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Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

Jueves, 29 de septiembre

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Foto: cinemasips.com (Meryl Streep y Clint Easwood en Los puentes de Madison)

-Otra buena forma de saludar los primeros compases de este otoño clemente es volver a extasiarme con la enésima revisión de LOS PUENTES DE MADISON (THE BRIDGES OF MADISON COUNTY):

Nunca me canso de verla. Me trae, además, tantos felicísimos recuerdos de aquélla primera edición del Festival de San Sebastián a la que asistí. La de 1995, la de CARRINGTON, BRAVEHEART, UN PASEO POR LAS NUBES, LEAVING LAS VEGAS, NADIE HABLARÁ DE NOSOTRAS CUANDO HAYAMOS MUERTO,ALGO PASA CON MARY, EL DEMONIO VESTIDO DE AZUL, MY FAMILY, Susan Sarandon, Emma Thompson, Mel Gibson, Anthony Quinn, Vanessa Redgrave, Catherine Deneuve, los hermanos Farrelly, Victoria Abril, Mike Figgis…

“No quiero necesitarte porque no puedo tenerte” (Robert Kincaid/Clint Eastwood)

Si proclamo contundente que Clint Eastwood es uno de mis tres directores favoritos de toda la historia del cine, tras John Ford y Billy Wilder, y si LOS PUENTES DE MADISON me parece uno de sus trabajos más indiscutibles, creo que poco de lo que les pueda contar a continuación, por muy exagerado que parezca, les sorprenderá.

Tendría que remitirme a mi primera incursión en aquél Festival Internacional de San Sebastián, un evento al que me propulsó asistir saber que el propio Eastwood iba a presentar su película en persona. Finalmente para gran desilusión mía y de tantos, no pudo asistir debido a motivos profesionales, pero envió un vídeo de lo más reparador. En cualquier caso, aquella fue una edición memorable en cuanto a asistencia de estrellas y grandes títulos.

Para mí la película de aquella cita, que no se presentaba a concurso, fue sin duda ésta (también BRAVEHEART, eh, y me pareció preciosa UN PASEO POR LAS NUBES). Y entendí perfectamente por qué para el actor, director, productor y músico californiano BREVE ENCUENTRO era su película favorita. Pues me di cuenta que lo que acababa de contemplar era una versión, convenientemente remozada y puesta al día, de la obra maestra de David Lean.

Lo que nos cuenta es una historia de amor como hay pocas iguales. El encuentro de dos almas gemelas solitarias, cada una a su manera, y la descarga amorosa que se produce entre ellos durante cuatro días que quedarán indeleblemente grabados en ambos para el resto de sus días, diría más, les darán sentido a sus vidas. Romanticismo en estado, depurado, sin aditamentos ni molestos adornos, en carne viva.

Apela al eterno debate de la razón, de lo adecuado, y del corazón. Lo sintetiza en una secuencia única, magistral. Un tipo empapado por la lluvia y el agarrador de la puerta de un automóvil a cuyo lado se puede encontrar la felicidad plena… durase lo que durase. Portentosa escena, de las más grandes vistas en una pantalla.

Todo esto envuelto en una música de jazz penetrante y en momentos de emocionante intimidad. Un discreto movimiento de “travelling” circular rodeando a los amantes mientras bailan, con la voz grave, profunda e intensa de Johnny Hartman sonando de fondo vale más que mil doctorados en audiovisual. Con los años me he dado cuenta que Eastwood hizo esta película cuando debía, en el momento oportuno, en plena madurez personal y creativa. Cuando ya se había convertido no solamente en un cineasta virtuoso desde el más absoluto de los clasicismos, sino en un tipo lúcidamente comprensivo con las debilidades y lo mejor que el ser humano lleva dentro, su capacidad de amar.

Meryl Streep, con la que se impone más que nunca escucharla con su voz original y un Eastwood especialmente conmovedor en su sobriedad, en su más que expresiva economía gestual, interpretan a la pareja protagonista.

Episódicamente, figuran un marido que es buena persona y que probablemente acabe intuyendo algo de lo que le sucede a su esposa aunque no haga preguntas, y unos hijos zongolotinos que al final de la historia acaban mostrándose más comprensivos y mejores personas después de ir leyendo el testimonio escrito de su madre, acaban entendiendo que los hechos no se puede juzgar alegremente, que hay que escuchar a los demás, que conviene saber los puntos de vista, conocer, indagar en la vida de los demás sin resultar entrometido, a gente que actúa de diferente manera y a la que no se la puede descalificar caprichosamente.

Adoro hasta la extenuación LOS PUENTES DE MADISON, la llevo adherida a la piel. Adoro su romanticismo embriagador y alejado de cualquier impostura o superficialidad, su elegante pasión abrasadora, su estudio del ser humano y de los mejores sentimientos que podemos desprender, la hondura y a la vez liviandad con las que nos es contada y sintetizada una historia mayúscula del corazón, la protagonizada por dos seres humanos cálidos, acogedores, afectuosos, responsable la una, independiente el otro.

Ya se ha dicho casi todo de esta película, es difícil sorprenderles con algo diferente. Lo único con lo que puedo apostillar este comentario es decirles que yo tampoco olvidaré aquél 15 de septiembre del 95, una fecha para enmarcar, en la que no pude ver hecho realidad uno de mis sueños más anhelados, conocer a uno de mis dioses del Olimpo cinematográfico, pero que me fue permitido contemplar en primicia algo tan sumamente bello, delicado, resplandeciente y emocionante como esto.

Siempre permanecerá en un lugar privilegiado de mi memoria mientras ésta me continúe respondiendo.

-Estupenda cita, española además, la de este jueve en esas sesiones a las que tanto cariño tengo. Toca “thriller” de categoría, con fuste, robusto, TARDE PARA LA IRA:

Un “thriller” cañí, mesetario, urbanita, de extrarradio. Los aficionados vuelven a responder espléndidamente, produciéndose otro de esos llenazos habituales de estas y de otras fechas también.

Apostillas:

Ya desde guión sorprende gratamente este duro exponente de cine negro que utiliza soporte de 16 mm y una textura sucia para narrar la implacable historia de una obsesión, una venganza, contada en 90 precisos minutos por un Raúl Arévalo, que en su salto tras las cámaras muestra dotes de gran narrador y de que no le tiembla el pulso para ofrecernos momentos de gran tensión y dureza.

Por ejemplo, esos cinco-seis minutos, entre graciosos y asfixiantes, que tienen lugar en un gimnasio, protagonizados por Antonio de la Torre, Luis Callejo y un sensacional e irreconocible –el juez Ruz de B DE BÁRCENAS- Manolo Solo. Me sorprende también la interpretación de Ruth Días como una mujer en permanente naufragio emocional.

La trama contiene, además, un par de giros que insuflan aún más interés a una historia que en algunos momentos se llega a hacer irrespirable, estoy acordándome del episodio en ese pueblo segoviano en fiestas, más bien su despiadado colofón.

Vuelvo a advertir en este segundo visionado las influencias del cine de Saura, en especial de su magnífica –una de mis preferidas de toda su extensa filmografía- EL SÉPTIMO DÍA, que también sacaba a la luz las tripas y la violencia de una España proletaria, profunda, de odios ancestralmente larvados, en este caso a costa de la recreación de la matanza de Puerto Hurraco.

Noto a los asistentes que salen cariacontecidos pero muy satisfechos, algunos como es habitual, me lo manifiestan personalmente. Merece sin duda estar en el “top three” de mejores títulos autóctonos del año, junto a JULIETA y EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS.