viernes, 29 de marzo

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Barricada Cultural

 

Cuatro películas... Que siempre ponen en Navidad (y no son navideñas) (I)

por Alicia Noci Pérez

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No soy muy partidaria de adelantar la Navidad más de lo necesario, de hecho pongo el belén el día anterior a Nochebuena. Pero, considerando que la serie se extenderá a lo largo de cuatro semanas, aterrizaremos directamente en el meollo del fun, fun, fun. Y así podrán comprobar si este año se cumple el título o, si no, tal vez les apetezca ver alguna de las películas seleccionadas por su cuenta.

Al decir “Que siempre ponen” me refiero, supongo que es obvio, a la televisión. Si le pregunto esto ¿en cuál piensa usted? Claro, resulta una pregunta muy subjetiva y las cuatro que he elegido conforman una percepción personal, pero en una pequeña miniencuesta que he realizado (gracias Luis, gracias Reyes), la ganadora por abrumadora mayoría es ésta.

Si yo le digo “Hola, me llamo Íñigo Montoya” y usted continúa “tú mataste a mi padre, prepárate a morir”, usted también la ha visto muchas veces. Y le encanta.

Se estrenó en 1987, así que este 2017 que ya ve acercarse su jubilación ha sido en el que ha cumplido treinta años. Y durante estas tres décadas se ha consolidado como uno de los clásicos de aquellos ochenta que parece que nunca pasarán de moda (no, no me estoy refiriendo a la ropa, la verdad).

La dirigió Rob Reiner, quien el año anterior presentara “Cuenta conmigo” y en 1989 “Cuando Harry encontró a Sally”. Una buena temporada, sin duda.

Suponía una adaptación realizada por William Goldman de su propia novela escrita en 1973 y cuenta la leyenda que el origen estaría en las hijas del afamado guionista, que le pidieron que escribiera sobre una princesa y una novia.

En cuanto a sus actores, el film fue sin duda una gran plataforma de lanzamiento. Robin Wright (Buttercup, o sea, la princesa) prácticamente inició su carrera con él. Pero antes de conseguirlo tuvo que superar un casting en el que se encontró como competidoras a Meg Ryan, Sean Young, Carrie Fisher, Courtney Cox o, incluso, Whoopi Goldberg, que se empeñó verdaderamente, e improductivamente, en conseguir el papel.

Cary Elwes (Westley o el pirata Roberts, como deseen) llevaba aún pocos trabajos (entre ellos, “Lady Jane”, con Helena Bonham Carter, otra película hito del romanticismo, o eso pensó mi yo adolescente y enamoradizo). En un principio se pensó en Robert Redford. Tampoco hubiera estado mal.

Para Mandy Patinkin acabó siendo su papel estrella. El director le dio la opción de elegir su personaje y, parece ser, que seleccionó el de Íñigo Montoya porque su padre había muerto también. El actor contaba que, cuando “mató” al conde Rugen fue como haber matado el cáncer que se llevó a su padre y resultó como una catarsis.

Y André el Gigante, un luchador profesional, interpretaría a Fezzik, papel para el que en un principio pensaron en Arnold Schwarzenegger, pero al parecer ya era demasiado famoso (y demasiado caro, más que nada) para cuando el proyecto fraguó. A André pueden verlo en las imágenes de inicio del programa de la WWA, y no me pregunten cómo lo sé, son cosas de la vida. Moriría unos años después, lo que afectó mucho al equipo.

Por supuesto, no nos podemos olvidar del “Milagroso Max” que interpretara un irreconocible Billy Cristal; gran parte de sus diálogos los improvisó, provocando momentos de risa incontenible. Mandy Patinkin, que se batió en varias escenas, sólo sufrió una lesión y fue intentando evitar una carcajada.

Y, por supuesto, la pareja hilo conductor y puente de enlace entre la realidad y la ficción: Peter Falk, el inolvidable detective Colombo, que aquí interpreta a un abuelo dispuesto a demostrarle a su nieto, un todavía muy chiquitín Fred Savage, al que veríamos crecer en “Aquellos maravillosos años”, que no sólo de deportes vive un chaval.

¿Por qué tuvo tanto éxito? Bueno, lo cierto es que no lo tuvo. Se estrenó a la par que “Atracción fatal”, lo cual resultó verdaderamente fatal a esta película (terrible juego de palabras, lo sé). No es que no consiguiera una recaudación “apañada”, pero donde experimentó un auténtico boom fue en el vídeo y, por supuesto, en televisión.

Claro, algo tenía que tener para elegir la chapita que colgaba bajo la caja del vhs en el videoclub (al que yo iba se hacía así). Y es que se trata de un cuento medieval donde hay príncipes y princesas, malvados y héroes, espadachines, pantanos de fuego, roedores de aspecto gigantesco, sabios, gigantes, aventuras, romance... y, al mismo tiempo, la parodia de todo ello, pero hecha con imaginación, ironía, diversión, respeto. Además, con un punto muy moderno, y es que se trata de una historia de amor que le cuentan a un niño, no a una niña, lo que resultó revolucionario en los roles de la época.

Envuelto además en la mágica música que compusiera Mark Knopfler. El mismo Rob Reiner cuenta, en la carátula del CD (sí, le reconozco que lo tengo) que, al elaborar la lista de candidatos para componer la banda sonora, sólo pudo escribir el nombre del cantante y guitarrista de Dire Straits. Desde el primer momento dijo que sí, pero puso como condición que apareciera de alguna forma la gorra que el director luciera en la película “Spinal Tap”. Y Rob Reiner lo hizo. Bueno, ya no tenía la original, pero una parecida la pueden ver colgada tras la puerta del dormitorio del nieto. En la misma carátula, el músico le escribe: “Querido Rob, lo decía en broma”. En cualquier caso, compuso once de las doce canciones. La última es de Willy DeVille.

No dirán que no tienen cosas nuevas que le dan otra visión del film. Así les apetecerá verla una Navidad más y seguir con la tradición.