viernes, 29 de marzo

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Barricada Cultural

 

El Ucronauta

por Carmen Ciudad

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Si se alude a la industria de cine, hollywoodiense preferentemente, como fábrica de sueños, podríamos decir que El Ucronauta ha sido cocinado en una casa-taller de forma artesanal, diríamos a la manera que Richard Sennet entiende, ese hacer es pensar, o pensar haciendo. Los ingredientes preparados al ritmo justo, se han basado en cuestiones que han estado sobrevolando conversaciones y lecturas: qué es la ciencia y el que papel cumple en la actualidad, si está al servicio de las necesidades reales de la gente o si se ha perdido, en parte, entre los sueños húmedos de la tecnociencia que dice Riechmann o los intereses de negocio de las grandes corporaciones agro-químicas-farmacéuticas.

Porque esta es la primera cuestión de fondo que late en El Ucronauta. La pérdida de sentido en una especie de científico que a la manera de Alfred Barry en Los próximos diez mil años propone más crecimiento, viajes interestelares, astroingeniería... para evitar el colapso civilizatorio en nuestro planeta. En este sentido, El Ucronauta, en un ejercicio de contenido solipsismo, renuncia a la tópica labor del héroe hollywodiense, consgrado a salvar el Mundo y a la Humanidad, por la más modesta necesidad de salvarse a sí mismo y a su entorno más inmediato. Los personajes de este corto sólo pueden rescatar la herida y perdida humanidad que les une y desune, para llegar a una reconciliación recíprocamente salvadora. El Ucronauta es el espíritu de nuestro tiempo. De ese personaje común y anónimo frenético, siempre en movimiento que, sin embargo, no va ni llega a ninguna parte. El no-viajero. Porque ni puede cambiar de lugar, ni de ideas, ni de conciencia, oprimido como está en un ambiente oscuro, siempre nocturno, y cerrado.

La segunda y que se deriva directamente de lo anteriormente dicho, y tras el olvido total de la corporeidad, sus limitaciones y necesidades, la desatención de la persona que está a su lado, que por otra parte y en clave de género no tiene voz ni discurso, pero sí cierto halo de maldad, papel que tradicionalmente adjudicado a las mujeres.

Por otra parte y en referencia a los problemas del lenguaje y estética cinematográfica, tras la despensa ha pesado tanto el universo temático y compositivo de David Lynch (Cabeza borradora) como las escenografías poéticas y maravillosas de Andrei Tarkovsky, sobre todo Espejo, Stalker o Solaris. Sobre el terreno se fue acumulando toda una serie de máquinas inútiles que recordaban a las esculturas de Chris, el locutor de radio K-OSO, en Cicely, en la serie Doctor en Alaska; o el laboratorio-universo de Jan Svankmajer.

El trabajo actoral, el manejo de cámara y fotografía; la música, sonido y el montaje, que supone una auténtica magia, han sido puestos al servicio del proyecto. Con una notable economía de medios técnicos, apenas dos cámaras fotográficas para la grabación y algunas linternas de mano para la iluminación, Luismi Rodríguez consigue una vez más un ambiente inquietante y atractivo visualmente.

El proceso creativo e interpretativo ha sido fascinante. Un poco como hacer de marioneta delante de la cámara poniendo el cuerpo al servicio de emociones ajenas... o no tanto.