi constituye un riesgo (solo la divina LA LA LAND ha sido últimamente una bendita excepción a la regla). Y todos ellos tienen gracia, ritmo, desenvoltura y texto… que muchas veces nos olvidamos de este aspecto en las letras de las canciones y también me parece muy importante.

No se queda en eso SMALLFOOT, pues tras sus pliegues sonoros y fácilmente vistosos, esconde una serie de contenidos que no por elementales dejan de tener su calado. Y no se olvide otra cuestión importante en la que acierta, su buen tino a la hora de construir gags no por socorridos y alguno previsible, bastante efectivos en su conjunto.

La cosa va de la relación entre no ya del yeti (el famoso hombre de las nieves), sino de una comunidad entera de ellos, y los seres humanos. Su premisa bien podría ser que el temor no solo nos pertenecería a nosotros, sino que sería recíproco, pese a que nos ganen con diferencia en fuerza y tamaño. Pero el temor al otro, al diferente… es el temor, da igual la diferencia de estatura u otras cuestiones.

Dentro de estos presupuestos absolutamente fantásticos –el género ya lo es en sí mismo- no deja de tener su aquél y sus cuotas imaginativas.

Y trata con bastante acierto asuntos tan comunes para niños, adultos o criaturas fantástica cómo la importancia de la curiosidad para combatir el miedo. Creo que ese –y conste que es un término que no me suele gustar utilizar- mensaje puede hacer mucho bien a los más menudos de la casa… y a cualquiera. Al respecto, su final resulta de lo más esperanzador y emotivo.

Ojo, también el hecho de que en plena era Trump introduzca el hecho de un pueblo que se limita a distorsionar la historia y a vivir limitado a sus propias fronteras, murallas o cómo prefieran denominar.

Y conste en acta que la supuesta gravedad o seriedad de estos contenidos está hábilmente empaquetada, sin constreñir su apariencia ligera y festiva. Otro acierto más.

A título anecdótico y patrio, destacar que la historia en que está basada, YETI TRACKS, es obra del justamente prestigioso animador español Sergio Pablos.

Pose la rara gracia de ser social y fiestera, de imbricar ambas tendencias sin que el resultado resulte latoso.

Frase:

“Solo hay algo más poderoso que el miedo: la curiosidad”.

-Después de reflexionarlo estos tres días y valorar el poso dejado, COLD WAR pasa a ser mi estreno favorito de 2018, en una terna en la que se encuentran en un puño LA FORMA DEL AGUA, TRES ANUNCIOS EN LAS AFUERAS, LOS INCREÍBLES 2, THE RIDER y CAMPEONES. Habría un puñado más, pero estos son los destacados, los del pelotón de cabeza. Sin duda, es una de las historias de amor más fascinantes vistas en los últimos años:

Parece una película –felizmente- fuera de tiempo y lugar y, sin embargo, resulta de lo más actual y ubicable. Por algo tan fuera de moda como el contar una enorme, gigantesca dentro de su asumida intimidad (que acaba erigiéndose en reflejo de toda una sociedad, un continente), historia de amor. Y por supuesto, por hacerlo de manera magistral, sin que nada me parezca impostado o forzado, pese a la apabullante borrachera de belleza estética, visual, que regala.

Se sumerge en una de esas relaciones pasionales, abrasivas en la que el uno no puede vivir sin ella, y viceversa, pero tampoco parece que puedan vivir juntos. Se narran sus encuentros, desencuentros, arrebatos, ataques de celos, desesperantes necesidades del otro.

Y el tiempo y el lugar sí cuentan, sí tienen importancia y son condicionantes para que sus sentimientos avancen. Estamos inicialmente en la Polonia devastada por la guerra de 1949, bajo la égida del feroz y dictador papá Stalin. Un pianista y compositor trasiega por ambientes rurales en busca de captar danzas y folklores para honrar al régimen y a las supuestas virtudes del absolutista partido (no creo que haga falta la precisión… pero comunista).

En una de esas incursiones conoce a una joven rebosante de gracia y de gran belleza, condenada por haber apuñalado a su padre al "confundirla" éste con su madre.

La ambientación, asfixiante, represora, está perfectamente lograda. No hace falta añadir énfasis, ni maniqueísmo alguno, ni tan siquiera el siempre aniquilador revanchismo. Incluso hay un atisbo de añoranza nostálgica, no del régimen por supuesto, sino del momento vivido.

El blanco y negro empleado ya por Pawlikowski con la citada IDA le vuelve a sentar de perlas a la historia. Y es que el período que refleja, el que se vivió en España también, tiene adjudicado el marco de esos dos colores y de la infinita gama de grises que conlleva su cruce. Como si ello fuera el lacre otorgado a quienes lo vivieran, como si el color hubiera sido extirpado del cerebro y la memoria.

Y pocos como el cineasta polaco para reflejar estados de ánimo desoladores, devastadores. Tanto los puramente referenciales como los experimentados por los amantes.

Tiene todo ello aún más mérito al transitar caminos más que trillados, tópicos hasta la exasperación, pero que bajo el objetivo de su cámara cobran una dimensión nueva, única, especial, hipnótica.

Su manejo de las elipsis o de la composición de planos resultan prodigiosas. O cómo dirige a sus actores, Tomasz Kot (hacía tiempo que no veía a un tipo llevar tan elegantemente un abrigo… ahí están antecesores como Joseph Cotten, Dana Andrews, Cary Grant o Paul Newman) y una deslumbrante, resplandeciente, intuitiva y hermosísima Joanna Kulig. Están inmensos los dos. No parece que estén interpretando, sino que parecen captados por un pequeño ojo de buey de sus propias y verdaderas existencias.

Dedicada por el cineasta a sus padres, cabe intuir que algunos de los pasajes expuestos responden a una realidad, cierta o parcial. En cualquier caso, daría lo mismo, pues todo desprende verdad.

Como colofón, un memorable y poético final… con lo que nada estoy destripando, pues no indico si es bueno o malo, pero sí reitero que es inolvidable.

Inevitable no conmoverme ante sus imágenes, su calado emocional, su música siempre presente, por esas calles y garitos de París de humo, nostalgia y esperanzas frustradas.

Apostilla:

Su belleza es cegadora, hiriente, de las que deja poso para siempre. Esta segunda vez que veo COLD WAR (ajustado título) en un margen escaso de tiempo, apenas una semana, vuelve a sacudirme y fascinarme tanto o más que la primera.

Ahora reparo todavía más en la hermosura de sus imágenes. Por ejemplo, ese paseo en una especie de Bateau mouche de los que recorre el Sena y esa instantánea fugaz de amantes besándose en la penumbra de las orillas.

Y consigue de nuevo transmitirme el frío y la intemperie de una época asfixiante en lo moral y en lo físico. Vibro otra vez con ese Rock alrededor del reloj, un tema que rompe la languidez y melancolía que recorre a la historia y a sus personajes, que sirve de momento casi catártico, el único tal vez –aparte de las apariciones del coro o de las canciones que ella interpreta, pero estas son otra cosa- de una historia en el fondo profundamente triste.

La importancia de la música, de las letras de lo que cantan, se me revela otra vez fundamental.

Está filmada primorosamente por un poeta que no necesita de drones ni aparatosos movimientos de cámara para componer sus delicados, fascinantes y sugerentes planos.

Remato con una frase suya a propósito de esta película: “Parece siempre imposible, pero el amor es hermoso”. Y también puede resultar terrible, añadiría.

Memorable e inolvidable epílogo.