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Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

Lunes, 20 de noviembre

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Foto: Ray Millan en Días sin huella/The lost weekend

-Vista hace escasos días su secuela, aprovecho para volver a visionar la primera entrega de OPERACIÓN CACAHUETE (THE NUT JOB):

Hay que ver lo que me relaja siempre el cine de animación, el bueno claro, o el al menos vistoso como es el caso.

Una atractiva animación, un buen y sostenido ritmo, colorido digitalizado a granel, bastante acción y una esforzada historia protagonizada por ardillas, ratas, mapaches y otros animalillos dan como resultado una producción no especialmente destacable pero grata de ver, sobre todo en lo que a su movidito tramo final se refiere, esa persecución policial con puente por medio.

También su recreación –y hasta cierto espíritu sesentero- ambiental de medio siglo atrás desprende encanto y capacidad evocadora. Su mayor limitación estriba en que la historia carece de suficiente enjundia y sus diálogos aunque ágiles no pasan de un estadio mediano. Se nota que constituye la adaptación estirada de un cortometraje. Concretamente uno de 2005, SURLY SQUIRREL, firmado igualmente por Peter Lepeniotis y también de procedencia canadiense.

Nada que ver con la maestría a todos los niveles, la deslumbrante imaginación y el asombro técnico de los grandes títulos de Pixar, Disney o Dreamworks. Además, las influencias de algunas antecesoras como VECINOS INVASORES pueden llegar a ser evidentes en algún momento.

Inclusive hay momentos en que cierto excesivo infantilismo asoma por algunas de sus rendijas.

Puede constituir una satisfactoria distracción para los más pequeños y es posible que muchos adultos la vean sin enojo y sin poner mohines.

Simpática.                  

-Impresionante, estremecedor, imponente clásico el ofrecido esta noche en la habitual cita de los lunes en la taberna irlandesa Deicy Reilly´s. Se trata de DÍAS SIN HUELLA (THE LOST WEEKEND) de Billy Wilder:

Un drama de una inusitada fuerza dramática que no ha perdido ni un ápice de vigencia pese a los setenta y tres años transcurridos desde su rodaje. Tan solo le faltó al genial cineasta atreverse con un western. 

Así, de primeras, afirmo rotundo que DÍAS SIN HUELLA de Billy Wilder es la mejor película sobre alcoholismo que he visto en mi dilatada vida cinéfila, junto a DÍAS DE VINO Y ROSAS de Blake Edwards. Dos dramones en el mejor sentido del término… de aúpa. Resulta paradójico, curioso, que ambos cineastas se especializaran y alcanzaran  una buena parte de sus éxitos dentro del terreno de la comedia.

Le siguen inmediatamente en calidad FAT CITY y LEAVING LAS VEGAS. Hay otras muchas producciones, preferentemente norteamericanas que han abordado el problema con crudeza expositiva y sin medias tintas. Incluso algunas con un resultón sesgo sentimental, como CUANDO UN HOMBRE AMA A UNA MUJER, de mucho menor fuste que cualquier de los títulos citados anteriormente. Pero aludiendo a su enunciado castellano, ninguna me ha dejado tanta o una más profunda huella que ésta.

Constituye una nueva demostración, otro alarde sin pretender serlo –o si así se pretendió fue perfectamente disimulado- de la multiplicidad de registros de ese genio, de ese director y guionista único –igual este otro calificativo no le gustaría, él que vivía tan a ras de tierra- sublime que fue y seguirá siendo BW.

Él fue el primero en activar la alarma de uno de los males que aquejaban a la sociedad norteamericana del momento –década de los 40 del pasado siglo-, tal vez fruto o consecuencia directa de la situación de prohibición vivida unos años antes con la Ley Seca. O tal vez no, vayan a saber. Si leen a Bukowski se podrían encontrar otras razones, no sólo sociales, por para huir de problemas personales o dramáticas sino puramente placenteras o evasivas.

Su título original es prácticamente tan demoledor como el español, EL FIN DE SEMANA PERDIDO. No deja lugar para la esperanza, para algún atisbo de la luz. De hecho, su tono es francamente despiadado, demoledor, angustioso, sin apenas concesiones a lo afectivo.

Resulta tremenda la capacidad narrativa para mostrar ese proceso de autodestrucción, de bajada a los infiernos de ese individuo atormentado, Don Birnam, incapaz de superar sus miedos o sus frustraciones profesionales.

Queda ello patente en sucesivas secuencias como la del robo del bolso, la venta de su herramienta de subsistencia, la máquina de escribir, o ese tremendo momento de delirium trémens.

La habitación donde vive, donde se refugia con la botella o la taberna de Nat´s son los escenarios por los que deambula su adicción, en los que transcurre una buena parte de la acción.  El rodaje tuvo lugar en escenarios naturales de Nueva York.

