jueves, 18 de abril

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Barricada Cultural

 

Cuatro películas... Gestas deportivas (IV)

por Alicia Noci Pérez

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Me encanta el béisbol, aunque no termine de entenderlo más allá de que se van consiguiendo bases (unos puntos concretos en el dibujo en forma de diamante que tiene el campo) antes de que la pelota llegue no sé muy bien dónde; y si la pelota ya no puede llegar a ese lugar porque ha salido del campo, es más fácil conseguir una carrera, que es ahí donde se dan esas imágenes tan apoteósicas de la carrera que da la victoria en la que el bateador va haciendo bases de manera triunfal. Esto es de lo más habitual en las películas americanas, que para eso es uno de sus deportes estrella. Una de las que más me gusta en ese sentido es “El mejor”, protagonizada por Robert Redford, con esos paneles de focos soltando chispas mientras él corre a cámara lenta.

Pero no es ésa la película de la que les voy a hablar hoy. Como representación de este deporte he elegido “El orgullo de los Yankees”. Dirigida por Sam Wood en 1942, nos cuenta la historia de un jugador mítico del equipo de Nueva York, Lou Gehrig. Un hombre con fama de tranquilo, amable, simpático, sin afán de protagonismo, culto, muy trabajador y responsable que hizo unas marcas absolutamente magistrales y cuyo retiro emocionó a todo aquél que estuvo presente.

Alguien así, un héroe para todo aficionado, tenía que ser interpretado por un actor experto en ese tipo de papeles de hombres buenos. Por supuesto, me estoy refiriendo a Gary Cooper. Le acompañó en el papel de Eleanor, su esposa, Teresa Wright. Y uno de los mejores secundarios de la época, que daría réplica en muchas ocasiones al señor Cooper: Walter Brennan, en un trasunto del periodista Frank Graham, gran experto en deportes, que escribiría precisamente una biografía de Lou Gehrig.

Henry Lewis Gehrig era hijo de un matrimonio de emigrantes alemanes que se esforzaron en conseguir una buena educación para el chico, cosa que consiguieron ya que pudo estudiar en la Universidad de Columbia, donde le descubrieron para el béisbol porque, al parecer, golpeaba la pelota con una fuerza descomunal, lo cual era estupendo por aquello de sacarla del campo y hacer carreras que les decía antes, así, siendo muy básicos.

Antes de los veinte años ya lo habían contratado los Yankees, equipo al que perteneció durante toda su carrera deportiva, entre 1923 y 1939. Jugó 2130 partidos, sin faltar a uno, récord que se mantuvo durante cincuenta y seis años, con unas cifras que ya les decía que resultaron espectaculares a lo largo de doce temporadas y que cayeron estrepitosamente el último año, sembrando, como era lógico, la alarma entre el equipo, los aficionados y el mismo jugador, que pensaba que se debía a la edad, por lo que aún redobló los entrenamientos que, sin embargo, no le dieron un resultado positivo.

Compartió banquillo con otras leyendas de este deporte, fundamentalmente con Babe Ruth, que siempre fue la estrella refulgente del equipo hasta su traspaso, lo que podría haber sido el gran momento de Lou y que, sin embargo, se volvió a ver eclipsado por otra estrella en ascenso, Joe DiMaggio. Y no es que Gehrig no fuera reconocido, pero nunca tuvo digamos un perfil “mediático” (ya les comentaba que fue un hombre muy discreto).

Pues el mismísimo Ruth (“as himself”, como suelen decir en los títulos de crédito cuando uno se interpreta a sí mismo) aparece en la película, además de otros jugadores (“as themselves” también) como Bob Meusel, Mark Koenig o Bill Dickey. Impresiona ver la escena en que Lou llega a los vestuarios y comienza a leer estos nombres en las taquillas. Pensemos que no es una película en que se imagina al protagonista relacionándose con personajes más que famosos, es que realmente fue así. Es que él fue más que famoso.

Gehrig y Ruth tuvieron un encontronazo por una de esas tonterías que acaba con una buena amistad, un comentario tan simple como poco adecuado acerca de un vestido por parte de la madre del primero y una mala contestación del segundo, o algo así, no está muy claro. Pero lo cierto es que no se volverían a hablar hasta el día de la retirada de Lou.

He citado ya mucho esta retirada porque no fue en absoluto normal. Hay que tener en cuenta que se marchó con 36 años, que no era para tener los problemas físicos que le obligaron a abandonar. Y es que le diagnosticaron una enfermedad por entonces muy poco conocida, la ELA, la esclerosis lateral amiotrófica, tan poco que a esta dolencia se le dio en Estados Unidos el nombre de este bravo jugador.

Los médicos le pronosticaron en 1938 un plazo de tres años de vida y falleció el 2 de junio de 1941, no sin antes haber dedicado sus últimos esfuerzos a la comunidad. Es verdad que recibió multitud de ofertas para promocionar diferentes productos e incluso poner nombre a una cadena de restaurantes, pero las rechazó todas excepto una que iba con su personalidad sobria: el alcalde de Nueva York, La Guardia, le ofreció un puesto en el Comité de Libertad Condicional y lo aceptó inmediatamente. Se ocupó de muchos casos, mientras el cuerpo le aguantó, entre ellos del que sería el boxeador Rocky Graziano. En la película lo vemos, años antes, entrenando a chavales de barrio aficionados al béisbol. Era alguien comprometido.

El 4 de junio de 1939 se le rindió un sentido homenaje en el Yankee Stadium. Es recordado, y está documentado, pueden verlo en Internet, les aseguro que el vídeo pone los pelos de punta, por el discurso que dirigió a los presentes, por aquella frase de “me considero el hombre más feliz sobre la faz de la Tierra”. Babe Ruth se acercó a él y le abrazó, dejando a un lado sus diferencias.

Le película, que consigue transmitir la misma emoción, fue un gran éxito con once nominaciones a los Oscar, aunque se llevó solo el de Mejor Montaje. Contó con grandes profesionales; por ejemplo, aparte de los actores y el director, trabajó William Cameron Menzies y el productor fue Samuel Goldwyn. Aparecen Veloz y Yolanda, una pareja de bailarines muy famosos en las décadas de los 30 y 40, especializados en bailes latinos y que en la película ejecutan un tango con una pasión y una apariencia de sencillez como he visto pocos. Acompañan a estos bailarines una de las más famosas Big Band de la época, Ray Noble and His Orchestra, que también interpretan “Always”, una preciosa canción de Irving Berlin. Ya ven que tiene un poco de todo y todo de lo mejor.

Gehrig, aparte de ese récord de 2130 partidos, es uno de los quince jugadores de la historia que han conseguido cuatro home runs (o sea, las carreras que les decía que son los momentos grandes) en un mismo partido. Ni siquiera DiMaggio o Ruth lo consiguieron. Ostenta el récord de carreras en una temporada: 184. Fue elegido Mejor Jugador en varias temporadas. Ejerció el título de capitán durante cuatro años. Y su dorsal, el número cuatro, fue el primero que se retiró en la historia del béisbol.

Un grandísimo jugador, sin duda, al que la vida le lanzó una pelota muy difícil de batear.