viernes, 29 de marzo

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Opinión

El algoritmo del amor según Lehrer

Por Fermin Gassol Peco

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Aún tenemos muy reciente el fallecimiento de Stephen Hawking, eminente cosmólogo que dedicó una buena parte de su vida al apasionante e irrenunciable intento de encontrar la causa del origen del universo. Loable y determinante su aportación al conocimiento de la ciencia cosmológica y de la materialidad. Sin embargo creo que estuvo cometiendo un permanente error en su búsqueda, motivado por el desconocimiento o descrédito de otros saberes, llevado sin duda de su legítima pero desmedida ambición: querer ir más allá pretendiendo encontrar el origen de la vida, más aún, de la existencia, confundiendo así materia, vida y existencia, realidades que resultan ser distintas. Que el origen del universo es de índole material creo que no ofrece hoy ninguna duda, pero la vida y sobre todo la existencia son conceptos que responden a realidades mucho más amplias (que han de ser investigadas desde otros campos), dentro de las cuales está inmersa la materia.

Jonah Lehrer es un joven periodista estadounidense dedicado también a estudiar cuestiones relacionadas con la ciencia pero desde un punto de vista neurológico y psicológico; más en concreto con la búsqueda de las causas y agentes que intervienen en el proceso de amar, a intentar averiguar “porque amamos”.

Lehrer acaba de publicar un libro que lleva por título “Sobre el amor”. En una de sus páginas señala: "La biología tuvo que inventar este vínculo emocional sin precedentes para que pudiéramos sobrevivir a nuestro lento proceso neurológico", una frase que resume todo su contenido. Y es que en su libro, Lehrer intenta explicar que el enamoramiento del ser humano responde a un mero proceso científico que algún día podría plasmarse en un algoritmo.

Pues bien, hago referencia a estos dos personajes ya que encuentro cierto paralelismo entre el perfil de las cuestiones tratadas y también en los métodos empleados, cual es intentar averiguar basándose exclusivamente en elementos científicos dos realidades trascendentes al ser humano cual son la existencia y el amor.

 En el caso de Lehrer encontrar la fórmula o el algoritmo que explique o procure el amor a base de predeterminados elementos; como si el acto de amar fuera una consecuencia de ello, algo así como un fármaco neuro-matemático, presentado en pastillas para ser administradas por vía oral o en inyectables por vía intravenosa. (Existe la viñeta de una boda en la que el celebrante dice: «Si alguien cree que el algoritmo que ha unido a esta pareja está equivocado que hable ahora…”).

Como hiciera Hawking, Lehrer inicia un proceso basado en interacciones, relaciones, reacciones y combinaciones de elementos propios de la naturaleza humana. Todo tiene origen, sentido y explicación desde lo que el ser humano encierra, nada es debido a causas exógenas y extrahumanas. El elemento sorpresa, el flechazo, el amor a los hijos viene determinado por un proceso neurológico, psicológico, favorecido por la capacidad cerebral.

En ambos el error coincidente consiste en tomar la parte por el todo. En el caso de Hawking, la materialidad y en el de Lehrer, la bioquímica y la zona del cerebro donde está situada la esfera de la afectividad. Y digo parte porque bien es verdad que tanto la materia como el cerebro y el sistema nervioso son necesarios para concretar, para dotar de alguna explicación, hacer visible, entender, aquello que va y viene de más allá. Es lo que hace de su estudio algo importante, algo que les legitima.

Sin embargo, a diferencia de Hawking, Lehrer otorga en su búsqueda un margen a lo imprevisto, a lo inaprensible, a aquello que reconoce no puede controlar; no sabemos si porque aún no ha podido llegar a encontrarlo o porque la idea de que el amor puede quedar identificado como algoritmo esté en contra de lo que sus propios sentimientos le están indicando. Al fin y al cabo su trabajo atañe al mundo de los sentimientos personales, no como en el caso de Hawking que lo es de la frialdad del universo.

Si el amor, si el espíritu pudiera ser controlado, dominado por el hombre, este acabaría convertido en una máquina, en un derivado, en un ser predeterminado, es decir, en un ente sin alma ni libertad para decidir e incluso para equivocarse, ser feliz o fracasar. El mismo ser humano se vería reducido a un mero algoritmo.