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Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

Lunes, 20 de febrero

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Foto: Woody Strode en El sargento negro/Sergeant Rutledge

-En La Regional recupero bien entrada la madrugada una colorista producción estadounidense de mediados los 50, EL FAVORITO DE LA REINA (THE VIRGIN QUEEN):

Es un recio y vistoso drama histórico, de época, del que no está exento cierto  sentido del humor, proveniente principalmente de la composición, rebosante en fina ironía, llevada a cabo por la genial Bette Davis.

Dieciséis años después de que ésta ya encanara a la reina Isabel I Tudor en LA VIDA DE ELIZABETH Y ESSEX, vuelve a embutirse en su piel y en los ropajes de tan regia y calva señora. Lo vuelve a hacer con el magisterio interpretativo que en ella era santo y seña.

Un aparte: La propuesta para la gran pantalla que sigo prefiriendo en torno a dicho personaje es la exuberante y preciosa versión de George Sidney filmada tan sólo dos años antes que ésta, con una bellísima Jean Simmons (no quisiera olvidar tampoco a una camaleónica Glenda Jackson en dicho papel en MARÍA, REINA DE ESCOCIA). Su título, LA REINA VIRGEN, y trata sobre los primeros e idealistas años de quien gobernara Inglaterra desde 1558 a 1603. Fue la quinta y última monarca de la dinastía Tudor, siendo también conocida por los apodos Young Bess –el título original de la obra de Sidney-, Gloriana o La buena reina Bess.

También es digno de mencionar el reparto que arropa a Davis, salvo quizás el más bien sieso Richard Todd, pero resulta de lo más disfrutable solazarse con la belleza juvenil de Joan Collins (como la dama que realmente roba el corazón al protagonista en vez de a la desdeñada y “virginal” regidora) o característicos de la relevancia de Herbert Marshall, Jay Robinson o Dan O´Herlihy.

Por lo demás, no es una película que destaque por una narración especialmente brillante, pero se contempla gratamente. Lo que más destaca son los aspectos más técnicos: la fotografía refulgente de Charles G. Clarke, la banda sonora de Franz Waxman, los decorados y el fastuoso vestuario Charles LeMaire y Mary Willis, éste último apartado cosecharía una nominación al Oscar que iría a parar a los mismos responsables pero por otra producción de la Fox, la popularísima LA COLINA DEL ADIÓS.

Su director, Henry Koster, responsable de la primera película en cinemascope –LA TÚNICA SAGRADA- fue siempre un profesional esforzado y concienzudo, que manejaba la cámara con suntuosidad y cierto dinamismo, aunque dependiendo de los guiones podía resultar más tieso. Aquí llevó a cabo un apreciable trabajo aséptico y pulcro.

No es una película muy conocida ni emitida en los canales especializados, por lo que su descubrimiento puede resultar apetecible para muchos cinéfilos.

-La proyección 251 de Los Clásicos del Deicy no puede ser más dichosa. Otro de esos títulos incontestables del más grande, John Ford, que continúa ganando con el paso del tiempo, EL SARGENTO NEGRO (SERGEANT RUTLEDGE):

Da gusto comprobar la felicidad que su cine continúa proporcionando a todo tipo de espectadores, veteranos y jóvenes.

A John Ford se le achacaría en su momento, 1960, el uso abusivo aquí utilizado de los flash-backs, pero hoy en día, se revela como uno de los múltiples aciertos de esta verdadera maravilla, que acabaría elevando a rango mítico la poderosa figura y estampa de Woody Strode, un pionero afroamericano del fútbol “made in USA”, en el papel del inolvidable e íntegro sargento Rutledge… Sargento Búfalo para sus hombres.

Tras una narrativa de aparente, tan solo eso aparente, falta de complicaciones, se encierra una compleja y riquísima reflexión sobre los prejuicios y la falsa culpabilidad. Este último un territorio explorado habitualmente, con inmensa profundidad, por el mago del suspense Alfred Hitchcock. Ford demuestra no irle a la zaga en cuanto a maestría a la hora de abordar este tipo de asuntos trascendentales, obteniendo un penetrante retrato sobre los recovecos de esa culpabilidad… o de la inocencia.

Alterna magníficos exteriores con numerosas secuencias de interiores de gran belleza, centradas principalmente en una sala de juicios, cuyo proceso otorga sentido a la historia. Las secuencias alusivas a este apartado resultan memorables, abarcando una amplia panoplia de registros, desde los más dramáticos hasta los más humorísticos, encabezándolos un socarrón y estricto/magnánimo juez y su metijona esposa, unos antológicos Willis Bouchey y Billie Burke.

