sábado, 20 de abril

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Haciendo las américas

Cuestión de identidad

por Lola Romero (Houston)

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Perdí la cuenta de las veces que se bromeó con el cambio de apellido de una de las personas que tenían que hablar en un acto público al que asistí la semana pasada. No era un evento multitudinario, aunque sí contaba con la presencia de autoridades de cierto peso en la zona, y gran parte de los que estábamos allí nos conocíamos o habíamos sido presentados con anterioridad. Con esto quiero decir que se admitía cierto grado de familiaridad y bromas, y más estando en Texas, donde la formalidad se deja para muy contadas ocasiones, pero llegó un punto que a mí me incomodó un poco.

Ya os he hablado de los apellidos aquí en Estados Unidos, de esos cambios que la mayoría de mujeres hacen en sus papeles oficiales para “adoptar” el apellido del marido y que, sin ser obligatorios, están más que asumidos por la costumbre. Seré yo muy cerrada, o muy poco anglosajona, pero después de tres años aquí, me sigue pareciendo un atraso y una incomodidad mayúscula.

Por eso no he dejado de darle vueltas a lo del evento al que asistí. Como decía, paré de contar las veces que mencionaron que no sabían cómo presentar a la susodicha porque se acababa de casar y estaban hechos un lío entre su anterior apellido de casada, el de nacimiento y el del nuevo marido. Hasta la misma señora aclaró cuando se aproximó al micrófono que su “nuevo apellido” era Blablablá (perdonadme que no de nombres) y procedió incluso a deletrearlo. La “broma” fue con ella porque era parte central de la ceremonia a la que asistíamos, pero otras dos intervinientes, se prestaron también a la guasa, afirmando que llevaban años casadas y todavía había quien “no las reconocía” con ese apellido que llevaban ahora. Normal, pensé yo…

Y es que no sólo me parece una incomodidad lo de cambiar de nombre, también estoy convencida de que puede hasta llevar a perder oportunidades porque en un determinado momento quien te recordaba como Lola Romero no sabe identificar que ahora eres Lola Álvarez, por poner un ejemplo (hipotético, gracias a Dios), y tu trabajo puede quedar olvidado. O te ves en la obligación de cambiar tus tarjetas de presentación y hasta el email, y si alguien trata de encontrarte por lo que recordaba de ti, al final se torna casi en un imposible. Y, a todo esto, lo del cambio de apellidos es también de lo más indiscreto: todo el mundo se entera de si te has casado o te has divorciado conforme tu nombre evoluciona, involuciona y/o vuelve a evolucionar.

Pero tampoco quiero exagerar. La parte positiva es que estos comentarios en el evento discurrieron en un ambiente distendido y medio en broma, porque, de hecho, eso fue sólo una anécdota mínima que no empañó ni afectó al objetivo con el que nos habíamos reunido los presentes allí. Fue mi cabeza la que se puso a funcionar y a “reivindicar” que esa situación nunca hubiera ocurrido en España. A lo mejor la broma (o la crítica) habría sido con el atuendo, o con unas declaraciones o un discurso atípico, que nadie está libre de “pecado”, pero desde luego no por el cambio de apellidos. Afortunada o desafortunadamente, nuestra identidad es siempre la misma…