miercoles, 24 de abril

Ciudad Real

Visita nuestra página en Facebook Síguenos en Twitter Síguenos en Instagram Síguenos en YouTube
Buscar
Logotipo de Ciudad Real Digital

Barricada Cultural

 

33 químicos, casi 30 años después

por Ignacio Gracia

Imprimir noticia

La semana pasada tuve ocasión de participar en una reunión del grupo de amigos que nos graduamos, o lo intentamos, hace casi tres décadas. A algunos hacía 27 años que nos los había visto. Un tiempo antes nos habíamos reunido unos cuantos para acompañar en sus últimos momentos y luego despedir a una de nosotros que ya no está. En aquella ocasión no nos juntamos todos, y ni pudimos siquiera acceder a los contactos usando las redes, porque somos la última generación analógica y estamos todavía aprendiendo el asunto la mayoría de nosotros. Fue triste, pero de alguna forma lo pasamos bien al reunirnos los que pudimos. La ocasión siguiente debería ser la buena.

Pasados 2 años de los 25 de la graduación (la excusa lógica) y dado que el que escribe no pudo repetir la convocatoria, entraron algunos al relevo con energías renovadas y echando mano de las redes, del boca a boca y hasta de los contactos apuntados a mano de mi vieja agenda. A través de un grupo de WhatsApp la gente se fue incorporando y aquello empezó a crecer. Inicialmente habíamos pensado en juntarnos un puñado, los que pudiésemos y aunque fuera a tomar unas cañas, sabedores que era imposible juntar a todos o a la mayoría. Había gente en Bélgica, en Gijón, en Valladolid, Alicante… Las fotos actuales que mandaban algunos hacían sospechar que ciertas personas se habían comido a nuestros viejos amigos. También hacían reflexionar sobre que hasta hace nada no existían los viajes a Turquía para implantarse pelo (nota mental: considerad Turquía candidata para las próximas reuniones).

Pero el caso es que la gente se fue animando, y poco a poco las personas que iban apareciendo en el grupo se ilusionaban como si…como si no hubiésemos cambiado. Y este era un tema complejo, que la verdad da un poco de miedo. Saber si te van a reconocer. O si el problema es que la maldita vida te ha cambiado tanto que ya no te reconocen tus viejos amigos, o si ni quizás lo haría tu propio yo de joven si te estuviera viendo. Que lo jodido no sea el cambio por fuera, sino el interior.

Porque sería una pena pensando en aquello que compartimos. Aquellas personas en aquel tiempo, que posiblemente fue el mejor de nuestras vidas. Fuimos una generación analógica, que hicimos BUP, que recordamos vagamente a un señor que se llamaba Franco del que ya entonces no se podía hablar. Salíamos a la calle a jugar al burro o a la goma. Sabemos lo que es vendimiar y los barreños de cinc. O montar en coche sin cinturón. Al contrario que ahora, estudiar fue un desafío porque no era lo habitual. Nos moceamos y vinimos a hacer Químicas al Uni en los ochenta, en plena movida. Todo era más pobre y más cutre, posiblemente. Pero lo que vivimos en aquella época no lo cambio por estas moderneces. Respirábamos todavía algo que hay que trabajar para ganárselo: libertad e ilusión. Nos hicimos buenos amigos enseguida, un gran grupo. No como ahora, que los chicos solo interaccionan con los dos de al lado, o solo con los primeros que conocieron en párvulos, por las redes sociales, por supuesto. Allí nos relacionábamos con todos, aunque fuera obligados por las novatadas de la marcha analítica que tan buenos recuerdos nos traen (soy un viejo salvaje y políticamente incorrecto, criticadme pero es así). Porque nos integraron a todos. Ciertas anécdotas de novatos intentando ligarse a veteranas enseñando las llaves de la cochera valen su peso en oro. Porque fuimos un grupo. Porque nos hicimos amigos e incluso nos mezclábamos con otra gente del antiguo colegio universitario donde también se estudiaba letras (pobre “tiburona”, la chica más guapa de filología, vaya cruz que le tocó con tenernos al lado). También en la biblioteca aprendimos a convivir con gente y hasta que existe información fuera de internet aunque no me creáis. Se llaman libros. Tuvimos roce y roces, pasamos muchos exámenes. Estudiamos y os aseguro que con provecho. Pongo la mano en el fuego por la profesionalidad de cualquiera de nosotros. De cualquiera. Y he dicho de nosotros, de los viejos.

Porque os aseguro que aprendimos valores. Responsabilidad. Profesionalidad. Valores, repito. Queríamos cambiar el mundo. Y tened en cuenta que con esa responsabilidad la química permite que haya más cosechas, que se obtengan fármacos para curar enfermedades, materiales para reemplazar partes del corazón o huesos. A mejorar procesos para emitir menos contaminantes, a eliminar residuos o a tratar aguas para que exista un futuro. Somos los herederos de los alquimistas y os aseguro que nunca ninguno de nosotros se pasará al lado oscuro.

Por eso después de acariciar los recuerdos temes que la realidad te abofetee la cara. Pero esa lista no paraba de crecer. Y el día de la reunión, sobre el que os voy a contar poco por respeto (y por si algo de lo que aconteció allí es delito), nos damos cuenta con sorpresa que estamos casi todos. Lo que esperábamos que fuera una comida de unos diez, reúne a 33 químicos. El de Bélgica, la de Gijón…todos. Y de repente nos juntamos un grupo de gente con muchas canas y poco pelo. Algunos kilos de más casi todos. Pero si os he de ser sincero no estamos demasiado mal. Pasamos revista y descubrimos que nos hemos desparramado por todo lo variopinto de las profesiones: secundaria, empresa privada, jefazos de los antivirus, políticos honestos vocacionales que no envejecen, técnicos de calderas de calefacción, comerciales, administrativos… de todo. Pero, ¿sabéis? Después de cinco minutos de conversación, y sin los cinco minutos, descubres los mismos ojillos pícaros en las mismas personas, y sin poder remediarlo al cruzar la mirada te empiezas a descojonar acordándote seguro de la misma anécdota. Y ya no eres alcalde, catedrático o Señor Inspector. Eres jodidamente el mismo inconsciente en un cuerpo más viejo, supuestamente más respetable por el trabajo y la familia. Pero que sabes que estamos engañando a todos, que debería estar prohibido, porque somos escandalosamente los mismos. Y después de cuatro copas empezamos de nuevo a cambiar el mundo, retomando las mismas discusiones de hace 27 años…

Repitiendo palabras literales de un amigo: “empecé a las 13:00 hasta las 5:00 y se me hizo muy corto. Faltó incluso tiempo para comentar muchas cosas con otros. Por eso necesito que nos juntemos más a menudo para ello”. Yo también desenterré de los cajones de la memoria tantas cosas y a tantas personas a las que quiero y que de repente te das cuenta que quizás te han hecho falta en la vida, pero que están y estarán ahí. Siempre. Porque a medida que cuentas años te das cuenta que hay pocas cosas importantes. Por eso estoy orgulloso de ser vuestro amigo. Porque seguiremos cambiando el mundo. Confío en vosotros. ¡Química!, ¡Química!, ¡Química LaraLAAA!