viernes, 26 de abril

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Barricada Cultural

 

Cuatro películas... Y una obsesión (IV)

por Alicia Noci Pérez

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No puedo vivir sin ti, sin ti no soy nada, sin ti me cuesta respirar, mi vida no tiene sentido si tú no estás, si tú te vas ¿qué será de mí?.

Éstas y otras muchas son frases que nos parecen el sumun del amor romántico. ¿Acaso puede haber algo más profundo que sentirse morir ante la falta del ser amado? ¿Es que hay mejor forma de demostrar la intensidad de un amor que detener el mundo y hundirse en la más profunda de las tristezas cuando se acaba?

Pues resulta que, como dice la psicóloga Silvia Congost, “si el amor duele no es amor, es dependencia emocional”.

Este “no poder vivir sin ti” ha ocupado mucho metraje cinematográfico (además de innumerables letras de canciones) y creo que una de las más evidentes es “Anna Karenina”, para la que “morir de amor” no era una frase hecha.

De esta obra de Tolstoi se han realizado diversas versiones en formato de película (de hecho las hay desde la época del cine mudo), de serie o de miniserie. Una de las más famosas es la protagonizada por Greta Garbo en 1935. Otra muy conocida, la de 1948, donde Anna tiene el rostro de Vivien Leigh. En 2012 Joe Wright dirigió una nueva versión protagonizada por Keira Knightley, con Jude Law en el papel de su marido, que no me entusiasmó (pero hay críticas absolutamente a favor, la elección es suya); se recrea demasiado en la imagen, que acaba por resultar mareante, a mi muy modesto entender, pero que tiene algunas frases que no pueden venir más al pelo al tema que estamos tratando.

Bueno, Anna está casada con Karenin, un alto funcionario del Gobierno, más cautivado por sus labores políticas que por ella, y tiene un hijo. Conoce al conde Vronsky que inmediatamente le muestra un interés afectivo tan insistente que ella no se ve capaz de rechazar, lo que le lleva a iniciar una apasionada relación que trasciende lo íntimo, con lo cual toda la sociedad la acaba conociendo y, precisamente por ser pública, en una inmensa demostración de su hipocresía (si la hubiesen llevado con discreción a nadie le habría importando), es rechazada.

El problema es que Anna lo entrega todo a Vronsky, su dignidad, su sensatez, el respeto por sí misma y su felicidad. Dejar la felicidad propia en manos de otra persona sólo puede llevar a dos cuestiones: esperar que la otra persona siempre actúe de la manera que esperamos y, si no lo hace, es señal de que ya no nos quiere; y exigirle permanentemente, lo que acabará por agotar a la otra persona. La relación se rompe por imposible de sostener y la desesperación hace presa en la parte de la pareja que ha puesto todo el sentido de su vida en la persona que se aleja. La dependencia emocional está servida. El final de Anna es la única salida que ve a su sufrimiento, porque este tipo de obsesión provoca un dolor tal y una sensación de que no se va a acabar jamás que o la persona en cuestión logra un día ser consciente y busca ayuda o... quién sabe dónde puede llegar cada uno.

El tema de fondo que creo que quiso darle Tosltoi es el matrimonio y el adulterio. Por un lado, la película comienza con Anna yendo a visitar a su hermano, que le pide ayuda porque su mujer quiere abandonarlo al enterarse de que le ha sido infiel. Ella la convence con la idea de que, en realidad, la ama a ella a pesar de esos escarceos. Dolly, que así se llama su cuñada, acepta la situación un poco como último recurso. Es curioso, porque luego Anna no se va a resignar en absoluto, ella encarna una libertad que no le ofrece a Dolly.

Después tenemos la historia de Levin, un terrateniente que consigue el amor de la princesa Ketty, decepcionada tras su primer enamoramiento de Vronsky, un amor muy sincero por ambas partes que los llevará a formar una familia armónica y feliz.

Y, por supuesto, Anna y Vronsky, que se lanzan a una pasión desatada con las consecuencias que ya hemos visto. Y es la relación que peor final tiene. Pero no es la pasión ni el rechazo social subsiguiente los que hacen que acabe por convertirse en una locura destructiva, es la obsesión de Anna.

Como les decía, hay varias frases en la versión de 2012 que resultan muy significativas:

* “Oh, Dios mío, perdóname, esto es el final de todo. Tú eres lo único que tengo, nunca lo olvides” le dice Anna a Vronsky.

* “¿Cómo iba a olvidarlo? Tú eres mi felicidad”, le responde él.

* “¿Felicidad? Tú has asesinado mi felicidad. ¡Asesino!”.

Me parece que poco más se puede añadir a esto. Resulta evidente que ella sabe que se está perdiendo a sí misma, lo cual no puede hacerla sentir bien, pero tampoco puede sustraerse a esa especie de adicción.

En la versión de 1948 hay otra frase bastante terrible: Anna comenta sobre su hijo: “creía que le amaba, pero era a mí misma a quien amaba. Cambié su amor por el de otro, podía vivir sin él”. El caso es que alguien la hiciera feliz, dependía de que otros la quisieran para quererse a sí misma y ganaba el que tuviera más fuerza.

A esta situación se llega por inseguridad y falta de autoestima, que llevan a necesitar apoyos externos para creer en uno mismo. Como decía, cualquier cosa que haga Vronsky que a Anna no le cuadre la va empujando a sentirse cada vez más insegura, llena de celos y con reproches permanentes, lo que envenena una relación en la que, por otro lado, él está siempre al cien por cien.

Quien sufre esta dependencia se aferra a alguien que cree que es lo mejor que puede encontrar, le corresponda o no, y considera que su vida no va a tener sentido sin él o ella y ya no va a poder ser feliz.

La relación de Stiva (el hermano de Anna) y Dolly tampoco es sana, por supuesto, implica una resignación que igualmente indica que la parte ofendida no se aprecia lo suficiente como para romper un vínculo que sabe que no le ofrece ni amor, ni dignidad, ni respeto. Pero es que todo eso debe nacer del interior de uno mismo.

Siguiendo con los consejos de la psicóloga que les comentaba antes, auténtica especialista en el tema, una relación sana no puede suponer ni resignación, ni “enganches”, ni un lugar donde quedarse atrapado ni una renuncia a nosotros mismos, es un lugar donde ser libres, donde sentirse aceptados, realizados y en la que recibir pasión, amistad y cariño. Nada más y nada menos.

Si alguno de ustedes ve esta película y se siente mínimamente identificado, no dude que hay algo que cambiar en su visión de las relaciones sentimentales, pero que todo tiene solución. Yo soy de la creencia de que lo ideal es encontrar la felicidad en uno mismo y, después, compartirla con los demás. Así nunca diremos que “no puedo vivir sin ti”, diremos “te echaré de menos, pero mi vida seguirá sin ti”. Es una diferencia de calidad.

Si me permiten, en una película donde los trenes tienen un papel muy importante (llevan a sus ocupantes hacia su destino, son puntos de encuentro, el sonido machacón que hace el trabajador del ferrocarril, tan parecido al pensamiento recurrente de Anna...) voy a terminar esta serie expresando con entusiasmo que hay que subirse al tren de la vida, nunca arrojarse a él.