Irreprochables Jeffrey Hunter y una heroína de postín, Constance Towers.

Enorme película.

PD: Permítanme una brillantísima apostilla de José Luis Garci acerca del cine del más grande: “Nadie ha filmado mejor que él un baile, un tipo hablando a una tumba, unos jinetes cruzando un río, la vejez, la soledad, la desilusión, la familia alrededor de la mesa, los entierros, las cocinas, las tormentas, las montañas, los ríos, los crepúsculos, el pocillo de café junto a la hoguera en la alta sierra, las brumas, la tensión del horizonte, el deber, el cielo, el amor, los rostros, los caballos, las barras de los bares y, en fin, esa cosa tan manida llamada vida. Si a Dios le gusta el cine, estoy convencido de que sus películas favoritas tienen que ser las de John Ford”.

Apostilla: 

Es una mezcla perfecta, irresistible, de clasicismo, suspense casi derivado en terror, humanismo del bueno, comedia, western, policíaco, melodrama, cine judicial, reivindicativo. Resulta imposible despegar la mirada de la pantalla surante sus dos horas prácticamente clavadas de metraje.

Lo admito, yo me acuso padre… pues babeo sin medida ni redención posible por el cine del más grande. Por el Séptimo de Caballería, por el Monument Valley, por las hileras de soldados montados a caballo, por esos cielos azules, por las cabalgadas por el desierto, por ese humor cachazudo que gastan muchos de sus entrañables secundarios, por un sentimentalismo siempre legítimo…

EL SARGENTO NEGRO supone además uno de las innumerables empresas arriesgadas del maestro Ford en los estertores de su carrera. Bien podría ser considerado el primer manifiesto anti segregacionista de la historia, aunque hubiera habido otras intentonas anteriores, por ejemplo FUGITIVOS de Stanley Kramer. Pero tiene sin duda una gran importancia histórica que no se vería refrendada en taquilla en su estreno, constituyendo un sonoro fracaso. Lo mismo que pasó en su momento con obras ahora incontestables como ¡QUÉ BELLO ES VIVIR!, LA FIERA DE MI NIÑA o LA NOCHE DEL CAZADOR.

La idea surgió de una pintura del gran retratista del salvaje Oeste norteamericano Frederick Remington. Uno de los guionistas de EL SARGENTO NEGRO, Willis Goldbeck, se quedó prendado de un cuadro que retrataba a un imponente sargento negro de la Caballería. De hecho puede que sea la película que visualmente más se asemeja a su estilo, gracias en buena medida al extraordinario trabajo fotográfico llevado a cabo por Bert Glennon. A partir de ahí llegaría la implicación muy comprometida de Ford. El resto ya es historia.

Resultó igualmente atrevida su utilización de flash-backs o esa manera de ilustrar los rostros de quienes testifican en ese juicio que constituye el armazón que sustenta toda la estructura narrativa.

La elección por parte del maestro de Woody Strode en contra de Harry Belafonte o Sidney Poitier, a los que consideraba más blandengues, no resulta gratuita. La tremenda presencia del que fuera un destacado jugador de fútbol americano y luchador profesional se acaba revelando como fundamental. Su silueta recortada en el horizonte, su endurecido rostro a la par que íntegro, su manera de emerger a lo John Wayne dotan de un aura épica, mítica  a su personaje.

De nuevo el ejército se vuelve a erigir como el refugio, el hogar, de un desnortado, un desclasado. El director de EL HOMBRE TRANQUILO vuelve a llevar un cabo un alegato en contra de los prejuicios, racistas en este caso, de la intolerancia fuere del signo que fuere. Provoca la emoción desde la sobriedad más fascinante. Las escenas entre el juez, su esposa y el asistente  son divertidísimas.

El Monument Valley vuelve a ser mostrado en toda su majestuosidad. Y recupera unas figuras, la de los soldados negros de la Caballería de los Estados Unidos del último tercio del siglo XIX, esos soldados búfalo así denominados por los indios por las pieles de búfalo con las que cubrían sus corpachones, de mucha más importancia que la reconocida hasta aquél instante. Años después, en la década de los 90 del pasado siglo Edward Zwick nos mostraría su génesis en la Guerra de Secesión a través de la notable y espectacular TIEMPOS DE GLORIA.

Y por favor, no se debería cometer el error de confundir la claridad y la sencillez expositiva aquí expuestas con simplicidad o simpleza.

Monumental. Obra maestra indiscutible. De lo mejocito de la última etapa de su “autor”, aunque acaso ¿hay alguno de los títulos que la conforman que no pudiera ser así considerado?