jueves, 28 de marzo

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Barricada Cultural

 

El cementerio de los taxis perdidos

por Ignacio Gracia

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Todas las comunidades tienen su particularidad. La mía, os confieso, tiene una actividad un tanto misteriosa a la que no acabo de coger el punto. Os relataré los hechos que nunca serán objetivos, puesto que tendrán el sesgo de mi reflexión científica, pero podréis decidir al mismo nivel que yo. El misterio radica en que es una gente (supongo) muy ruidosa. Supongo lo de gente porque no se ven nunca, aunque el carácter ruidoso sí es notorio. Pasan a horas raras muy rápidos por el portal, sin encender la luz, furtivos. Cuando hacen ruido se nota que son muchas personas. Los ruidos comienzan a las 11 de la noche y acaban a las tres de la mañana. Los episodios molestos son de dos tipos. Unos corresponden a pasos pequeños, como de niños. Esos se suelen acabar a la una y media y no coinciden con los del tipo 2. El tipo 2 son ruidos de tacones, como de prepararse para una fiesta.

Coinciden los tacones con bocinazos de coche o de taxi a las 2:30 de la mañana. Creo que por lo que sea hay un problema en los GPS –Seguro que son culpables los coreanos o los rusos, siempre los rusos. Piratas informáticos conspiradores-, que hace que todos los taxis perdidos acaben a las dos de la mañana en el cementerio de los elefantes de mi puerta. Y el caso es que como son tan amables las vecinas quieren indicar a los conductores el camino perdido. Pero como son coquetas (antes muerta que sencilla) se arreglan y ponen los tacones de rigor para dar las indicaciones pertinentes a los de los coches. El caso es que tardan como media hora o una hora, por lo que las indicaciones tienen que ser para bastante lejos, como allende los mares. También debo indicar que son gente limpia, porque se duchan después de las susodichas indicaciones. Todo esto suponiendo que no sean fantasmas, y aquí la cosa se complicaría bastante, aunque explicaría el misterio de un plumazo.

También ponen la lavadora de una a dos de la mañana, y algunas de las veces, debido al jaleo pierden la concentración y todo se desborda, manchas incluidas en el techo. Según escribo me doy cuenta que si la causa son espíritus, la manchas de mi techo pueden ser como las caras de Velmez, y el caso es que una de ellas tiene forma de una miliciana con mono azul, no sé. Me estoy asustando un poco.

Lo que sí son es ecologistas. Se toman la molestia de subir grandes garrafas de agua para regar la plantas de la azotea cuya llave se perdió la hace mucho, y parece que conservan su única copia con el mismo celo de las que custodian los sefardíes que abandonaron España, símbolo de regreso a la patria amada. Este es un bonito amor por no sé qué tipo de plantas, porque las miman más que a los niños pequeños, que parecen un poco descarriados. El caso es que no sueltan la llave, celosos de sus plantas, tan fascinantes que hasta los helicópteros de la guardia civil aparcan su seriedad para echarles fotos. Una gran incógnita los ruidos, en definitiva.

Anteayer encontré en la puerta a una figura de tez cerúlea que llamaba a su piso. Un ser nervioso y delgado, no soy capaz de definir si mujer o espectro femenino. Desde el exterior sin iluminar balbuceó una excusa y me preguntó el número de la calle y si había otra casa en la calle con el mismo número. Le dije que no, y pensé para mis adentros que ni en mi calle ni en ninguna otra del mundo. No le contesté por si era reportera del programa de Iker Jimenez, interesada en los espíritus, o por si era en realidad uno de ellos, que regresaba a su casa y no reconocía el cambio que el tiempo había causado en su recuerdo. Cinco minutos más tarde la oí llamar al telefonillo, se abrió la puerta –no puedo precisar si la atravesó- y comprobé desde la mirilla de mi puerta cómo regresaba al rato bajando a oscuras por la escalera, pegada a la pared y guiándose con una linterna. Un gran misterio, quizás un espectro de la época en la que no había luz eléctrica, pero modernizado con el aparato mágico de Edison. Salió sigilosa por la puerta y su figura se perdió en la fría bruma nocturna.

Este es mi problema. Quizás la solución es fácil, pero no lo veo claro. No sé si hablar con los Hackers rusos de los GPS, con el susodicho Iker Jimenez, o con la tabla de la ouija. A ver si me echáis una mano que no resuelvo el misterio.

 

Foto: blog.alquiler.com