viernes, 29 de marzo

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Barricada Cultural

 

Momentos estelares en educación

por Ignacio Gracia

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Estoy firmemente convencido de que la educación es la única posibilidad que tenemos de salvar el mundo, ahora que nos estamos dando cuenta que los recursos no son sostenibles. De hecho, los actos que hemos cometido hace tiempo que superaron la capacidad de autoregeneración del propio planeta como anfitrión del género sapiens; vamos, que nos estamos extinguiendo. Que ya le hemos dado la vuelta al jamón, como se dice castizamente en la mancha, e igual ya se intuye que el hueso está cerca. Malo. Pero tampoco nos alarmemos, no hay que ser tan soberbios y debemos aceptar que sólo somos una de las muchas especies que se extinguirán para dejar paso a otras en la rueda de la vida.

Pues para disfrutar lo poco o mucho que dispongamos de recursos (que si se hace bien del jamón, de la corteza, y hasta de los huesos se aprovecha lo insospechable todavía), la forma racional de hacerlo necesariamente pasa por una humanidad educada en valores, o simplemente educada, que es decir mucho.

Generalmente la educación pasa por maestros o padres, que dicen que estos últimos valen lo que mil maestros. Y periodistas, mercenarios opinólogos al peso, realitis, rincones del vago y tutoriales de google valen poco para este menester, aunque han tomado el mando por desgracia. Por eso es tan importante la labor de los que educan, más que numantina en los tiempos actuales. Porque el buen educador es conocedor de aquella frase de Félix Rodríguez de la Fuente repitiendo un dicho del medievo: que no hay malos falcones, sino malos falconeros.

Es complicado encontrar el equilibrio entre ser entretenido y ser riguroso. No hay que ser ni un entretenedor de circo ni un tirano magistral al que nadie entiende porque sabe demasiado. Si para entender lo que dices tengo que saber tanto como tú debido a tu nivel, ¿Para qué sirves? También enseñar la duda razonable, a dudar de lo que enseñas como decía Ortega y Gasset. Una de mis frases favoritas lo es también de uno de mis escritores favoritos, José Luis Sampedro: el educador debe siempre actuar con una mezcla de amor y provocación. Si no provocas, quizás sobreproteges y acabas con una generación que solamente hace y repite lo que dices sin cuestionar. Que como decía Henry Ford, si hubiese hecho caso a lo que querían mis clientes, solamente les hubiera suministrado un caballo mejor…

Y luego está el auténtico arte a la hora de enseñar. Lo que llamo momentos estelares. Tan geniales que se recuerdan toda la vida y es difícil volver a repetir, volver a tener la mente tan lúcida para transmitir igual. El primero corresponde a una gran amiga, Elena Ibañez. Pese a ser incluida en una lista de las investigadoras más influyentes en España, su mayor logro lo tuvo con su hija hace años. La pequeña no era capaz de entender por qué no había que cuidar la ropa, ni evitar que se ensuciara o arrugara, porque luego había una chica que la planchaba. Su razonamiento desde ese punto de vista era impecable, había salido a la madre. Y Elena tuvo la santa paciencia y el coraje de explicar eso de una forma genial. La pequeña escribía algo de caligrafía como tarea en un cuaderno. Y Elena borró con una goma lo que ella acababa de escribir, su trabajo, desatando el enojo de la niña, que tuvo que repetir la tarea. Elena borró una y otra vez la frase que escribía la niña, que incrédula veía como su trabajo se echaba a perder reiteradamente por lo que acabó entre lágrimas. La madre le preguntó: ¿Ves lo que cuesta el hacer una cosa y lo que molesta que deshagan tu trabajo? La niña comprendió rápidamente y aprendió una gran lección para su vida.

Y el postre lo reservo para uno de mis pocos ídolos: Gandhi. Y la anécdota es buena, porque va sobre redención, sobre reparar un mal cuando creemos que es imposible. Un hombre apesadumbrado busca el consejo del anciano, sabedor de que ha hecho algo irreparable. El hombre es musulmán, y en la guerra religiosa con los hindúes mató sin querer a una niña hindú. El hombre quiere reparar la afrenta, pero sabe que es imposible. Gandhi encuentra la solución de un maestro: “Tú eres de familia musulmana y eres un hombre honesto. Puedes reparar el daño. Elige a cualquier niña de las que viven huérfanas en la calle, acógela y adóptala como tu hija. Edúcala como si fuera tuya, pero edúcala bajo tu tutela en los preceptos de la religión hindú…”. Momentos lúcidos como estos quizás sean capaces de salvarnos todavía.

 

Foto: vaticannews.va