sábado, 19 de abril

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Barricada Cultural

 

El valdepeñero de Macondo

por Ignacio Gracia

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Hace un tiempo conocí a un partícipe habitual de la tertulia cultural del Casino de Madrid, esa barricada de libertad dirigida magistralmente por mi amigo Amador García-Carrasco. Coincidimos conversando y descubrimos con sorpresa por mi parte (él estaba jubilado) que habíamos tenido una profesora de música en común, doña Inés, que a los noventa y tantos todavía dirige el coro de Valdepeñas.

Sin embargo, lo que me llamó la atención del tertuliano fue una particularidad de la historia de su familia que bien hubiera reflejado García Márquez en su genial universo de Macondo. Ya comenté aquí que las metáforas circulares que dibujan ese pueblo construyen uno de los parajes más mágicos que poseemos los que amamos la literatura. Aquel orfebre que se dedica a hacer peces de oro y que cuando llega la época de escasez decide fundir los peces que tenía para tener oro con el que poder seguir trabajando. Porque la dignidad de un artesano se justifica trabajando. Y su trabajo es hacer peces, no importa cómo. O mi favorita, aquella historia según la cual había dos nombres repetidos en la saga familiar de los Buendía que caracterizaban al portador siempre con el mismo carácter, salvo en un caso de dos gemelos que lo tenían cambiado. Eso hizo suponer siempre a los de Macondo que en algún momento de su infancia se cambiaron entre ellos y nadie se dio cuenta del suceso. Y lo fantástico es que mueren a la vez, y los que los entierran están tan borrachos que confunden a los finados en las tumbas, con lo que posiblemente los depositan en la sepultura que corresponde al nombre correcto. Justicia poética.

Pues la historia del tertuliano está relacionada en realidad con sus padres y con todo el pueblo de Valdepeñas. La razón es que su madre fue durante muchos años la única matrona del pueblo, con lo que trajo al mundo a varias generaciones de valdepeñeros; con lo que representa esta profesión en los pueblos antiguos, algo solo equiparable al médico o al maestro. Y como no puedo ser de otro modo, cuando era joven la guapa matrona tuvo por destino enamorarse de un buen mozo o galán, como se dice allí. La cuestión es que la profesión de su marido, que también desarrolló toda su vida, fue la de enterrador del pueblo. Con lo que entre el matrimonio trajeron a la vida y despacharon de cabo a rabo a una parte de la historia reciente de un gran pueblo. Vamos, para enfadarse con la familia.

Por eso necesariamente uno de los hijos de tan peculiar pareja tenía que acabar en la tertulia Cultural del Casino de Madrid. Y a veces, en las interpelaciones educadas y fundamentadas de la tertulia, parece evocar lugares exóticos, con un español limpio pero en el que se intuyen, sin saber por qué, matices cantarinos y acompasados del otro lado del océano. Mágicos, como si fuesen colombianos, o los que los colombianos hubieran soñado algún día. Un tertuliano extraordinario en un ambiente mágico.

 

Foto: elcorreoweb.es