sábado, 20 de abril

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Barricada Cultural

 

Eslabones de una historia (IV): La loba

por Ignacio Gracia

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Álvaro de Bazán contempla con seriedad el panorama desde el puesto de mando de su galera en retaguardia, a media milla por la popa de la línea de frente. El puesto de mayor responsabilidad en la batalla que contempla. Sabe que la decisión que va a tomar va a cambiar el curso de la historia. Esta será turca, o si lo impide con las diez galeras que ha mantenido como último recurso, española.

Mira buscando consejo a los ojos grises de Dama, una loba que lo acompaña en el puesto de mando. El animal le devuelve la mirada, enseñando los colmillos. Apoya las patas en la barandilla de la nave y apunta con su hocico al centro del mar donde parece que se ha desatado un infierno. Exactamente al punto entre el humo de artillería y las llamas en la que se ha abierto una brecha, la que preocupa al capitán. Sabe que le queda un último cartucho para inclinar la balanza. Álvaro de Bazán asiente, mostrando con una sonrisa sus dientes a Dama. Da la orden con un gesto casi imperceptible de la mano que no toca el pomo de la espada. Al unísono, como una sola voz, cientos de hombres gritan “Santiago, cierra”. Se despliegan las velas, remos al agua.

 

La primera vez que Dama subió a un barco se quedó inmovilizada al borde de la pasarela que le llevaba a un medio hostil, desconocido para ella. El instinto le aconsejaba que no subiera a la embarcación. Pero el de Bazán la llamó desde el puente mirando directamente a sus ojos fieros. El animal, desaconsejando su instinto, cruzó la pasarela apoyándose en aquella mirada en la que confiaba. Álvaro de Bazán se había hecho cargo de Dama después de que su anterior mascota, un cocodrilo que causaba pavor entre los lugareños desconocedores de los animales de Egipto, descubriese la camada que guardaba celosamente su madre. La lucha fue encarnizada y desigual. El cocodrilo –el lagarto gigante según lo llamaban- hirió de muerte a la loba y mató a parte de los lobeznos, pero la loba se revolvió y acabó matando con sus últimas dentelladas agónicas al cocodrilo. Don Álvaro recogió del suelo a un lobezno tembloroso antes de que uno de sus sirvientes acabase con su vida. Como homenaje al valor mostrado por la madre decidió acoger al único animal que sobrevivió. Mandó disecar al cocodrilo.

 

Álvaro de Bazán se había mostrado como uno de los más eficaces colaboradores de Don Juan de Austria, quien ostenta el mando militar supremo de la Santa Liga con el fin de la destrucción de las fuerzas turcas en el mediterráneo. Desde el principio Don Álvaro dio muestras de prudencia en sus consejos al de Austria, advirtiéndole de la necesidad de acelerar el enfrentamiento contra el enemigo, porque comenzaban a surgir roces entre los aliados.

El 7 de octubre de 1571 amanece sin sospechar que sería descrito por el soldado Cervantes como “La más grande ocasión que vieron los siglos”. Participan del lado cristiano 207 galeras, seis galeazas y 76 buques ligeros. Álvaro de Bazán, al mando de 30 galeras, es responsable de hacerse cargo de la retaguardia para socorrer aquellas zonas donde existiese más peligro.

El ataque cristiano se divide en tres partes, con el de Bazán en reserva. Al comenzar el combate el ala izquierda de La Liga se separó demasiado, dejando un canal libre por el que la flota otomana podía amenazar la formación cristiana por el flanco. Los turcos intentaron envolver por la brecha a los cristianos, pero Álvaro de Bazán envió rápidamente a 10 galeras, que decidieron la situación en el flanco izquierdo al quedar los barcos otomanos quedan encerrados en una pinza.

En el centro de la batalla, la nave capitana de Don Juan de Austria, se abalanza contra la nave capitana turca de Alí Bajá, y ambas naves se enzarzan en un combate cerrado. Álvaro de Bazán envió a otras 10 galeras de retaguardia para apoyar el éxito que podía suponer la captura de la nave capitana otomana. Como resultado de este refuerzo, el centro otomano quedó totalmente deshecho.

En el flanco derecho cristiano las cosas siguieron un rumbo distinto. La maldita brecha. Ese tercio de la flota queda retrasado con respecto al resto de la formación y rápidamente los turcos los sobrepasan por espacio libre y se dirigen al centro del combate, intentando dominar el tablero que dirime el futuro de Europa. Los galeones sobrepasados intentan darle alcance pero no pueden detener su avance. El capitán Uluj Alí ataca a varias galeras haciendo uso de la superioridad estratégica recién ganada. El momento es crítico.

Uluj Alí, ahora en el centro del combate, está a punto de cambiar las tornas. No se puede apenas ver entre la densa humareda, que casi oscurece el sol. De repente sucede algo imposible. Un aullido de lobo se propaga como un trueno a través del clamor sordo de la refriega. Es un sonido limpio, bello. Viene del otro lado del humo. Durante un segundo se hace un silencio absoluto en la batalla y un escalofrío recorre la espalda de Alí.

 

Alí sufre la mayor humillación que puede sufrir un capitán. Está contemplando como los cristianos desmontan el fanal de su barco apresado por la nave capitana de don Álvaro. Pese al doloroso momento no puede dejar de sentir un cierto aprecio por el marino enemigo que ha sido clave en su derrota. Sus órdenes salvaron la situación de la flota cristiana en tres momentos críticos y actuó en cada ocasión de la forma correcta, maximizando los pocos recursos que tenía. Lo contempla altanero en el puente, acompañado solo por un lobo que le muestra al capitán turco los dientes con fiereza, como si supiese que ha sido el gran derrotado. En el momento en el que suben el fanal a la galera española pide a su ayudante de cámara que le traduzca el nombre de la nave capitana de don Álvaro. El ayudante responde mirando al suelo: “Mi señor, el barco se llama La Loba”.

 

Foto: rutaporlahistoriablog.blogspot.com