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Barricada Cultural

 

El trágico destino de los hijos de los Reyes Católicos

por María Delgado

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Si hubo una familia que tuvo todo lo necesario para llegar a las más altas cotas de poder, influencia y riquezas, ésta fue la de los Reyes Católicos, padres de cinco hijos a los que proporcionaron una magnífica educación y concertaron para ellos los más adecuados enlaces matrimoniales. Sin embargo, la tragedia se cebaría en estos cinco infantes, y el recién reunificado reino hispano se vería pronto abocado al cambio de dinastía, con la llegada de los Austrias.

La hija primogénita, Isabel, se casó con el príncipe Alfonso de Portugal, pero su boda duró apenas unos meses, al fallecer Alfonso tras una fatal caída del caballo. De regreso a España, la joven pretendió dedicar su vida a la religión, pero las conveniencias políticas del reino la llevaron de nuevo a Portugal, para un enlace con el nuevo rey, Manuel. El matrimonio volvió a ser efímero, ya que la joven reina falleció al poco de dar a luz a su primogénito, Miguel de la Paz, que también fallecería, antes de llegar a cumplir siquiera dos años, frustrando con ello los planes de los Reyes Católicos de unir en una misma corona todos los reinos peninsulares.

El único hijo varón, el príncipe Juan, se casó con Margarita de Austria, de la que se enamoró locamente; y tanta y tan apasionada era su actividad sexual que logró asustar con ello a su propia madre, que creía que de allí no iba a salir nada bueno para la frágil salud de Juan. El joven falleció al poco tiempo, y quedaría para siempre en la leyenda como el príncipe que murió de tanto amor.

La infanta Juana, tristemente apodada la Loca, también se enamoró profundamente de su esposo Felipe de Austria, pero tuvo un matrimonio lleno de infidelidades y maltratos que la llevaron a tener problemas mentales (que no locura, sino tal vez depresión), y a acabar apartada del poder, recluida durante largas décadas, hasta su muerte siendo ya una anciana.

María, la cuarta hija, es quizá la más desconocida. Fue la que tuvo la vida más sencilla, aunque no por ello exenta de dolores. Al fallecer su hermana Isabel, sus padres se apresuran a casarla con el viudo Manuel de Portugal, temerosos de perder la amistad y la influencia en el reino vecino. María hubo de convivir con un hombre que todavía lloraba a su anterior esposa, y le dio muchos hijos, que la desgastaron prematuramente, falleciendo a los treinta y cuatro años.

Y finalmente, Catalina, prometida de Arturo de Inglaterra, que no llegaría a consumar su matrimonio con este príncipe, y tras pasar unos años angustiosos recluida en Inglaterra por su suegro, que no deseaba devolver la dote de la infanta, logró desposarse con el hermano menor de Arturo, Enrique VIII. Tuvo un matrimonio feliz al principio, pero el infortunio de no lograr que ninguno de sus hijos varones sobreviviese a la infancia, sembró la semilla de la discordia, siendo finalmente repudiada por el cruel Enrique, que fue capaz de sacarse de la chistera una nueva religión de Estado, para así poder divorciarse y tomar como mujer a Ana Bolena de la que se había encaprichado. Catalina pasó encarcelada, denigrada y empobrecida sus últimos años, siempre con la angustia de haber sido separada de su única hija viva, María, a la que además su padre había declarado bastarda.

Todo un ramillete de desgracias para una familia que no merecía tan trágico final. Lo tuvieron todo, y lo fueron perdiendo poco a poco. Sólo podemos imaginarnos qué distinta hubiese sido la Historia si el pequeño Miguel de la Paz hubiera sobrevivido para heredar toda la península ibérica, o si alguno de los hijos varones de Enrique VIII y Catalina hubiese sobrevivido a la infancia, y no se llegase a separar de Roma la Iglesia anglicana.

¡Nos leemos!

 

Foto: rtve.es