sábado, 20 de abril

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Barricada Cultural

 

Cuatro películas... Y una obsesión (I)

por Alicia Noci Pérez

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Nuestro cerebro es una poderosa herramienta para la que no tenemos instrucciones. Es como si a mí me dicen que tengo que lanzar un cohete al espacio, lo más fácil es que me surja “algún problemilla”. Pues esto es igual. Pero en el caso del cohete (o cualquier otra cosa que no controlamos) podemos no ponernos con ello, sin embargo de nuestra mente es imposible escapar. Lo que se deriva de un mal uso es muy variado. Lo normal es lo que nos pasa a todos (no creo que haya nadie que se escape), nuestras pequeñas neuras, manías, miedos o reacciones poco adecuadas. A partir de ahí, va in crescendo y está claro que acabar obsesionado es un nivel superior.

El cine no podía dejar de utilizar este problema como inspiración porque, evidentemente, da mucho juego. Una persona obsesionada es alguien que puede reaccionar de manera inesperada en cualquier momento porque ha perdido parte del control sobre su mente y eso concede una amplia libertad a un guionista.

¿Y cuál es la película por antonomasia que se le viene a la mente si hablamos de obsesiones? A mí “Moby Dick” o el afán de venganza del capitán Ahab hacia una ballena que le destrozó la pierna, lo que se convierte en el único objetivo de su vida.

Basada en la novela de Herman Melville, se llevó al cine en 1956 de la mano de John Huston y protagonizada por Gregory Peck, en el personaje del atormentado capitán, consciente de su terrible obsesión y, sin embargo, abocado a seguirla sin posibilidad de redención. También aparece Orson Wells, pero resulta difícil reconocerlo. A ver si ustedes lo consiguen. Les doy una pista: tiene mucho que ver con una curiosa proa.

La referida novela, publicada en 1851, no tuvo ningún éxito en su época por lo denso de su escritura, digámoslo así. Yo no la he leído, pero al parecer es innecesariamente larga y dolorosamente lenta. Sin embargo, con el paso de los años fue cosechando un mayor reconocimiento y, a día de hoy, se considera una de las cumbres de la literatura norteamericana. Tendremos que leerla para poder juzgarla.

Melville se inspiró en unos hechos reales (y que son los que llevaría Ron Howard a la pantalla en la película del 2015 “En el corazón del mar”, según la novela de Nathaniel Philibrick). En 1819 el barco “Essex” partió de Nantucket (Massachusetts), capitaneado por George Pollard y con Owen Chase como primer oficial, con la idea de pasar dos años cazando ballenas. Unos meses después, ya en 1820, avistaron un grupo grande y, de pronto, surgió un ejemplar de cerca de 26 metros de longitud que embistió contra el barco, provocando su hundimiento. Los supervivientes sufrieron entonces una terrible experiencia, sobreviviendo a duras penas en un bote, sin apenas provisiones ni agua potable, lo que les llevó a tener que utilizar el cuerpo muerto de uno de los marineros como alimento. Tras noventa y cinco días en el mar, fueron por fin rescatados.

La narración la dejaron por escrito Owen Chase, el primer oficial, “La Narración del más extraordinario y desastroso naufragio del ballenero Essex”, y el grumete Thomas Nickerson escribió otra narración que tituló “La pérdida del barco "Essex" hundido por una ballena y la trágica experiencia de la tripulación sobre botes balleneros”.

Este ataque se achacó a Mocha Dick, un cachalote albino que merodeaba por las aguas de la isla Mocha, en Chile, y que se hizo famoso en su época gracias al relato de un oficial de la armada estadounidense publicado en 1839 en la revista Knickerbocker. Al igual que la obsesión del capitán Ahab, aparte de sus enormes dimensiones, había sobrevivido a numerosos intentos de captura, de los que llevaba como muestra los arpones clavados en el lomo, y embestía los barcos, formando un nube de espuma a su alrededor.

En cualquier caso, la película, con la asequible duración de 1h 55 min., la imaginaba de niña como de aventuras y no es eso para nada, así que no me resultaba interesante, pero vista desde la perspectiva de la edad, el enorme simbolismo que contiene la convierte en un profundo análisis del ser humano, sobre todo desde el punto de vista psicológico. Si a usted le interesa mínimamente ese tema, no deje de verla.

Y es que Ahab es un ejemplo claro de alguien que no sabe gestionar bien sus emociones. Para que vean que efectivamente estamos ante un estudio psicológico, se nos presenta al atormentado capitán del Pequod frente al de otro ballenero que encuentran por el camino. Él ha perdido una mano debido también a Moby Dick, pero, en lugar de amargarse por ello, lo afronta con resiliencia, que se dice ahora, es decir, con una actitud positiva, de forma que comenta que el artilugio que le han puesto para sustituirla le resulta tan útil que no le importaría perder la otra.

A Ahab le hubiera venido bien saber que si aprendemos a enfrentar nuestros miedos y a buscar el origen de nuestro dolor dejaremos de echar la culpa a los otros, de atacarlos para defendernos. Así, en vez de reaccionar con emociones que nos pueden hacer sufrir o nos pueden llevar a conductas inapropiadas, acarreando con ello diversos problemas, tendremos la capacidad de responder con equilibrio. Evidentemente no es su caso, ya que reacciona con ira, culpando a la ballena de cómo se siente, cuando es evidente que arrastra otros problemas que no afronta, que, probablemente, no conoce y que sí que son la causa de su dolor. Y es que es el problema de la venganza, siempre se piensa que cuando consigamos vengarnos de quien nos hizo daño nos sentiremos mucho mejor y, en realidad, el único momento en que nos sentimos medianamente bien es el tiempo que pasamos pensando en lo dulce que resultará esa venganza. Ello es debido a que al cerebro le encanta pensar en la recompensa más que la recompensa en sí. De hecho, si alguien necesita vengarse es porque algo por dentro no funciona como tiene que hacerlo y, si al final se consigue, el resultado es el vacío porque eso que no funciona va a seguir sin hacerlo. Eso si el final no es la autodestrucción.

O sea, que si Ahab hubiese conseguido definitivamente matar a Moby Dick, se habría seguido sintiendo igual de mal por la pérdida de la pierna porque lo que no sabía es enfrentarse a su pérdida. Apliquen esto a cualquier otra carencia, a cualquier otro dolor.

Lo ideal, antes de dejarnos llevar por el odio, por la ira, es saber por qué surgen e intentar ponerle solución. Ya lo dice en el subtítulo de su libro “Cuenta contigo” la psicóloga Patricia Ramírez: “No busques fuera, las soluciones están en ti”.

Todos tenemos ballenas blancas, pero no necesitamos ir a cazarlas, podemos permitir que se alejen en el mar.