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Barricada Cultural

 

Retrato de Agua

por Ignacio Gracia

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Se llama Águeda García de Durango. Es licenciada en Ciencias Ambientales y responsable de redes de iagua, una comunidad de personas que vive por y para el agua. Prefiere –prefieren en realidad- hacerse llamar waterpeople, gente del agua. Una idea loca que partiendo de la nada facilitó la comunicación de profesionales y usuarios del agua –decidme alguno que no lo seamos-, para establecerse como un referente en el sector. Para difundir desde contenidos técnicos hasta canciones o curiosidades sobre el agua. Para sensibilizarnos sobre las amenazas y los grandes retos que tenemos que afrontar ahora mismo para que exista un futuro. Para canalizar iniciativas de desarrollo, para ser un megáfono o una modesta fuente para gente que no tiene voz o que no tiene cerca agua potable… Más de 3 millones de lectores al año, 25.000 suscriptores o más de 400.000 seguidores en redes sociales, entrevistas a ministros que se pelean por aparecer en el candelero de la bonita revista que editan. Y mucho, mucho más.

El 14 de noviembre dio una charla en la Facultad de Ciencias y Tecnologías Químicas de Ciudad Real: “La importancia de las redes en el sector del agua”. Como persona de agua habló sobre muchas cosas, todas ellas cercanas, en realidad cosas nuestras. Sobre la revolución que supuso tener un retrete en casa, preguntad a vuestros abuelos si no me creéis. Sobre el impacto de la existencia de redes de agua en la igualdad de la mujer, que hace que no tengan que caminar todavía hoy en algunos países enormes distancias para conseguirla. Un polvoriento camino que las expone a peligros y a la condena de no emplear un tiempo igual de valioso que el líquido elemento en ir a la escuela. Para crecer, para exprimir ese tiempo como sólo lo saben hacer las mujeres. Pensando en ellas creó la sección de Mujeres y Agua, consiguiendo que esta parte del sector tenga una mayor visibilidad dentro de un mundo muy masculinizado. También en su ponencia nos hizo reflexionar sobre que el agua del grifo es prácticamente gratis, y que el negocio de la venta de agua embotellada es en realidad el negocio de vender plástico. Que el agua es progreso, que cuando llueve literalmente caen billetes del cielo. Su mensaje fue calando casi sin pretenderlo, como una llovizna ligera. Y al final nos pidió que nos mojásemos, que nos comprometiésemos con nosotros mismos en realidad.

Águeda tiene unos ojos zarcos muy claros, casi transparentes. Del color del agua de mares poco profundos, tropicales. Es curiosa esta gente del agua. No sé por qué me recuerda a Irenia, un personaje de mi novela favorita de José Luis Sampedro: La Vieja Sirena. Cuenta la historia de una sirena inmortal que sacrifica esta condición y sus recuerdos por vivir con los hombres y sus pasiones. Tal es el amor de las criaturas del agua por las de la tierra. Y quizás ese viaje deba ser así, parte del ciclo de la vida, como el del agua. Predestinado. Caigo en la cuenta que todos provenimos del agua, que la vida en este planeta nació líquida para luego colonizar el resto de los territorios.

Águeda tiene la misma mirada de una niña africana que pasó por este lugar, Kamila, ensimismada al contemplar la sinfonía global de la lluvia. Con una extraña certeza de continuidad de movimiento, de unión entre el cielo y el interior de la tierra. De que todo es parte de un círculo mágico no por casualidad. Porque cuando se agrupan pequeñas gotas sobre una superficie, estas tienden rápidamente a colapsar unas con otras, predestinadas a reunirse y moverse para formar un hilo, un arroyo. A fluir en un viaje infinito que Kamila y Águeda intuyen que conecta todo el mundo.

Quizás todos estemos conectados por el agua. Puede que su ciclo nos haga, sin pretenderlo, eternos. Puede que al final esta waterpeople, esta peculiar gente de agua seamos todos los seres. O que juntos seamos una única cosa. Y un último detalle. ¿Creéis que el nombre nos define? Yo sí. Leed bien con las dos enormes gotas de agua que tenéis en la cara el nombre AguEDa y trasponed al principio las letras en mayúscula, tal y como establece la lengua perdida de las sirenas: DEAgua. ¿Casualidad? Lo dudo.

 

Foto: Pablo González-Cebrián