jueves, 25 de abril

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Barricada Cultural

 

En buenas manos

por Ignacio Gracia

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Hoy os quiero hablar de uno de mis referentes. Si os soy sincero es uno de los que más tranquilidad me causan, sobre todo por el ámbito en el que trabaja que es el mío y es de órdago, como ahora veréis. Es una de las escasas personas que todavía se pueden poner como ejemplo de que el esfuerzo se recompensa y compensa a la larga. Y de que las grandes empresas apuestan por este tipo de personas, lo que debería ser lo normal pero es una heroicidad, dado el actual panorama mediático y sobre todo político que nos rodea. Un tipo normal, lo que es extraordinario, por eso me da confianza. El día que se jubile me va a fastidiar el ejemplo que pongo a los estudiantes.

Se llama Eloy. Es hijo de una familia muy humilde del valle de Alcudia. Desde pequeñito aprendió el valor del trabajo, de la superación, la dignidad y que a veces las cartas que reparte la vida son injustas, pero que eso no es lo importante. No tuvo que esforzarse mucho en aprender aquello, sólo tuvo que mirar a sus padres y a su familia. Era bueno estudiando, o muy bueno. Y con la disciplina y el esfuerzo que había aprendido se dedicó a fondo, además de continuar trabajando.

No fue un caso excepcional. Fue uno de muchos cuya procedencia les hace valorar ciertas cosas como ahora no se hace, y eso es un seguro para tener éxito en la vida. Pese a que aparenta cuarenta y tantos el jodido, pertenece a la segunda generación de la posguerra. Aquella a la que sus padres le entregaron una España cosida con hilo de bramante pero entera, arada con rejos o con las manos, sembrada y regada con poca agua y mucho sudor. Para que tuvieran una oportunidad de éxito, y vaya si la aprovecharon. La generación de Eloy obró el milagro de situarnos en pocas décadas desde el tercer al primer mundo. Y a liderar el primer mundo en aspectos como el de su trabajo. Quizás para que la siguiente generación lo mande todo al carajo, pero eso es otra historia.

Le gustaban la química y la ingeniería química. Fue uno de los primeros estudiantes de Química en el antiguo Colegio Universitario cuando aquí no había Universidad. Fue a Madrid a acabar su formación de Ingeniería, pero no se plantó cuando pudo. Y eso es lo importante. Nunca dejó –y sospecho que nunca dejará-, de estudiar. Teniendo en cuenta sus orígenes os podéis imaginar el esfuerzo que supuso a su familia que estudiara. Nunca os creeréis el número de nutritivas latas de sardinas que comió en aquella época, ni el extraordinario detalle que algunos días sólo era media lata para poder comprar con la otra mitad (o muchas mitades) un disco de música clásica. Ese es el matiz. Ser completo. Acabó brillantemente esa carrera, más tarde ciencias económicas y empresariales y posteriormente derecho a la vez que trabajaba. Se casó con Teresa, a la que conoció dando clases particulares para costear sus primeros estudios. Comparte con ella esa hoy rara filosofía de la vida de esfuerzo, lealtad y agradecimiento, valores que ha inculcado a sus dos hijas. Le gusta mucho la etimología y es un gustazo oírle hablar. No os he dicho que escribe genial.

Actualmente es Director de Producción del complejo de Puertollano de Repsol Química. A veces, desde la barrera se piensa que las grandes multinacionales están gobernadas por monstruos, cuyo único afán es saciar una sed infinita de dinero y poder. Esa sería una buena definición de “político” y a ese aroma huelen los consejos de dirección de las empresas de calado. No conozco esos ambientes, pero sí a algunos directivos de grandes empresas como Eloy. Y si os soy franco, cuanto mayor y mejor es la compañía, más calidad tienen las personas que las dirigen. Las buenas de verdad, que os aseguro que existen porque tengo la suerte de conocer algunas. Y no sabéis lo que eso me sosiega. Saber que las personas con conocimientos técnicos son elegidas, pero que se valora por encima de todo otras cosas para los cargos directivos. Se valora la inteligencia emocional, la cultura, la capacidad de empatizar, de resolver situaciones simplemente cambiando piezas o siendo capaz de encontrar el ámbito de desarrollo de cada una de las personas de un grupo de trabajo, haciendo que un utillero o que un portero que no juega (acordaos de Reina) sea el más importante del equipo. Que con estas personas se puede hablar de cultura, de filosofía, de moral. Y más que hablar, aprender y mucho en ocasiones. Que no desentonan en ningún ambiente, ni con un ministro, un filósofo o con un pastor mojando de una sartén de gachas trozos de pan en forma de oreja de mula si hace falta. Es lo normal, lo que debería ser, pero no es lo habitual. Y en estos ambientes en los que las empresas la podrían liar parda -y sin que nos enteremos-, tranquiliza sobremanera saber que priman valores y toman decisiones personas con ética, aunque se gane un poquito menos. Quizás tengo suerte, porque conozco algunos de estos ejemplos que parecen ilógicos en un mundo donde faltan principios, donde sólo se valora el dinero fácil instantáneo e incluso se hace ostentación de la incultura, encended la tele a cualquier hora. Pues eso, un tipo normal; o sea, un raro ejemplo. No te jubiles nunca que a ver qué les digo a los chicos, Eloy.

 

Foto: Teresa Sánchez Ruiz.