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Barricada Cultural

 

Un enlace que puso fin a una guerra

por María Delgado

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Hoy asistimos a un aniversario de boda histórico: el de Enrique VII de Inglaterra con Isabel de York, quienes se casaron en la Abadía de Westminster un 18 de Enero de 1486.

Este enlace resultó de vital importancia en su época, porque con él se consolidaba el fin de la conocida como Guerra de las dos Rosas, un conflicto que llevaba años manteniéndose entre las dos casas de la realeza rivales en el país: la Casa de Lancaster y la Casa de York, que se decían ambas descendientes legítimas de los monarcas Plantagenet.

El nombre de Guerra de las dos Rosas viene de que las dos familias tenían una rosa en su escudo de armas, la rosa blanca de los York, y la rosa roja de los Lancaster. La unión de estas dos rosas daría como resultado un nuevo emblema, la Rosa Tudor, que combina ambos colores, así como la sangre de los descendientes de Enrique Tudor e Isabel de York combinaba las de ambas casas reales.

El novio, Enrique VII, era miembro por su parte materna de la rama de los Lancaster, y fundó una nueva dinastía, los Tudor —apellido de su padre—, que daría grandes momentos al reino británico.

Por su parte, la novia era la hija primogénita del fallecido rey Eduardo IV de York y su esposa plebeya Isabel Woodville. Su hermano Eduardo V, que sucedió al padre brevemente en el trono, desapareció de la Torre de Londres, junto con otro hermano, Ricardo, duque de York. Fueron los llamados “Príncipes de la Torre”, allí confinados por orden de su tío, el que sería rey con el nombre de Ricardo III.

Durante un tiempo, la intrigante madre de Isabel de York, planeó casarla con su propio tío para lograr sentar a otro de sus hijos en el trono de Inglaterra, pero esto no prosperó. Fue entonces cuando Isabel Woodville decidió pactar con el candidato Tudor ofreciendo la mano de su hija si éste lograba derrotar a su usurpador cuñado.

Una vez obtenido el trono, tras la Batalla de Bosworth, el 22 de Agosto de 1485, y el fallecimiento en la misma de Ricardo III, el nuevo rey se apresuró a preparar su coronación, pero no parecía excesivamente interesado en cumplir su promesa de matrimonio con la princesa de York. Fue a causa de las presiones populares que el Parlamento exhortó al monarca a cumplir su palabra.

Tuvieron un matrimonio tranquilo, aunque falto de amor, como la mayoría de enlaces reales. Juntos procrearon ocho hijos, siendo el más conocido de ellos su sucesor, el futuro Enrique VIII, que provocaría el cisma de la Iglesia Anglicana.

Isabel de York falleció en 1503, y su regio esposo le sobreviviría seis años más. Durante ese tiempo, planeó varias veces una nueva boda. Como cotilleo patrio, podemos decir que le gustaban bastante las infantas españolas, ya que quiso casarse con Catalina de Aragón, su nuera, viuda del Príncipe de Gales, Arturo, y que terminaría matrimoniando con el siguiente rey, Enrique VIII, que tan desgraciada la haría. También fantaseó con casarse con Juana, nuestra reina Juana La Loca, hermana de Catalina, cuando ella enviudó de Felipe el Hermoso.

Hoy día las bodas reales son muy distintas. Dicen que se casan por amor, pero han perdido todo el significado y todo el glamour que tenían los enlaces entre príncipes y princesas. Si los miembros de la realeza quieren vivir como plebeyos, entonces, ¿para qué necesitamos príncipes?

¡Nos leemos!

 

Foto: eldiariodeanabolena.blogspot.com