sábado, 27 de abril

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Barricada Cultural

 

Metafísico estáis. Es que no como

por Fernando Aceytón Sorrentini

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La mamá del okupante que presuntamente ha asesinado a un ciudadano español sustancialmente por el hecho de serlo, publica hoy mismo en su Twitter otro de “Alfon libertad” en el que se recuerda que el tal Alfon, otro pájaro de cuenta, lleva dos años y medio en prisión por “un montaje policial”. Esta chusma no escarmienta. La buena mujer afirma que su hijo está aislado en la cárcel y que según el Protocolo de Estambul eso puede ser una forma de tortura. ¡Cuánta delicadeza! También dice que “no deja de pensar que su hijo podría estar muerto, pero se defendió y está vivo.” Esta señora también recoge los twits de “Contador Altasu”, dedicado a la alegre muchachada de Alsasua que vapuleó a unos Guardias Civiles, en donde consta “Los chicos de Altasu llevan 394 días en la cárcel.” Con estos bueyes aramos. La tal Mariana Huidobro, que así se llama la interfecta, es la responsable directa y natural de que su hijo sea como es y haga lo que hace, y no precisamente por haberle parido, sino por su intolerancia y fanatismo altamente peligroso y manipulador. La doña es hija del Almirante Huidobro, uno de los grandes apoyos de Pinochet en la Armada chilena, lo cual a todas luces imprime carácter. Ahora, como hizo en su día cuando su retoño dejó en el limbo a un Guardia Municipal de Barcelona de una pedrada, vuelve a defender al niño; hasta ha publicado su versión de los hechos, en los que destaca que la víctima le habría llamado al nen “sudaka de mierda” (así, con k). La misma cantinela de siempre.

Les recomiendo vivamente la exposición retrospectiva que Caixaforum dedica a Giorgio de Chirico. Ciento cuarenta y dos obras que resaltan las obsesiones del padre de la pintura metafísica, que tanto habría de influir en Dalí o Warhol. El mundo de Giorgio de Chirico. Sueño o realidad, que así se titula la muestra, recorre todo el imaginario que bebe de sus sueños y de sus lecturas a través de las piezas provenientes en su mayoría de la Fondazione Giorgio e Isa de Chirico, completada con préstamos de más de 20 museos y colecciones privadas. El montaje, un tanto teatral, como el propio autor, recoge piezas como El enigma de un atardecer de otoño, que inauguró esa pintura metafísica en 1910, y que supone la vuelta al clasicismo como reacción a las vanguardias precedentes. Me ha gustado siempre y especialmente el cuadro Las musas inquietantes (1924) en el que De Chirico expresa en plenitud su gusto por la arquitectura renacentista italiana. También se incluyen en la exposición las pocas esculturas realizadas por el maestro a partir de 1940, en terracota y bronce.

Leo en el suplemento de los viernes de un conocido diario una pequeña reseña acerca de un restaurante, cuyo nombre omito, bajo el título de “Clásico en el fondo y en la forma”. En dicha crítica se dedica casi mitad del espacio a una disquisición un tanto ociosa acerca del carácter “clásico” del establecimiento. Este detallito nos da una pista de por dónde van los tiros en la crítica y en el periodismo gastronómicos. Enrollarse para justificar que tener más de cuarenta años es “indicativo de una forma de entender la gastronomía”, aunque “no es un comentario peyorativo”, no deja de resultar snob e irritante. Menos mal que el cronista considera que “el hecho de que los comensales sean maduros no implica tanto apreciar una cocina determinada como tener la capacidad de valorarla y, por supuesto pagarla. Algo que no pueden hacer la mayoría de los millenials…..” y que “ello no significa que resulte vintage y menos aún viejuna”. De lo anterior podría pensarse que la cocina más clásica y tradicional es propia de gente mayor y tira a viejuna y por ende la cocina más “moderna” o de “vanguardia” es una cocina joven y alegre, y en todo caso maravillosa. Y no. Admitiendo la existencia de matices, como casi todo en esta vida, sólo hay dos tipos de cocina: la buena y la mala. Y dentro de cada una hay tradiciones y moderneces. Sin tradición no hay vanguardia, ya saben. El producto supremo (pues el producto lo es todo) tratado con dominio de la técnica y con una intervención lo más sutil posible y con el justo toque de contemporaneidad es la base de una cocina moderna y tradicional a la vez, irreprochable, sabrosa y definidora de la forma de hacer las cosas en nuestro país. Lo moderno por lo moderno no funciona casi nunca; la superposición de productos en fusiones emperifolladas y sin cabeza viene a constituir un ejercicio vanguardia vacua y sin anclaje, abocada al fracaso. La gran gastronomía gala es un refrendo de la anterior reflexión. Aquí en España, y al margen de la trascendencia de Adriá como artífice del reconocimiento de nuestra maravillosa gastronomía, las esencias están representadas por gente como Arzak (ejemplo de adaptación a los tiempos), Subijana, Berasategui, o el difunto y llorado Santi Santamaría. Y creo sinceramente que lo son, por su técnica, su genio y su capacidad para hacer altísima cocina recognoscible y apegada a la tierra y al producto. Los maravillosos fuegos artificiales, aun constituyendo chispas de indudable talento, y pese a ser jaleados por una mayoría del mundillo gastronómico, son una experiencia sensorial, pero no es lo que una inmensa mayoría de comensales (al fin y al cabo, los que pagan y sostienen el negocio) consideraría una extraordinaria comida. En suma, me gustaría que, por ejemplo, en Madrid hubiere otro tres estrellas Michelín de corte diametralmente opuesto al Diverxo de David Muñoz y su mundo onírico.

Como vino recomendado, y a una semana vista de las celebraciones navideñas, elegiría un Champagne clásico: Veuve Clicquot Yellow Label. Clásico pero adaptado a los tiempos actuales; un vino fresco, estructurado y con un gran equilibrio entre finura y potencia.

Sigan con salud.

 

Foto: heraldo.es