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Barricada Cultural

 

Mi historia de amor preferida: Pedro I e Inés de Castro

por María Delgado

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Hace unos días con motivo del muy comercial San Valentín, me puse a pensar en cuál era mi historia de amor, verídica, preferida; y llegué la conclusión de que ninguna era capaz de emocionarme como la trágica historia del príncipe Pedro de Portugal, y la noble Inés de Castro e Andrade, allá por el siglo XIV.

Os cuento: Inés era hija ilegítima de un noble gallego, que la colocó en casa de su madrina, Doña Teresa de Alburquerque, casada con Afonso Sanches, un hijo natural del que fuera rey de Portugal, Don Dinís, para que la educaran haciendo de ella una gran señora. Allí la muchacha se crió en un ambiente culto y relajado, y aprendió también a temer a Afonso IV de Portugal, medio hermano de Don Afonso, y temible rival en las atenciones de quien fuera padre de ambos.

Este rey Afonso IV, padre de Pedro, el protagonista masculino de esta historia, le buscaba desde hacía tiempo una novia en tierras hispanas. Finalmente, la elegida fue Constanza Manuel, hija del infante y poeta, Don Juan Manuel, con quien Inés tenía amistad. Las jóvenes estuvieron un tiempo viviendo juntas, en las posesiones de Don Juan Manuel, antes de partir a Portugal, y sus lazos de cariño se estrecharon inefablemente. Constanza era muy insegura y se dice que llegó a hacer jurar a Inés que nunca se casaría y permanecería siempre a su lado.

Cuando el cortejo castellano llegó a las tierras lusas, el príncipe sentía curiosidad por su esposa, pero no pudo quedar más decepcionado: Constanza era poco agraciada, tímida y algo pacata. Sus ojos se cruzaron entonces con los de una hermosa dama de compañía: Inés de Castro. La joven le impresionó; no sólo era bella, era también muy culta, risueña y llena de vida.

Pedro e Inés se enamoraron profundamente, y la Corte se convirtió en un hervidero de rumores. Pero no sólo era Constanza quien estaba defraudada, el propio rey, al saber quién era Inés, la joven protegida de su gran rival, estaba deseando deshacerse de ella. No tardaron en desterrarla de la Corte; pero en secreto, ambos jóvenes mantuvieron viva la llama de su amor por vía epistolar.

Constanza era una mujer débil y enfermiza, y la permanente búsqueda de herederos fue mermando su escasa salud. Sintiéndose a las puertas de la muerte, quiso tener de nuevo a Inés con ella. La leyenda cuenta que en el lecho de muerte, el príncipe Pedro se aproximó a la moribunda para besarla suavemente en los labios. Constanza llamó entonces a su lado a Inés, que estaba presente, y la besó, diciéndole: “te devuelvo lo que es tuyo”.

Al fallecer la princesa, los amores de Pedro e Inés se hicieron más notorios, ya no tenían que esconderse —o eso pensaban ellos— y empezaron también a llegar los hijos. Pero Afonso IV estaba cada vez más descontento con la situación. Aparte de aborrecer a la noble galaica, quería casar de nuevo a Pedro, que se negaba a contraer matrimonio con alguien que no fuera su amada Inés. Ante la actitud del rey, los amantes contrajeron matrimonio en secreto, pensando en hacerlo público cuando fuese el momento adecuado.

Pero conociendo Pedro de los tejemanejes de su desquiciado padre, y sabiendo que planeaba deshacerse de Inés de una vez por todas, instaló a ésta y a sus hijos en el convento de las clarisas de Coímbra, donde los creía a salvo de sus iras. Allí los visitaba siempre que podía.

Mas no calculó bien el príncipe su jugada, ya que un aciago día, mientras él disfrutaba tranquilamente de una jornada de caza, unos sicarios enviados por el rey, irrumpieron en el convento, y apuñalaron a su amada hasta la muerte, en presencia de sus propios hijos, horrorizados, que tuvieron que ver la sangrienta carnicería, y escuchar las desgarradoras súplicas de Inés, pidiendo clemencia en su condición de madre.

Pedro se volvió loco de rabia y quiso matar a su padre, desatando una guerra contra él, pero calmado por su madre, la reina Beatriz, y sabiendo que no debía poner en peligro el reino, decidió fingir una reconciliación, y esperar el momento de su venganza. Éste llegó por fin, once años más tarde, a la muerte de Afonso IV. A su subida al trono, Pedro I mandó buscar a los asesinos de Inés, a quienes condenó a una muerte cruel. Sólo uno de ellos logró escapar.

Pedro proclamó entonces su matrimonio secreto con Inés, y decretó que se le debían honores como verdadera reina de Portugal. La leyenda nos cuenta que mandó desenterrar su cadáver, vestirlo y enjoyarlo; y sentada en un trono junto a él, tuvieron que desfilar todos los nobles del reino, rindiéndole pleitesía, y besando el anillo real que adornaba la mano descarnada. Desde entonces, se conoció a Inés de Castro como “la que reinó después de muerta”, y a Pedro, como “el Cruel” o “el Justiciero”.

Tras esta lúgubre escenografía, Don Pedro mandó construir unos magníficos sepulcros, que todavía hoy se conservan en el monasterio de Alcobaça, donde enterraron a Inés, y se enterraría él a su fallecimiento. Los dos sepulcros se encuentran uno frente al otro; Don Pedro lo decidió así para que cuando sus cuerpos despertasen el día del Juicio Final, lo primero que viera al incorporarse, fuese el rostro de su amada Inés.

¿No os parece una historia preciosa?

¡Nos leemos!

 

Foto: ensina.rpt.pt