Encima Ray Milland lo borda. Lo muestra espeluznantemente en toda su degradación, alcanzando simas siderales de ansiedad, desolación, destrucción y una desesperanza incapaz de asumir. Con todos los merecimientos del mundo alcanzó el Oscar al mejor actor principal en 1945. Fue uno de los cuatro que obtuvo esta producción Paramount de los siete por los que estuvo nominada. Los otros galardones fueron a parar a mejor película, a la dirección y al guión adaptado. En total Wilder obtendría 2, los primeros de una carrera a los que tuvo que sumar otros tres más, uno en el primer apartado y dos en el segundo. En total 20 nominaciones. No hace falta añadir mucho más.

Formando tándem con su colaborador de aquélla época, Charles Brackett, al citado Milland y al resto de personajes les regalaron unos diálogos que tumban, del tipo más o menos de “Me deshace el hígado, me ataca los riñones, sí. Pero ¿qué le hace a mi mente? Me libra de todo el lastre y puedo subir por los aires. De repente, estoy encima del suelo, soy poderoso, lo puedo todo”. Tremenda resulta esa oda que lleva a cabo en torno a la botella cada vez que la escucho me deja siempre sin resuello.

O ese otro “Por la noche esto es una copa. Por la mañana, una medicina”. O el que le espeta el barman encarnado por Howard Da Silva “Una copa es demasiado y cien no son bastantes”.

Además, esas marcas, ese cerco que deja la copa, acaban resultando una imagen muy ilustrativa de su propia vida. “Pequeños círculos viciosos” son por él denominados. Pues eso mismo.

Jane Wyman (BELINDA) como su pareja o Philip Terry (VIDA ÍNTIMA DE JULIA NORRIS) como su hermano son peonzas que pululan estériles a su alrededor.

Obra maestra sin posible discusión ni debate alguno. 

Apostilla:

Me señala Alberto, uno de los más fieles y veteranos asistentes a las entrañables sesiones de los Clásicos del Deicy, que en un momento determinado se produce una cita, no traducida, que hace referencia al escritor y filósofo estadounidense Henry David Thoreau. Dice “la mayoría de la gente vive sus vidas en una callada desesperación”. Oportuna y por mi parte desconocida apreciación que enriquece el discurso y al personaje encarnado por Ray Milland en la excepcional DÍAS SIN HUELLA.

Por cierto, yo de ustedes no me fiaría del final, no es tan esperanzador como pueda parecer o sugerir. Ahora toca remontar vuelo y no va a ser nada fácil.

Cómo vuelvo a disfrutar con unos diálogos entre incisivos, agudos, profundos, inteligentes y en todo momento brillantísimos. A lo que se ha de añadir esa portentosa dirección del genio Wilder aparentemente invisible, tan solo aparente. Fíjense, entre otros en ese plano casi al comienzo desde detrás de la estantería de la tienda a que Milland va a comprar alcohol. Cómo define al individuo desde la botella, título por otra parte de la novela que se siente incapaz de sacar adelante y causa principal de su hundimiento abisal empapado en whisky.

Me parece todo un acierto el tratamiento otorgado típico del más genuino cine negro, pero envolviéndolo en ambientes soleados neoyorquinos.

En este nuevo visionado he disfrutado aún más con el personaje de Nat, el camarero que trata de disuadir a Don de su adicción. Está encarnado por el gran secundario Howard Da Silva. Nacido en Cleveland, Ohio, sería trabajador siderúrgico antes que actor. Se le puede recordar, es difícil no hacerlo pese a sus breves pero sustanciosas apariciones en ELLOBO DE MAR, LOS AMANTES DE LA NOCHE, las dos primeras versiones de EL GRAN GATSBY, LA DALIA AZUL o LOS INCONQUISTABLES. En la década de los 50 fue incluido en el nefando listado del Comité de Actividades Antiamericanas del nefasto senador McCarthy.

Disfruto también mucho de la banda sonora de uno de los más grandes compositores de música para cine, Miklos Rozsa, el de EL CID o BEN-HUR. Su partitura emparenta en tonalidades e instrumentos –ese inquietante theremín- con la creada un año después para la freudiana RECUERDA de Alfred Hitchcock.

Me resulta inevitable recordarles que el mismo 1944 en que se fechó THE LOST WEEKEND, tal es su título original, se parieron otras dos obras maestras de –en otro registro- con una sofocante angustia como de sus mejores distintivos.

Los cercos que dejan las copas que va bebiendo compulsivamente se quedan como el icono principal de esta mítica y oscarizada producción Paramount, así como esos cigarrillos -cuánto se fumaba en el cine americano de la época- que se coloca o le colocan –su novia Jane Wyman, qué guapa sale- al revés en la comisura de los labios.

Qué verdadera maravilla de película, dura, sin contemplaciones, sin moralina, perfecta.