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Barricada Cultural

 

Cuatro películas... Animadas (II)

por Alicia Noci Pérez

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Si hablábamos la semana pasada de uno de los más grandes en el mundo de la animación cinematográfica, Disney, miramos hoy en dirección este para fijarnos en otro pilar del género: Hayao Miyazaki y el anime japonés.

A día de hoy el manga y el anime han pasado a formar parte de nuestra cultura, pero si tiene usted ya una cierta edad quizás estos términos le suenan un poco más a... japonés.

Sin embargo, todos recordamos a Heidi correteando por aquellas maravillosas montañas (y al pajarito Pichí, qué mono era); el largo viaje de Marco; o Candy Candy si lo suyo era el drama duro; o Mazinger Z si resultó más peleón (o peleona, no sé si se acuerdan de Afrodita); o a Oliver y Benji subiendo la banda; o a Comando G (ya saben, “la batalla de los planetas es la gran guerra interespacial” que cantaba Parchís).

Pues resulta que veíamos un montón de dibujos animados japoneses que por aquel entonces no lo sabíamos, pero eran anime, o lo que viene siendo el manga en movimiento, y disculpen la simplificación.

Les comentaba en el artículo anterior, en el breve repaso por los orígenes del cine de animación, que James Stuart Blackton o Emile Cohl llevaban a cabo, en los inicios del siglo XX, los primeros pinitos del género. Estos ejemplos llegaron también a Japón, donde alcanzaron gran popularidad, empujando a los productores nipones a interesarse por el tema.

Se considera la primera manifestación un corto que data de 1907 titulado “Katsudō Shashin” (“Imágenes en movimiento”, el título no deja lugar a la sorpresa) https://www.youtube.com/watch?v=4DMQx0dTqbs

Ya como primera película tenemos “La historia del conserje Muzuko Imokawa”, de Ōten Shimokawa, ésta fechada en 1917. https://www.youtube.com/watch?v=-KGZLFzXvws En ese mismo año le acompañan Seitaro Kitayama con “La batalla del mono y el cangrejo” y Sumikazu Kouchi con “Hekonai Hanawa y su nueva espada”. https://www.youtube.com/watch?v=ENvhPl9C0XE Así se inicia la andadura del anime.

En las décadas siguientes se producirán múltiples cortos, la mayoría dirigidos a un público infantil, hasta que en la década de los ’40 empiezan a utilizarse con fines propagandísticos; en 1942 se rodará un film con un metraje mayor, “Las águilas marinas de Momotarō”; y “Momotarō, dios de las olas” sí que será ya un largometraje. Imaginen, en esa época, qué tipo de propaganda se pretendía hacer.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, comienzan a llegar películas americanas y desde entonces la influencia de Disney se hará cada vez más evidente, hasta que en los años ’60 los creadores vuelven su vista hacia los intereses autóctonos, adquiriendo en las siguientes décadas la identidad que el anime tiene hoy en día.

En ese giro es donde se incorpora al mundo de la animación Hayao Miyazaki, quien iba a dedicarse a la economía, pero por esas cosas del destino comenzó a trabajar en el estudio Toei Animation. Allí conoció a Isao Takahata, director, animador y guionista, autor de algunas de las series más míticas de las que comentaba más arriba: “Heidi, la niña de los Alpes” y “Marco”.

Juntos fundaron, en 1985, el ya legendario Studio Ghibli, del que han salido películas que, aunque usted no sea seguidor de este género, seguro que ha oído en algún momento porque su enorme calidad las ha llevado a traspasar la frontera de los aficionados: “Mi vecino Totoro”, “El viaje de Chihiro”, “Ponyo en el acantilado”, “El viento se levanta” o la que hoy traemos, “La princesa Mononoke”.

Todo un clásico ya, el pasado 2017 cumplió veinte años, es sin duda, y aunque sería la posterior “El viaje de Chihiro” con la que el director consiguió un Oscar, el punto de inflexión en su carrera, en el devenir del estudio y en la evolución del anime.

Fue la primera en conseguir una enorme distribución internacional, aunque la recaudación allende Japón, lógicamente, no resultara tan enorme. Y es que el problema que tiene para nosotros, los occidentales, es el que tienen todas ellas, la diferencia cultural, las referencias mitológicas tan alejadas de las nuestras, que dificultan en cierta medida la comprensión.

Sin embargo, “La princesa Mononoke” lanza un mensaje que sí que llega a todo el mundo: es ecologista, es pacifista y es feminista.

La protección de la naturaleza es un tema recurrente en Miyazaki. Aquí es la columna vertebral. El príncipe Ashitaka, maldito porque ha sido herido por un jabalí-demonio, en lo que se ha convertido debido a una bala, busca ayuda en el espíritu del bosque. En su camino se encontrará con lady Eboshi, líder de la Ciudad del Hierro que se ha levantado debido a la búsqueda de este mineral para fabricar armas, en la que las mujeres, muchas de ellas antiguas prostitutas, y enfermos de lepra realizan un duro y reconocido trabajo.

Y después topará con San, una joven que, abandonada de niña por sus padres, será criada por una loba, a medio camino entre Rómulo y Remo y el mismísimo Mowgli.

Entre los humanos y los animales se desata una guerra en medio de la cual se desarrolla la cariñosa amistad entre Ashitaka y San, que no cejarán en su empeño de encontrar un punto de encuentro entre ambos.

También la definía como pacifista y si la conocen o si la ven después pensarán que es “ligeramente” violenta, pero aunque algunas escenas son duras, con cabezas y brazos volando, no se regodea en ellas y simplemente pone las cosas en su lugar. Miyazaki respondió a las críticas al respecto que surgieron en su momento: "Hay que abordar los temas que tratamos de la forma más honesta posible. No considerar, en particular, el pasado como algo intocable confinado en los museos. Hay que narrar el mundo tal y como lo sentimos, tal y como lo vivimos [...] Pensamos que eludiendo las cosas desagradables podemos hacernos mejores, que superando la pobreza estaremos sanos. Sin embargo, ahora sabemos que no hacemos más que crearnos nuevas plagas".

Y quiero destacar la maravillosa banda sonora compuesta por Joe Hisaishi, sensible, grandiosa, clásica y con toques del folclore japonés. De ella destaca “La leyenda de Ashitaka”, leitmotiv de toda la película.

Así que se trata de un film épico, realista, poético y, como les decía, con un mensaje claro y absolutamente universal, además de ser una forma de acercarse a la cultura y mitología japonesas. Les darán ganas de perderse en el bosque, ya verán. Eso sí, comprueben que pululan kodamas por él.