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Barricada Cultural

 

Cuatro películas... Que siempre ponen en Navidad (y no son navideñas) (II)

por Alicia Noci Pérez

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Antes que nada me gustaría hacer un pequeño inciso referente al artículo de la semana pasada. Con eso de que tantas veces había visto la película y tan evidente me debió parecer, no hice referencia al título. Pues por si usted le está dando vueltas, lo tiene en la punta de la lengua, pero no acaba de salir, se trataba de “La princesa prometida”. Me lo señaló un fiel lector y no puedo por menos que agradecérselo. Gracias, José Manuel.

Y pongo en su conocimiento que, un año más, se ha cumplido la tradición y una cadena ya anunció la emisión del film de Rob Reiner. Es una fecha un poco prenavideña, pero yo creo que podemos contarla.

Entrando ya en la película de esta semana, también la han programado ya. Dos de dos, no vamos mal.

Es cierto que quizás resulta más difícil verla en las grandes cadenas nacionales, pero las filiales, las locales... son fieles. Se trata, no me vaya a ocurrir otra vez, de “Lo que el viento se llevó” que, si usted tuvo la amabilidad de leer mis diez películas favoritas, sabrá que es una de la lista. La he visto... he perdido la cuenta, pero juntando los fragmentos de cada ocasión que me la encuentro haciendo zapping... pues eso, en Navidad, podemos añadirle tres o cuatro veces más. Y es que si de pronto la pantalla se llena con los avatares de Escarlata, Rhett y la tierra roja de Tara, una especie de fuerza sobrehumana me impide apretar una vez más el botón del mando.

Ya les hablé también de este largo-largometraje en la serie que dediqué a la moda, pero tan magnífico trabajo, en el que se invirtieron 750.000 horas de rodaje, se merece profundizar un poco más.

Y es que se trata de una película que podríamos definir como lo haría Michaleen Flynn, aquel entrañable personaje de “El hombre tranquilo”, homérica. Todo en ella es grandioso, todas las cifras impresionantes, todos los datos abrumadores.

Por ejemplo, aparecen más de 2400 extras (entonces no existía esto de duplicar por ordenador, lo más parecido fue que se utilizaron maniquíes para simular heridos en la estación de Atlanta cuando Escarlata busca desesperada al doctor ante el inminente parto de Melania), 1100 caballos, unos 90 decorados, 5500 trajes que ya les comenté en el artículo de moda, más de cuatro millones de dólares de coste, un año de rodaje, de diciembre a diciembre de 1938 a 1939 y, claro, más de 220 minutos, o sea, pasando las tres horas. Si usted no la ha visto, igual es un dato que le echa para atrás, pero no sea así, total se queda sentado a lo calentito, que hace mucho frío fuera.

Si la película es grandiosa en el amplio sentido de la palabra, tenía a quien parecerse: a la novela en la que se basa, de título similar, escrita por Margaret Mitchell, una periodista nacida en la misma Atlanta en que situó la acción, que se dedicó a escribir su primera y única novela desde 1926 hasta 1936, con la que obtuvo el premio Pulitzer. Para cuando falleció, en 1949, se había traducido ya a treinta lenguas. Y a día de hoy lleva más de 28 millones de ejemplares vendidos y subiendo, entre ellos el mío.

Es cierto que su visión romántica del viejo Sur de los EE.UU. con esa forma amable de tratar el esclavismo resulta muy discutible y como novela no alcanza la mejor calidad del mundo, pero como historia es muy potente y engancha. Además, en ella descubrimos que lo que conocemos a través de la película no es más que la punta del iceberg de la vida de los personajes. Pero si con todo lo que se descartó se acabó con ese metraje, para poner el resto habría que hacer una serie.

Eso debieron pensar hace unos años, cuando intentaron continuar la historia a través de una nueva novela titulada “Scarlett” y la posterior serie basada en ella. La verdad es que todo resultaba innecesario. Recuerdo que el periodista Carlos Pumares, cuando presentaba “Polvo de estrellas” en la radio, hace ya unos añitos, dijo una vez que una obra maestra es aquella que, siempre que la ves, esperas que acabe de otra manera. Me ocurre en cada ocasión con esta película y una obra maestra ya no puede mejorarse.

Aún así, se llevó a cabo toda una parafernalia y hasta se convocó un casting a nivel internacional para el papel de Escarlata, tal y como ocurrió en su momento. Aquel año ’38 se organizó un concurso al que asistieron 1400 desconocidas que a David O. Selznick, productor, le costó una fortuna, pero al menos supuso publicidad. Se consideraron actrices tan importantes como Katharine Hepburn, Bette Davis, Norma Shearer, Miriam Hopkins, Tallulah Bankhead, Jean Arthur, Irene Dunne, Carole Lombard, Margaret Sullavan, Claudette Colbert, Ann Sheridan, Jean Harlow, Lucille Ball, Paulette Goddard, que casi lo alcanzó, o Susan Hayward, que creo que hubiese dado perfectamente el papel si no hubiera sido porque lo consiguió Vivien Leigh tras impactar al equipo cuando apareció en el rodaje del incendio de Atlanta.

El guión original, escrito por Sydney Howard, tenía nada menos que cuatrocientas páginas y fue revisado, y reducido, sucesivamente por varios guionistas, entre ellos Scott Fitzgerald.

Tres directores: George Cukor la inició, Víctor Fleming la terminó y es quien consta como director, y Sam Wood sustituyó al segundo durante un tiempo de descanso que se vio obligado a tomar, absolutamente agotado.

Incluso la fotografía, para la que se utilizó un invento reciente, el Technicolor, dio problemas y se sustituyó al operador tres veces, hasta que Cameron Menzies fue el artífice de la imagen, dibujó decorados y unificó el trabajo de tantos y tantos colaboradores.

Por supuesto los resultados estuvieron a la altura de semejante despliegue: ocho premios Oscar más otro honorífico, entre ellos mejor película, mejor actriz y mejor actriz secundaria para Hattie McDaniel, la entrañable Mammy, el primer premio de la historia para una actriz (y un actor) de color. La recaudación millonaria, ajustando la inflación, puede que siga siendo la que más beneficio haya obtenido. El estreno se hizo en Atlanta y el Ayuntamiento decretó tres días de fiesta; en la puerta del cine se arremolinaron en torno a las cien mil personas; fue un espectáculo al que, sin embargo, no se permitió asistir a los actores negros debido a las leyes segregacionistas.

Como les digo, todo en esta película es grande. Por eso, si esta Navidad me vuelvo a encontrar con ella, dejaré el mando sobre la mesa y la disfrutaré esperando que el final cambie... o no, porque hay cosas que están bien como están.