domingo, 22 de diciembre

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Barricada Cultural

 

El hijo zurdo (Rosario Izquierdo)

por P. L. Salvador

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Rosario Izquierdo tiene voz. Lo demostró con Diario de campo (Caballo de Troya) y lo ratifica con El hijo zurdo (Editorial Comba). Ya en la primera página reconocí ese estilo suyo. Neutral. Certero. Profundo. Un estilo sobrio, desapegado pero intenso, palpitante.

Sorprende la ecuanimidad, la precisión, esa mirada que ahonda, que examina, que reflexiona. Conmueve la delicadeza, la mesura, el tono llano, cercano, familiar. Queda el lector cautivado por una voz que susurra, que no quiere perder el control, una voz que se sujeta, o que trata de sujetarse, o que al tratar de sujetarse se suelta.

«Llegó la mujer y no eligió el diván, sino la silla. Dijo no saber para qué había venido, por qué estaba aquí en realidad. Mencionó su nombre y su primer apellido casi en un susurro, como si hubiera gente en la habitación que no debía enterarse, como si fuera más íntimo el nombre propio que lo que había venido a contar en voz alta».

También la técnica de esta autora es extraordinaria. Cuéntame lo que quieras, pero cuéntamelo como nunca me lo han contado. Esto es lo que le pido a cualquier autor. Y esto es lo que Rosario Izquierdo ha vuelto a darme.

Su prosa cobra vida. Apoyándose en esa sencillez indispensable, El hijo zurdo disecciona a una madre que también fue esposa, que también fue hija, y que mantiene una lucha interna por seguir siendo, por seguir existiendo, por seguir resistiendo.

«Quisiera ahora meterse en esa cama de hospital y dormirse, reposar junto al niño que de su mano orillaba el mundo por el lado infrecuente, como aquellas noches en las que Lorenzo se pasaba a su cama porque había soñado con el robot malo. Quién era aquel robot y qué le hacía, nunca se lo contó, sólo acudía a mamá y respiraban juntos».

La unión casi mágica entre madre e hijo. Esa complicidad. Dos que en realidad son uno. El gozo. Estar juntos ya es un todo. El gozo completo. La madre adora al hijo. El hijo adora a la madre. No hay amor más puro. Hasta que el hijo deja de serlo. Se hace adulto. La soledad es cosa de adultos.

«Él era la única persona que podría haber comprendido mi emoción al ver dibujar al niño con la mano izquierda, el único a quien de verdad hubiera merecido la pena contárselo. Yo era todavía, a pesar de todo, una madre llena de ilusiones sobre el futuro».

Rosario Izquierdo ha escrito otro gran libro. Literatura. O sea, eso que se puede leer una y otra vez. El hijo zurdo tiene la misma profundidad que la vida, sabe a cotidianidad y huele a verdades íntimas.